martes, 2 de enero de 2007
viernes, 29 de diciembre de 2006
jueves, 28 de diciembre de 2006
Eterno retorno (part deux)
de la serie 'intervenciones en el desierto', parte 2.
battle with dust.
fotografía de carlos fernández.
dunas de bilbao, municipio de viesca.
diciembre, 2006.
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María Fernández-Aragón
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viernes, 22 de diciembre de 2006
La despedida
Hoy, en punto de las 21:15 horas (si el tráfico aeroportuario lo permite), estaré saliendo rumbo a Torreón.
Please fasten your seatbelts.
El vacío en el estómago. La sensación de que algo se me olvida. Las prisas, todo lo he dejado para el último momento. La pensión para Romina, la pensión para mi auto. Cobrar, pagar, limpiar, tender, empacar. Son sólo diez días.
No sé por qué siempre llego melancólica a estas fechas. Más allá de natividades y años nuevos, hay algo en el aire decembrino que me recuerda la caducidad, pero también la vida. Las cosas avanzan, implacables. Una vez, y otra vez, y una vez más: las despedidas temporales, los viajes, la familia, los abrazos, regalos que dependen de la crisis, el pavo, los días de no hacer nada, los primos, las doce uvas, las llamadas telefónicas. De un tiempo a la fecha, va creciendo en mí la conciencia de que esto terminará. Llegará el momento en que mi casa estará vacía, y mi hermano se habrá ido a vivir con alguien. Mi abuela... ¿A dónde regresaré entonces para Navidad?
Antes que eso pase, estaré en Torreón un año más. Absorberé cada instante con todos los poros de mi piel, y tomaré fotos. La felicidad es una polaroid.
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miércoles, 20 de diciembre de 2006
Cuando llegué a vivir a Torreón, mi casa era sobre todo un jardín. Había un árbol de aguacates, dos nogales, no sé cuántas higueras. El pasto crecía, desgreñado, por todas partes. Todo era tanto más alto que yo. Incluso los perros chihuahueños de mi tía se me figuraban una amenaza, y yo corría a protegerme detrás de las piernas de mi mamá. Mi tía reía, como siempre lo hace.
Había polvo, más que ahora, mucho más. El aire era polvo, y mis pulmones tuvieron que acostumbrarse a respirar eso, y mi torrente sanguíneo tuvo que aprender a fabricar oxígeno a partir de la tierra.
También había unos huecos entre casa y casa. Espacios vacíos, habitados sólo por maleza, por huizaches artríticos, por patas de mula eternamente aterciopeladas por el fino polvillo del desierto. Aprendí un concepto nuevo -'terrenos baldíos'- y me quedaba horas enteras viendo ese prodigio: un lugar donde no había nada más que soledad. Mi hogar.
En Torreón fueron los tiempos de la soledad, del viento sin palabras. No había más que inclinar el rostro, levantar ligeramente la barbilla para mirar de frente al sol y quedarse ahí, inmóvil, cual lagartija, esperando que el calor secara de golpe todas las lágrimas, todo el dolor, toda la tristeza. Que secara todo, o lo más posible, hasta que no quedara de uno más que un espejismo vaporoso, un atisbo de algo indefinido, la bruma lejana, un remolino, una pared cuarteada de tan seca.Entonces vendrían las liebres con sus orejas de regalo mal amarrado, los perritos de la pradera, las libélulas de los charcos milagrosos, los mosquitos, las hormigas, los gatos que florecían en los naranjos, los hombres de piel curtida, las mujeres que reptan por las calles asoleadas, los niños desnudos. Y después: las cascadas en las escaleras de un hotel, las prostitutas adolescentes en la plaza de armas, el cerro de polvo blanco, los suicidios jamás ejecutados, las riñas municipales, los briagos, los poetas de hoja-sé, las casas abandonadas, las escapadas de la escuela para ir a Birmingham/Durango, el puente de Ojuela, las dunas de Bilbao, las fotos sobreexpuestas, los atardeceres en las faldas de un puente, cuando medía el tiempo con besos.
Siempre quise salir huyendo de Torreón. Me daba miedo pensar que allá, como en ninguna otra parte, he estado en casa.
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Against all interpretation
Apunto directo a tu pecho, con la lanza acerada de mis ojos fieros, y pregunto a quemarropa '¿me quieres?'. Te tardas en responder lo suficiente como para que mi cabeza empiece a girar -las llantas traseras dando vueltas y más vueltas sobre la arena del desierto- y me apresuro a salir de ahí. Un giro de ballet, un tanto torpe pero elástico. Y llega tu mano a mi cintura, por la fuerza de la costumbre, por la gravedad. El roce de tus dedos con mis ropas flojas. El calor de tu mano sobre el frío cálculo de mis movimientos.
Silencio. Inmovilidad y silencio. Where do we go from here?
Otra vez pongo la mira sobre mi presa -tú-, me escondo detrás de un arbusto, mi maleza. Quiero cazar, atrapar al vuelo lo que bulle entre los pliegues de tu hipotálamo. Eso que piensas no lo sé, ni lo sabré nunca tal como lo piensas. 'Against all interpretation' no puede ser más que el bonito y desafiante título para un libro. Tú interpretas lo que sientes, lo pasas a tus palabras, las que tú usas que no uso yo -no así, como tú lo haces-, ésas que me echas a la cara, que me avientas, sonoramente, y las pones a que estallen en el tambor de mi oído: minas anti-personales, detonaciones, signos. Respondes, al fin, con tu voz perfumada con olores naturales: '... locamente'.
Rosebud.
La comunicación es posible, sí, claro que sí. Pero también es una torre de Babel con un canario cojo tomando el dictado de impulsos caóticos que no tienen nombre: nombrar es hacer poesía, malabarismos verbales (si yo pudiera escapar de Paz). Me agacho un segundo para amarrar los cordones de mis tenis deportivos. Cuando levanto la vista, lo que tengo ante mí es el sordo sonido de una línea vacía.
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domingo, 26 de noviembre de 2006
El fin
Canta Morrison, 'this is the end, my only friend, the end'. Este blog se termina y hasta aquí llega. Estoy harta de él, de lo que he puesto en él, de lo que me recuerda, de las razones por las cuales lo escribí y demás. No, corrijo: no me harta eso. Me duele. Sí, señores, tengo sentimientos. Vaya, ni yo creía que los tuviera, pero ahora que duelen, sé que existen. Las cosas se hacen notar cuando duelen, y eso pasó con mis mentados sentimientos. Bien, pues... nada. Adiós.
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sábado, 25 de noviembre de 2006
Malinalco
Hoy me levanté muy apenas, con arena en los ojos, con una mujer que musitaba palabras a mi lado, que me agarraba las piernas con sus piernas -que son las orillas donde me sostengo para no caer- y me veía. Y al fin, sin querer abandonar esa zona minúscula de felicidad efímera, que se me escapaba y se me escurría entre los dedos como oro líquido, me levanté de la cama, tomé su cara entre mis manos y le dije 'teamo', con una inflexión de verdad que puedo reconocer en mi voz. Nunca en dos ojos puse tanto amor.
Antes hacía apuestas sobre el futuro. Me imaginaba haciendo algo, viviendo con alguien. Porque lo deseaba. Mis deseos se quedaron siempre incumplidos. Esta vez, no quiero imaginar. En este presente que me asalta en Malinalco, en una enorme casona como la que querría tener con ella, ni siquiera puedo pensar. Hay ruido alrededor, dos gatos a blanco y negro en el jardín, y un juego de billar sobre fieltro rosa. No, pensar ya no. El dolor es demasiado como para, además, ponerme a pensar.
Y basta.
Mateo 25, 14-30
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martes, 21 de noviembre de 2006
Morir
Dulce deseo en días de cierre.
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Mi torpeza habitual
Iba caminando por la entrada de mi casa cuando de pronto, crrishhh, que se cae el jarrón de porcelana china que me heredó la abuela. No me asustó el sonido, sino la idea de imaginar los ojos de mi abuela, furiosa, intentando pegar una por una las astillas en que se había convertido su jarrón. Me quedé helada, y sólo recuperé el color del rostro cuando recordé que mi abuela murió hace ya diez o doce años. Un Avemaría y todo quedó listo. Pasé por encima de la porcelana, oyendo el delicioso crujir de las piezas bajo mis pies.
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lunes, 20 de noviembre de 2006
Sobre preferencias
Antes no estabas tú. Era yo un soliloquio deambulante, una ideática, maniática, un maquech* dando vueltas en la cocina, sin saber que era tal, desconociendo por completo qué era, por cierto, un maquech. Leía, a veces, libros sin ton ni son, revistas al azar, cosas que caían en mis manos, poco, a veces más, a veces nada. Escribía, también, de vez en cuando, en la computadora, en los miles de cuadernos que he ido comprando porque me fascinan los cuadernos y que siempre guardo en blanco durante años porque nunca tengo nada suficientemente bueno que escribir. Un día, un poema. Otro, historias inconclusas (siempre inconclusas para ser mías). Otro más, frases huecas, diálogos equivocados, ideas para esto, ideas para estotro. Ideas. Bocetos. Escribía. De pronto, eres tú. Leo poco, escribo menos, me distraigo, te llamo, no encuentro las palabras, y cuando las encuentro ya no me sirven, ya no es eso lo que yo iba a decir, ya no importa. Estás tú. En una postal que nunca me enviaste de Madrid, cuando no me conocías ni yo a ti. Estás tú, sentadita en la cama, viéndome fijo, fijo, sin perder detalle, con los ojos cansados de tanto llorar, de tanto estar teniendo miedo, de tanto buscar y buscar. Estás tú.
Tú.
Y pienso que, si tuviera una balanza, y te pusiera en un lado y en el otro lo que había antes de que fueras tú, y si fuera mi gusto quien eligiera, estoy segura que te preferiría a ti. Mil veces tú antes que todo. Si a preferencias nos vamos, yo quiero vivir iletrada a tu lado, antes que disecarme con letras sin ti. Y -diría Girondo- en esto soy irreductible.
*Vid infra.
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Diccionario de mexicanismos
makech o ma'kech o maquech.
(Del maya macech.)
m. Escarabajo sin alas que se pone, vivo, atado de una cadenita, sobre la ropa como si fuera un broche o prendedor de adorno.
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domingo, 19 de noviembre de 2006
Chicle bomba
- ¿Me ves?
- Te veo.
- ¿Qué ves cuando me ves?
- Veo los reflejos amarillos en tu piel.
- ¿Qué más?
- Veo tus ojos, más grandes que todos los ojos del mundo.
- ¿Te gusta?
- ¿Lo que veo?
- Mjú.
- Me gusta.
- Ash. Di algo más.
- Prefiero el silencio.
- ...
- Así. ¿Lo ves?
- Mjú.
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lunes, 13 de noviembre de 2006
La palabra es cataclismo.
Cataclismo era la palabra. La mujer era un cataclismo, una explosión natural y necesaria, de enormes dimensiones. Un exceso de vida para estos tiempos mediocres. Un insulto flagrante a la posmodernidad y, aun así, su más cumplida profecía. La excepción de la regla, espíritu anacrónico, una provocación frontal y directa, una perfección residual, lo inexplicable, lo irracional pero armónico, un imán, el amuleto o souvenir que nos compraron en el Olimpo. Demasiada naturaleza encerrada en un cuerpo de cientosesentaypocos centímetros. Violenta, agresiva, fuerte. Arrogante. Desbocada. Brutal, erótica, fértil. Lunar, volcánica, telúrica. Implacable, mortal, felina, animal, mutable. Inaprehensible. Inestable. Fluvial y danzante. Seductora. Punzocortante. A galope: sus axilas, su cuello, su boca, sus muslos, sus ojos destilan deseo: no el suyo: el mío. Su nuca está fría. Su ropa, mojada. Sus piernas cabalgan sobre la música, bajan y suben, se doblan, se estiran, regresan, me atrapan, me sueltan, me llaman, me ignoran. A galope: senos que adivino bajo la tela, perlados de sudor. Ella se enciende y, como la zarza ardiente, ella se prende en mil colores y nunca se acaba de consumir. Ella baila y yo la observo. Me recargo en un muro trepidante y yo tiemblo. La observo, ella baila. Torbellino, tornado, volcán, maremoto, huracán: fenómeno natural en desbandada, rompimiento del orden, palmeras torcidas, nubes oscuras, tórridos vientos y casas arrancadas de los cerros. La furia. La rabia. La vida-slash-la muerte. La mujer que estaba parada frente a mí era una posibilidad azarosa, un imposible fáctico, una buena idea seguramente irrealizable. Pero yo la estaba viendo. Ocasionalmente, también, yo la estaba tocando. Durante un par de segundos, sí, yo la estaba abrazando: defenderla, pensaba, hay que defenderla de todo. De los otros, del volar de una mosca, de ella misma. Sobre todo de ella misma. Y me di cuenta, después, mucho después de que llegamos a su casa, a la cama matrimonial, a su cuerpo desnudo y su boca humedecida, después de los silencios violados, después de encontrar mi encendedor perdido bajo su cama, después del llanto, caí en la cuenta de que ella no necesitaba protección ni defensa. No la mía. Esa noche, tuve un sueño. Al despertar, no pude recordarlo. En lugar de eso, permanecí dos horas viéndola dormir. Y aun dormida, sí, había un rumor de olas en su piel.
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sábado, 11 de noviembre de 2006
Cambio de giro profesional
Me voy a convertir en manager de luchadores. Voy a consagrar mi corto ingenio a ponerle nombre a los nuevos ídolos del ring. Mi nombre artístico será 'la Taquicardia Fernández'. Comienzo con un primer apodo que le presto a quien lo tome: 'el Chaquirita Balboa'. La conjunción entre las caderas de la colombiana y el ánimo deportivo, competitivo y triunfador de Rocky no podrían más que resultar en una bendición plenipotenciaria.
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Versus
Lucharáaaan a doooos de treeees caídaaaas. Se anuncia un primer enfrentamiento erótico-slash-amistoso entre 'el Cometa Fugaz' y 'la Taquicardia Fernández' (no pude llegar a manager sin pasar por los cates). Estén pendientes.
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El amante idiota
- No me mires así.
- Te miro como se me da la gana.
Le aventó la ropa. Giró rápido, se cubrió la cara.
- Vete.
- Déjame explicarte...
- ¡Lárgate de una vez!
Se fue andando andando lentamente, y silbando, y dando pasos largos y confiados, y llorando con estilo, con su estilo de príncipe desterrado, haciendo gala del apodo que bien merecido se tenía, que se ganó a pulso desde la primera vez, y del que se hizo más digno conforme más tiempo pasaba. Él era el Amante Idiota, el burócrata de las relaciones fallidas, el oligofrénico, el inútil, el hijo bastardo que procreó el dios amor con la diosa de los menesterosos imbéciles. Para todos los demás, que no eran sus amantes, él se hacía pasar por Juan Castrado.
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martes, 7 de noviembre de 2006
domingo, 5 de noviembre de 2006
Ella
Hubo un punto en el que ya no oyó nada.
Siguió caminando por inercia, y no se detuvo durante horas. Avanzó en una misma dirección, pero terminó dando vueltas sobre sus pasos. Pasó una hora, pasaron dos, tres, cinco horas. Ni por cansancio ni por sed ni por aburrimiento se detuvo un solo segundo. Si hubiera podido correr, lo habría hecho. No podía, como es claro.
Al mediodía, se sentó a la sombra de un huizache, metió la mano al bolsillo y sacó una navaja. Luego hizo lo mismo, pero del lado izquierdo. Sacó un sobre. Empuñó la navaja para cortar el sobre. Sacó una carta. Leyó:
"La mitad de mi mente y la mitad de mi corazón se quedan en esa parte de tu mente y de tu corazón que pertenecen -y siempre pertenecerán- a mí. Desde Grecia hasta tu tímpano derecho". Cuánta pasión, cuánta fidelidad, cuánta entrega. En una arcada, vació toda su bilis sobre la carta, y los jugos gástricos estropearon la cuidada caligrafía, quemaron el papel, borraron las palabras. El olor acedo que salía de su boca le ocasionó más náuseas y tuvo que vomitar de nuevo. Esta vez, por salvar la dirección impresa en el sobre, atinó a voltear la cabeza: sus desechos terminaron en la madriguera de un conejo. Guardó la carta, guardó el sobre, guardó la navaja.
De joven, había sido primero tímida, después simplemente asustadiza y, con muchos esfuerzos y al pasar el tiempo, ya hacia el final de sus años mozos, había adquirido una temperatura, un vigor, una obstinación y una delicadeza que raras veces conseguían un maridaje tan afortunado como en ella. Era casi un personaje de novela, pero vivo. Era protagonista de algún drama todavía por escribirse, pero menos predecible. Era fascinante como una historia fantástica, pero peligrosa como el equívoco entre sueño y vigilia. Era una mujer difícil, y yo la amaba. Ella a mí no, pero mi vocación suicida me hizo obviar ese dato e insistir, como vendedor ambulante frente a la puerta cerrada de una casa vacía.
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sábado, 4 de noviembre de 2006
Una mente sin recuerdos
de la serie "consagración" o "intervenciones en el desierto".
dunas de bilbao, municipio de viesca.
noviembre, 2006.
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Eterno retorno
Ésta es una serie que tendrá por nombre "fenómenos de la luz" o algo así.
huizache volcánico.
carretera torreón-viesca.
noviembre, 2006.
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viernes, 3 de noviembre de 2006
jueves, 2 de noviembre de 2006
HenryNin
Caminaba por un pasillo del aeropuerto, mucho antes de que saliera mi vuelo. Creo que iba subiendo las escaleras eléctricas, pensando qué revista compraría ahora para pasar el tiempo. Fue entonces cuando me golpeó, como piedra o como escupitajo que tiran desde lo alto de un balcón, right in the eyes. Es la vaga sensación, pero muy cierta, de estar enamorada de ella y de su forma de escribir lo que vive. Me ha transformado en un personaje literario. Parpadeé y me sentí súbitamente mareada. No podía enojarme, no. Aparte de mi existencia, por demás vulgar y cotidiana, ella se ha encargado de darme otra, donde lo que digo y hago está siempre mejor dicho, mejor hecho.
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Postal de aeropuerto
- Aviacsa vuelo dos-treintayséis con destino a Monterrey, favor de abordar por la puerta 6... Aviacsa flight two-thirtysix
Una mujer de pelos rubios y ondulados, regordeta y madura... tres gringos, dos de ellos viejos y en chalecos azules... cruzan frente a mí. Un hombre alto, canoso y medio calvo, acompañado por un señorcito de menor estatura. Vaya bolsa con brillantinas la de esa mujer. Cero estilo. Nada demasiado interesante camina o se arrastra por aquí. Una mexicana con tres hijos que parecen extranjeros, pequeñitos. Vuelve a pasar el gringo del chaleco (digo gringo porque quién más llevaría chaleco de cazador de cocodrilos en la ciudad de México), ahora en sentido contrario. Dos monjas, crucifijo de madera al pecho. Una mujer oriental y delgada, empujando una carreola. Entran dos gringos al Wings.
- Is this ok with you?
- (asentimiento ininteligible)
Toman asiento en la mesa de los gringos. Hace diez minutos, otra pareja estaba ahí: él, un hombre de bigotes, larguirucho, que por la gratitud que mostró la mesera cuando se fueron, debe haber dejado una propina generosa; ella, una típica güera que, en cuanto me sirvieron mi -vuelta a pasar el gringo del chaleco- cerveza oscura, y con cara de antojo, quiero pensar que por la cerveza, se me quedó mirando -she just stared at me!- mientras yo hacía como que la ignoraba, hasta que volteé la mirada y me encontré de frente con su cara estúpidamente sonriente justo a tiempo para que ella preguntara:
- Is it good?
y yo pensara "pues claro, pendeja, si no, ¿crees que la habría pedido?", todo con una enorme sonrisa en los labios, todo muy polite y poniendo cara de "ai don spik ínglich". No estoy de humor para socializar. Nunca lo estoy.
- Ensalara...
- Ensalada de pollo.
- Ensalara de poullo.
¿Serán de Miami estos gringos? De retirados por supuesto que tienen cara. No, no son tan viejos como para vivir cerca de los Everglades, aunque la piel de la mujer tenga una tonalidad de flamingo descolorido, y un gesto de comercial de detergente para ropa filmado en tonos pastel. Miami. ¿Por qué pienso en Miami? Miami makes me happy? No. Miami makes me... Ugh, dos tipos feos de la mesa de enfrente me voltean a ver, como zopilotes olisqueando la carroña. Lo cual me convierte, ipso facto, en carroña. Y a ellos en aves carroñeras. Prefiero ser carroña, que puede ser la de un león, a ser como ellos. En el celular, un mensaje cifrado del general Palma: "starbucks?", y respondo, en silencio, "starsucks", y pienso en ella, no en él. El Gordo, por mí, se puede meter su café por donde quiera. Me arden las orejas de lo calientes que están. Si ella pensara en mí... si se acordara... si se diera cuenta de que la estoy pensando ahora, justo ahora que mis queridos gringos viejos se comen su "ensalara de poullo" y hacen que se me antoje, no la "ensalara", sino estar ahora mismo con ella. A hora y media de partir rumbo a Torreón, me tomo mi cerveza oscura, con calma, doy gracias a la tecnología por permitirme escribir esta postal de aeropuerto desde la locación, y rezo a todos los dioses para que mi avión salga a tiempo, vuele ligero y aterrice sin tanto drama.
Un muchachito con acné y pelo rapado, playera azul celeste, lleva todo este tiempo hablando por celular, dando vueltas y más vueltas. Al fin colgó. Pasó frente al Wings y se fue. Yo también me voy. Estoy fabricando en mi cabeza una teoría, y necesito masticarla. Apenas pienso esto cuando vuelve el chavito con acné a colgarse del celular. Que le aproveche. Si fuera por mí, yo le daba un tiro sólo por puro coraje, porque yo no tengo un teléfono al que pueda marcar para decir frases cursis y ciertas.
- Aeroméxico vuelo dos-cero-ocho con destino a Torreón, favor de abordar por la sala 10... Aeromexico flight two-zero-eight
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martes, 31 de octubre de 2006
Las olas
¿Saben cómo hacen las olas en esta parte del mundo? Llegan, con agua caliente, lamen la arena, dejan caracoles en la playa, varados, y se retiran con modestia, con suavidad, tersamente, acariciándose unas a otras, y yéndose atrás, de paseo, otra vez, hasta adentro, muy adentro, en el mar.
shhhh... ushhhh... shhhh... ushhhh...
Son tranquilas estas olas, como manos de mujer, como cuerpo de mujer que se balancea en la memoria, sin peso.
shhhh... ushhhh... shhhh...
Mujer de cabellos largos, mujer que arrulla entre sus brazos, mujer al fin.
ushhhh... shhhh... ushhhh... shhhh...
Si uno fija la vista en una ola, si intenta seguirle la pista, si la persigue con el deseo, si le echa mano...
ushhh...
... se ahuyenta y se va.
shhhh... ushhhh...
Pero bañarse en ellas, pero dejarse envolver por ellas...
shhhhh... ushhh... shhhh... ushhhh...
... y no querer tenerlas, sino ser posesión suya, solamente...
shhhh... ushhhh...
... y que eso sea bastante, que eso le colme a uno de tranquilidad, de paz, de contento, de gusto...
shhhh...
... de agua que no se deja apresar por nadie...
ushhhh...
... miles de gotas de agua...
shhhhh...
... rodeando un cuerpo...
ushhhh...
... meciéndolo...
shhhhh...
... calladamente...
ushhhh...
... sin prisas...
shhhh...
... para siempre...
ushhhhhh...
Así son las olas en esta parte del mundo que está en mis recuerdos. Y ahí estoy yo, tumbado al antojo de las olas, tumbado en una fotografía, tumbado en un tiempo que me anuncia que tú has de ser mi mujer...
... shhhhh...
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lunes, 30 de octubre de 2006
Vuelta a lo mismo
Me convenciste, Miguel Tormentas:
Y sin ganas de vivir, escribo.
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Fucking and fondling
Since I'm a sex machine, that's all I do. I fondle and I fuck. When I'm not fucking, I'm fondling. When I get tired of fondling, I fuck again. Occasionally I take a nap. Then, it's back to the usual. I'm purely physical, and my English is quite deficient, which is nothing quite revealing, considering I'm a mental retard. So... I'm purely physical. There's no love within these muscles and bones. No reason to cry or die for. At least that's what she says. Not she, the one I care about -the one I love-, but the other one: the blonde and stupid one -a genius, as a matter of fact, as she, the other she, would remark-, the one with the Greek lover, the one with the french way of saying Henri. Guess that's the way Anaïs called her lover: Henri, pas Henry. The latter must have been the way June called her husband: Henry, not Henri. Did Henry -or Henri- love these women, that we'll never know. That June loved him, that's for sure. That Anaïs was aroused with desire when she saw and met him, that's absolutely true. An actress and a writer. Perhaps Miller preferred the writer. Perhaps the actress scared the hell out of him. Perhaps he couldn't bear such a passionate love. Perhaps.
In the meantime, I'll fondle and fuck. But first, I'll cry until I dry. And die.
There's a title of a book I now remember: Too Loud a Solitude. Nothing really matters. Not now. Not when you're dead and still dying.
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Noche 40
Se acabó la estúpida cuarentena. ¿Y qué? Ya estoy muerta. Salud a quienes viven. Yo desaparezco.
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domingo, 29 de octubre de 2006
Noche 39
Busco una casa. Salgo a caminar por las calles relamidas por un sol de otoño, y busco una casa. Vieja pero bien conservada. Amplia. Con jardines y árboles y enredaderas y muchas ventanas. Con balcones para tomar el fresco. Con cuartos para la gente del servicio. Con mucha gente viviendo bajo un mismo techo. Gente para platicar, para tomar una bebida a media tarde. Gente que toque el piano o que cante una canción. Gente que me deje en paz toda la tarde, metido en un cuarto, aherrojado, escribiendo en páginas que terminarán en la chimenea de esa casa que busco hoy, cuando el sol de otoño lame las calles y los rostros de las personas. Y mientras tanto tú, tus ojos, el agua de tus ojos, todo vuelve a mí como en oleadas. Busco una casa para vivir contigo.
Adrián alarga la mano derecha, y la cierra, como tocando algo. Y no hay nada, sólo el aire que lo envuelve, tibio. Para él, para su deseo y sus ganas, va una mano dentro de la suya. Una mano pequeñita y blanca. Una voz de astromelias le regala un silencio, y él sonríe, como si alguien acabara de decirle 'te amo' o algo así. La verdad es que va solo, caminando por la calle. Solo y feliz, porque no va tan así, tan solo.
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sábado, 28 de octubre de 2006
Noche 38
Las cuentas regresivas siempre me han resultado un tanto estúpidas, pueriles. La gente coreando, a voz en cuello. La emoción saliendo como chispas por los ojos llorosos. Los rituales consabidos. La cuarentena se acaba pronto, es cierto, pero no veo la razón por la cual haya de emocionarme. El círculo no es perfecto, y cada vez que pensamos que algo termina, no termina de veras. Saldremos de esta enfermedad, es posible. Sin embargo, las secuelas se quedarán en nosotros, y andaremos por ahí medio muertos, medio vivos, esperando un amanecer eterno que no existe. Lo que más se le asemeja es el cuerpo de una mujer, los senos sonrientes de Uncometa. Y ella, temprano por la mañana, se habrá ido diez días. Entonces comenzará una nueva cuenta regresiva...
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viernes, 27 de octubre de 2006
Noche 37
Sólo una mujer como ella, luna en cuarto creciente, agua huracanada, podría haberme revuelto al punto de ponerme en ebullición. Las llantas patinaron al dar la vuelta. El sonido del acero contra el acero, el cristal que se rompe. Por suerte, sólo fue un falso presagio. Puse la mirada sobre la calle desierta, y escuché el ruido de motores lejanos. Nos despedimos con un abrazo al rojo vivo, y cuando ella cerró la puerta, dos mil gritos de dolor se comprimieron en mi garganta, dejando salir sólo un 'buenas noches' muy mesurado, fuera de centro. Ella se quedó en su casa. Yo regresé al cuarto de hotel, con dos cervezas en la mano y una buena excusa para beberlas. Lo malo fue que el cansancio le ganó a mis deseos. Y dormí.
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jueves, 26 de octubre de 2006
Noche 36
Y sin ganas de escribir, vivo.
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miércoles, 25 de octubre de 2006
Noche 35
Quedan pocos días para que termine la cuarentena. Te damos gracias, oh gran diosa creadora de este blog.
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martes, 24 de octubre de 2006
Noche 34
Estaba sumido en su catatónico surmenage cuando, despacito despacito, pisando de puntitas, sin peso, Romina se trepó sobre su pecho. Se puso a ronronear "las mañanitas". ¿Cómo sabía de su cumpleaños un simple gato? Un vientecito frío pero agradable se coló por la ventana abierta. La noche dejó caer sus patas de elefante, aplastando de golpe todo sonido. Y en la pesadez de esa oscura atmósfera, un puñado de agua se hizo cuerpo.
Un brazo tibio se metió por la fisura que la mezclilla dejaba a la vista, hurgó los pliegues, encontró el badajo de la campana y llamó a misa de maitines. Ésta se celebró con la parsimonia de las grandes fiestas. Primero ella, desnudándole a él, peleando contra un cuerpo abandonado, queriendo que el pantalón simplemente se esfumara y no que tuviera que arrastrarlo, tallarlo, jalarlo piernas abajo con tamaña dificultad. Luego él, entreabriendo los ojos, sin saber si dormía o estaba despierto, recordando a Descartes y olvidándose de él en un segundo, sintiendo la sangre aglutinada en la parte baja de su abdomen. Una boca con olor a miel en la colmena, zumbando también como abejas en panal, le clavó el aguijón de su lengua en el cuello, y fue subiendo, recorriendo kilómetros de piel en sólo dos instantes y medio. Llegó a la boca -fría de tanta respiración entrecortada y ansiosa-, se tiró un clavado y nadó profundo. Salió a respirar, y por las comisuras de los ojos tomó un descanso.
Las bocas dialogaban mientras un par de turgentes labios color cereza y bien aceitados comenzaron a devorar un camaleón con vocación de buzo, un pez resbaloso, un cíclope que con sólo un ojo se abría camino por los túneles de una caverna rugosa. Ella, movida por un furor animal, sujetándose de su toro por los pelos que le cubrían el pecho, o de sus brazos fuertes, daba picotazos ocasionales sobre la superficie de un rostro impávido. Galopó y galopó hasta que su caballo dio un relincho bien fuerte, lanzándola a ella por los aires, ingrávida. Un par de horas después, yo aparecí en el mundo, calladito calladito.
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lunes, 23 de octubre de 2006
Noche 33
¿Han visto los redondeles de costras de lodo que se forman alrededor de los charcos cuando empiezan a secarse? Son huellas de humedades y de tiempo y de la violencia de los elementos contra los elementos. Así, pues, hay costras de ojeras alrededor de mis órbitas oculares: son huellas de humedades y de tiempo y de la violencia de las personas contra las personas. Menos mal que sólo quedan esas huellas en mi cara, y no en mi alma. Ésta, pura e incorpórea -en tanto que ilusoria y fementida-, no sufre ni padece nada. No, nada me duele. Nada.
quisiera dormir,
volver a los sueños como quien hilvana frases de una historia inexistente,
fugaz
flexible
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domingo, 22 de octubre de 2006
Noche 32
Encerrado en la estricta circunferencia de su cansancio -insomne cuando no soñolientamente inquieto-, Adrián prende una vela con un cerillo, pide un deseo y sopla. Pff. Oscuridad.
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sábado, 21 de octubre de 2006
Ligera llovizna nocturna
Amanezco sin saber dónde ni qué ni quién. Paseo la mirada por toda la habitación. Vuelvo a cerrar los ojos. Sueño.
- ¿Has visto cómo duerme?
Despierto nuevamente. Todo sigue igual. Nada se ha movido. Vuelvo a cerrar los ojos. Sueño.
- Tiene la cara de un maldito ángel.
Despierto nuevamente. Algo se talla contra la ventana del cuarto. No puedo levantarme. Vuelvo a cerrar los ojos. Sueño.
- Los gatos están en celo otra vez.
- Eso veo.
Despierto nuevamente. Hay ruido detrás de la puerta. Un olor a comida llega a mi nariz. Incapaz de mover los labios. Vuelvo a cerrar los ojos. Sueño.
- Hice pasta.
- Habrá que guardarle un poco... para cuando despierte.
- Si despierta.
Despierto nuevamente. Es de noche. Alguien ha dejado un plato con comida en el escritorio. No sé qué comida es. Vuelvo a cerrar los ojos. Sueño.
- Me gusta.
- Lo sé.
- A ti también.
- Lo sé.
Despierto nuevamente. Cae una ligera llovizna nocturna.
- Digamos que es un surmenage à trois.
- Deja en paz los juegos de palabra.
- Los dejo en Paz.
- Ahí vas otra vez.
- Fue la última, lo juro.
Vuelvo a cerrar los ojos. Sueño.
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Noche 31
Una mujer sin brazos fue hallada en la carretera federal México-Toluca. Estaba enterrada hasta la cintura. No había signos de violencia en su cuerpo. Sin duda, había sido ella misma quien había cavado el hoyo -cuando todavía tenía brazos-, se había metido en él y se había encargado de volver a meter la tierra al agujero. Luego, con enorme cuidado e indiscutible pericia, y posiblemente ingiriendo grandes cantidades de analgésicos, había cercenado sus brazos, el uno con el otro, simultáneamente. Éstos fueron encontrados a escasa distancia de la mujer: ella dijo haberlos arrojado lo más lejos que pudo, valiéndose de sus muñones. El rastro de la sangre confirmaba su versión de los hechos, aunque quedaran algunas dudas sobre cómo le fue posible mutilarse, ella sola, ambos brazos.
Cuando fue interrogada por la policía sobre su comportamiento, respondió con esta frase, por demás lacónica:
- Nunca supe abrazar de veras, así que me arranqué los instrumentos con que miento.
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viernes, 20 de octubre de 2006
Noche 30
Asalto de madrugada. Despierta envuelto en agua, vendado en sábanas, los ojos disparados hacia el techo y pronunciando en un resuello
- ¿qué pasó?
mientras va tentando la cama para ubicarse, para saber dónde está, quién carajos es. Intenta apaciguar al caballo que le corre a galope en el pecho. Intenta pensar, serenarse. No lo consigue. Una luz entra por la ventana. Una lucecita violenta que se estrella de lleno en su cara. Algo suena. Lejos, menos lejos, cerca. Algo como cucaracha o marcador de béisbol.
- ¿quépasa-quépasa-¡quéseso!?
Lo alcanza a ciegas y sin ver dónde, lo tira, lo deja caer. Sigue sonando.
ti-ti-ti-tit
ti-ti-ti-tit
ti-ti-ti-tit
No sabe levantarse ni sabe si antes lo sabía y lo ha olvidado. No sabe aún su nombre, no sabe si está solo y si ser solo es condición de su naturaleza. No sabe
- nada.
Alguien lo ha matado en un sueño y ahora simplemente ya no es.
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La añoranza
Por primera vez en diez años, quiero ir a Torreón.
Me haré a la mar, sola, sucia la cara, sin cambios de ropa.
Surcaré las bolsas de aire y llegaré mareada, hastiada de tanta estrella marina encontrada en lo alto del mar.
De pie, sin titubeos, los labios partidos y el corazón hecho mierda, miraré de frente al desierto, le hablaré al oído, lo insultaré con voz fuerte y me iré a beber un hojasé con él, llorando en el hueco de su hombro, abrazada y tiritando de rabia.
El destierro es desierto y es hambre: sol del desierto que arde.
Buscaré a los poetas que reptan entre las piedras, y me haré hombre con ellos, y cogeremos en la noche tórtolas para desplumarlas, locos todos, y ebrios, fantasmas muertos, no queda nadie, ninguno de ellos, todos se han ido.
Estamos muertos, qué importa, vamos al puente hasta volver a estar vivos.
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15 de febrero, 2002
Ay, dichosa adolescencia atormentada,
con su ánimo exaltado y la melena.
Quién fuera tú para sufrirlo todo
otra vez.
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jueves, 19 de octubre de 2006
Noche XIX
El desgaste... desgasta las piedras de por sí desgastadas. Y basta.
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Escena a 110 km por hora
Trepidante sensación
acelerador, fondo
pienso, jamás escribiré nada que valga la pena, nada que permanezca
y el auto ronronea y sigue y rebaso, izquierda, direccional, un honda blanco atrás de mí
pienso demasiadas cosas juntas y, mientras voy pensando, debería llevar una grabadora, una grabadora siempre prendida que pudiera poner en rec en cualquier momento, porque lo que voy pensando es efímero y fugaz y para cuando llego a la máquina todo se ha ido, se disolvió en el aire, se convirtió en aire,
se hizo nada
de todas maneras no vale la pena conservar ya nada porque el arte y sus reglas y por sus reglas el arte ha cambiado hace ya un tiempo,
y ahora mi vida es arte
con mi muerte, morirá lo que haya hecho, lo que soy, todo
un cuerpo,
un cuerpo incierto, blando, tal vez demasiado blando
tres cuerpos juntos, avanzando con enorme lentitud tortuga
y yo a cientodiez kilómetros por hora, pensando en una escena así, en aceleración constante.
Un cuerpo incierto, como incierto es el destino...
Thurp.
Volar por los aires, salir disparado o estrellarse contra el parabrisas. No hay sangre visible -las bolsas se han roto por dentro y el derrame es mortal, irremediable, adiós-, sólo una multitud azorada con rostros en espasmo, mujeres que gritan alrededor, y sus hijos chillando, y yo conduzco a 110 kilómetros por hora, llego al semáforo, me detengo y digo no, no me limpien el parabrisas, a esos tipos asquerosos con playeras ennegrecidas, no traigo cambio. Verde: lección número uno.
"Thurp": ése debe ser el ruido que hace un cuerpo incierto, blando, tal vez demasiado blando, al estrellarse contra la defensa y luego contra el cofre y el parabrisas de un auto que vuela a 110 por una avenida en zona de hospitales.
Thurp.
Qué vértigo.
Qué vida.
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miércoles, 18 de octubre de 2006
martes, 17 de octubre de 2006
lunes, 16 de octubre de 2006
domingo, 15 de octubre de 2006
Noche XXV
Un altero de papeles sin ordenar.
papel
papel doblado
papel con anotaciones a mano
recibo telefónico
estado de cuenta
papel
post-it
Dos alteros de trastes sucios.
uno
de
vasos
y
platos chicos
otro
de
cubiertos
y
tazas
y
platos grandes
Tres alteros de ropa arrugada.
pantalones
pants
jeans de mezclilla
pantalones
playera roja
playera gris
playera blanca
playera El Inquilino
blusa delicada (lavar aparte)
calzón
brassier
calcetín amarillo
calcetín con agujero
tanga (¿de quién?)
calcetín con agujero 2
Cuatro alteros de recados.
recado urgente de tu jefe
recado urgente de la prepa
recado urgente del casero
recado importante de tu mamá
recado importante de Adrián
recado confidencial
recado confidencial
recado privado
recado inclasificable: "...abes? estoy hasta la madre de ti, de tu trabajo, de que siempre sea yo lo último en tu agenda, de que no llames, de tu indif/pip-pip-pip-pip-pip-pip-pip-pip".
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sábado, 14 de octubre de 2006
Noche XXIV: bright side of the moon
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wrong side of the moon
Despiertas y, ¿dónde estás?
Unas piernas de mujer / tus piernas de mujer.
Unos labios de mujer / tus labios de mujer.
Cabello de mujer / tu cabello de mujer.
Realidad reiterada sobre un colchón matrimonial. ¿Dónde estás? ¿Dónde, cómo fue que, con quién?
***
Parpadeas levemente y estás sola.
Parpadeas otra vez:
- holamor
Parpadeas: vacío.
Parpadeas
- tuve pesadillas
Parpadeas: silencio.
***
La luna, las mareas, el mareo, las mujeres. Los ciclos. A partir de ahí, podrías inventar cualquier cosa. La verdad es que te sientes ligeramente incómoda. (El espejo se rompió; las esquirlas se te clavan en el cuerpo.) Giras sobre tu costado y oyes rechinar la madera. Un día nublado en la ventana.
No lloras.
Llueve.
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viernes, 13 de octubre de 2006
Noche XXIII
¿Cuándo fue la última vez, Adrián? ¿Cuándo sentiste las ácidas mareas subiendo por tu tórax? ¿Cuándo? ¿Cuándo odiaste? ¡¿Cómo?! ¡Odiar! ¡Odiar con las entrañas cuanto existe, se mueve o es! ¡Cuánto odio!
A veces no puedo dormir. Otras veces finjo que duermo, pero en realidad estoy huyendo. Huyo de mí, fuera de mí, a otra parte. Lejos. Lo más lejos que se pueda. Tan lejos que ya no pueda verme. Y luego caigo, medio desmayado, medio vivo. Siempre prendo un cigarro, por cliché, por costumbre o por gusto. Y escribo. Algunas veces me da por asomarme a la ventana. Entonces suspendo todo pensamiento y ya no juzgo. Ya no me juzgo. Juzgo a los otros, los describo, los ajusto a una oración compacta (sujeto-verbo-predicado), una oración que no se ande por las ramas porque su intención es desnudar a las personas, acribillarlas, mutilar en ellas lo que a mí me duele. Tú muere: tú, joto barrigón; tú, animal iletrado; tú, pasivo injerto social; tú, estólido irresponsable; tú, asesino; tú, violador. Tú. Tú muere. Luego me canso de andar de carnicero, regreso al sofá, abro una coca-cola en lata, a mano el control remoto, un garrafón con agua, mi bote de quiútips. Abro la televisión en cualquier canal, empuño un cotonete y me limpio. Los espacios que hay entre los dedos de los pies. Los oídos: el conducto auditivo externo, casi hasta el tímpano, y detrás del pabellón. La nariz. Los pliegues que se forman en los párpados. El ombligo. Los pliegues que se forman en el escroto, debajo de mis testículos, alrededor de mi pene. Mi ano. Ocho quiútips en total, que arrojo a la basura uno por uno. Limpiarme me da la sensación de estar limpio. Lo cual es sólo una sensación. Nunca estaré limpio. Nunca.
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jueves, 12 de octubre de 2006
Noche XXII
El eterno retorno: la gripa.
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... por favor, permanezca
- en la línea... su llamada está siendo atendida... por favor, permanezca...
¿Llegará el día en que nos habremos quejado lo suficiente de la telefonización de la atención al cliente que, además de resultar en una cacofonía, nunca satisface a nadie, ni a quien está del lado real de la línea telefónica -a quien de ahora en adelante llamaremos "EL CLIENTE"- ni a quienes brindan el "servicio" (estas comillas son sólo un pequeño sarcasmo)? Nos quejamos con la voz que nos atiende -a quien de ahora en adelante llamaremos "LA OPERADORA", así se trate de un hombre-, que expone las razones de la compañía. Ésta, la compañía, es siempre etérea, incorpórea, impersonal. Dios. Lo peor viene cuando esa señora que se estaba pintando las uñas un minuto antes, plácidamente sentada frente a un viejísimo escritorio de triplay forrado en imitación caoba, se nos pone al brinco. Nos pide, entonces, que volvamos a marcar al número que digitamos cinco -diez, quince- minutos antes, y que volvamos a escuchar el interminable y siempre incompleto menú, donde jamás aparecerá la opción que buscamos. Si queremos cancelar la contratación de un servicio -que, por otra parte, nos fue enjaretado sin preguntarnos-, ¿qué opción elegimos? Haga sus quinielas:
a) Contratar servicio
b) Servicio al cliente
c) Reportes sobre su cuenta
No importa que "EL CLIENTE" haya estudiado un doctorado en Berlín, que haya tomado cursos y desayunado en el IPADE. Esto o nada, lo mismo da: la operación vía telefónica no puede resultar bien. Es peor que una cita a ciegas, y me atrevería a decir que incluso visitar al proctólogo puede ser más placentero que la tortícolis segura que tendremos después de media hora de espera con un teléfono entre el cuello y el hombro (ok, ok, no tanto). A menos que, claro, uno tenga la suerte de agarrar a Clodomira Téllez, Gustavo Andrade -o como quiera que se llame "LA OPERADORA"- de buenas. Lo malo es que "LA OPERADORA", por definición, es una persona que jamás está de buenas. ¿Cómo podría estarlo, con esas condiciones de trabajo? Servir a un cliente que jamás va a pedir lo que ella puede hacer.
Al fin lo tengo: número de cancelación, 50241212. Sólo me tomó... quince minutos.
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miércoles, 11 de octubre de 2006
Descubrimiento
En un descuido, vine a parar con una escritora. No confundir, por favor, con esas personas que dicen escribir y abren un blogcito para desfogar sus ínfulas literarias, ni reducir la magnitud del hallazgo suponiendo que es una entre tantas. No, no. Ella es una escritora, sí, ella es dueña de las palabras. ¿Cómo decirlo? Las tiene asidas por el rabo, las pone a girar como locas sobre su cabecita migrañosa, les da la vuelta, las avienta al cielo para que se empapen de cúmulonimbos, las adereza con joyas, las pervierte y redime con un gesto, se acuesta sobre ellas, les hace el amor y, al final, las deja caer como un cuento, entre sábanas sucias de un hotel de paso, o esculpidas en mármol, o revueltas con ensalada. Yo, que soy leo y leo, que me enamoro de las palabras de otros, me perdí entre dos renglones suyos y me zambullí en el punto de enmedio. Y ahí quedéme, perdida por siempre.
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Post-intempestivo
Día despejado. 7:20 de la mañana.
Así, callada, tranquila. Tus ojos cerrados, tu boca, tu piel. Toda tu piel me hace falta, toda. Eres perfecta así, y también luego, y antes. Pero sobre todo tus ojos, tus ojos. Lo primero de ti son tus ojos quedos cuando ves a media luz, tus ojos gritones, el café tostado de tus ojos. Y tus olores, tus escandalosos olores por el cuello, la espalda, las corvas, los pechos. Olerte es saborearte. Comerte. A bocados pequeñitos, meterte en mí. Tenerte dentro. Llevarte conmigo. Te huelo y eres mía.
Se cierra la puerta y el cuarto vuelve a quedar a oscuras. Romina se pasea por el borde de la ventana, y no maúlla por no despertarla.
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martes, 10 de octubre de 2006
Noche veinte
Los personajes de este blog no hemos dormido últimamente y, por lo tanto, estamos alterados. Y tomamos red bull. Y nos alteramos aún más. Y pensamos en el vacío, en la atracción por el vacío, gritamos y damos pataletas al aire. Como niños que retozan sobre la hierba, sólo que veinte años mayores: un tanto más ridículos resultan los movimientos, aunque la proporción de las extremidades es más armónica (los bebés siempre me han parecido deformes, no offense).
La noche se ahonda y me traga. Adiós.
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domingo, 8 de octubre de 2006
Noche XVIII
Tengo sed. Voy por un litro de agua. Regreso. Deambulo un poco por la habitación. Veo unos papeles. Los acomodo. Mi adoración por el orden es absoluta, y sólo se arredra cuando se trata de ordenar mis propios pensamientos. Si fueran un papel... si estuvieran escritos, dibujados, convertidos en mapa o esculpidos de algún modo. Pero no, son ideas, vagas ideas acerca de algo que no puedo escribir, no puedo, no, ¿cómo escribir...? Me asomo a la ventana y miro. Lanzo la mirada hacia afuera, y no cae por el hueco del edificio, sino que vuela y llega, sin pestañear, hasta la ventana de enfrente. Si tuviera manos, abriría esas persianas. Si tuviera manos... Pero no las tiene, no. Sólo se estrella ahí, y regresa a mí, a verme a mí por dentro, a revisarme la cabeza desordenada y sucia. Polvorienta cabeza mía, no hay plumero para sacudirte. Un cigarro más. El último. Sólo uno más y ya está, a terminar el texto en media hora. Menos, veinte minutos, o...
pzit
...
fffff
... no terminaré nunca. Me falta agua. Me estoy secando. Se me secan los pensamientos. Agua, porfavor, un poco de agua para este miserable. Nueve horas sin descanso. Mi cuerpo clama, mi mente pesa del lado izquierdo. La razón teórica, la lógica esquemática, el duro y frío racionalismo cartesiano. El occidente de mi cabeza se queja. Está harto. Quiere salir por piernas. Huir.
grmiou
muauu
rrrmiau
Un gato. ¿Qué carajos hace un gato o cómo fue que, de dónde llegó hasta la ventana? Hasta mi ventana. Bschito, bschito. No, no hay lugar aquí para ti.
muiau
No, vete. Oquei, no. Entra, pues, si tantas ganas tienes. Entra, que no hay nada que te vaya a gustar. Date una vuelta, anda, olisquea por ahí, afílate las uñas, desgarra mis papeles, rompe mi maldito orden. O... eso, sí, échate a dormir en mi cama. ¿Te gusta? Es tuya. No creo llegar hasta allá esta noche. Be my guest.
¿Qué carajo le pasa a Adrián? ¿Qué o quién lo trae así? Me niego a hacerme responsable por personajes que no entiendo.
Por cierto, en el edificio de enfrente, Pojmanski y su mujer discuten acaloradamente. Ya van más de diez veces que alguna de las dos hace girar la piedra rugosa del encendedor rojo para enseguida presionar la palanca del gas y así producir una llama con la cuál darle luz a un cigarro. ¡Cómo fuma la gente cuando se enoja! No, perdón: ¡cómo fuma la gente que fuma cuando se enoja!
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Sobre "Noche XV"
Cuando las decenas de personas que enviaron sus condolencias a la familia del supuesto esgrimista occiso supieron, por medio del mismo periódico que publicó sus obituarios, que no había muerto, enviaron -todas ellas, aunque cada una por su parte- nuevas misivas para ser incluidas en la edición dominical del diario. Después de todo, no era difícil creer que Lorenzo (Rubén Lorenzo) hubiera muerto en una clase, según lo contó una de sus amigas: quienes lo conocían de cerca le apodaban el Timothy Treadwell de la esgrima mexicana, dada su sabida y suicida costumbre de competir sin careta. Qué bueno que sigue con vida, o que la vida sigue con él.
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sábado, 7 de octubre de 2006
Noche XVII
Una mujer -el cabello suelto como bufanda, negra, espesa- mueve su muñeca como aprendió a hacerlo en sus clases de piano. Dedos ágiles, dedos libélulas. Dedos de novia. Presiona, libera, presiona, libera. Sus ojos puestos en la partitura.
- ... qué te gusta, dime...
Presiona, presiona, presiona. El instrumento se afina.
- ... a mí lo que me gusta es...
Libera, presiona. Aria para una contralto.
- ... y que me beses...
Presiona, presiona, libera.
- ... así... sí... sí...
Presiona-libera: staccato. Diez compases más para el finalle. Notas arpegiadas. Dobles corcheas. Silencio de un compás. A en sordina. Otro silencio. Presiona, presiona. Último acorde, arriba, in crescendo. Y se acabó. Aplausos: una bien merecida ovación de tres minutos: besos, abrazos, humores, sudores.
hace un silencio abisal esta noche
pschit... ffff...
me iré a dormir
Se apaga la luz del cuarto. En el edificio de enfrente, Adrián recuesta la cabeza sobre el cojín del sillón y cae rendido. El cigarro se consume ceremoniosamente en el cenicero, hasta que por fin se apaga. Noche cerrada.
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Cuarta intempestiva
Podría ser Romina. Podría ser yo.
Podría ser Pojmanski con Romina.
Podría ser yo, convertida en Romina,
en los brazos de Pojmanski.
O podría ser la hija de Cartier-Bresson,
también, en una de ésas.
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viernes, 6 de octubre de 2006
Noche XVI
... y cenar, y dormir. Abrir los ojos. Despertar.
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jueves, 5 de octubre de 2006
Noche XV
En los periódicos, los obituarios olvidan el nombre de Mert pero repiten en cada página la muerte de un esgrimista.
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Noche catorce
... y si Ruy Sánchez hubiera estado anoche, viendo a través de la cerradura, olisqueando el aire desde fuera, tendríamos más nombres en el aire, más labios del agua, y los jardines de Mogador serían juego de niños junto a los nuestros. Pero no, ni él ni nadie supo nada. Fue la reconciliación del sol con la luna.
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miércoles, 4 de octubre de 2006
Tercera intempestiva
Henry & June
Director: Philip Kaufman
País: EU
Año: 1990
Intérpretes: Uma Thurman como June, Maria de Medeiros como Anaïs Nin.
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martes, 3 de octubre de 2006
Noche trece
Los cuerpos, separados, se vuelven a unir. La noche reposa. Las mentes, inquietas, sufren pesadillas. No importa: por la mañana te besaré en la mejilla. Luego me iré.
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Segunda intempestiva
- Sácate a la fregada.
- Me saco a la fregada.
- Mjm, bai.
Pip-pip-pip-pip. Click.
Oquei, oquei, entonces no. Nadie más. Sólo eso: el cervantino. Cervantes, muerto, me quita a mi mujer. Mi mujer, viva, se ofrece como víctima propiciatoria en el altar de los espectáculos otoñales de Guanajuato. Y yo, yo me saco a la fregada.
El camión, levantando una enorme nube de polvo, se aleja por la carretera. Volverá el veintidós, el veintitrés o veinticuatro de octubre. Volverá el veintitrés. Seguimos en cuarentena. Y no, Ascatazuna no tenía razón. Cómo iba a tenerla, pordiós, si es una actriz italiana, bien fashion.
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Intempestiva matutina
¿Se fue? ¿Me fui yo? ¿Alguien me puede explicar qué pasa conmigo? ¿En qué novela donde yo sea un personaje, bien sea secundario o simple comparsa, se cuenta la verdad sobre mí?
La alcancé en la parada que está junto al hospital, cuando el autobús estaba a dos minutos de arrancar. El auto volaba por la avenida, a más de ochenta kilómetrosporhora. Me gusta hacer ese tipo de cosas: rechinar llantas, hacer berrinche que implique riesgo, en una de ésas morir. Dejé el auto prendido, y en la radio sonando una canción de Andrés Calamaro. Me parece que era, ya saben, la que descubrí hace unos cinco años en circunstancias aún más desgarradoras. Todavía una canción de amor. Las llaves quedaron colgando en la ranura del encendido mientras yo, de golpe, abrí la puerta, me bajé. Tzaz. La azoté a mis espaldas y no sé realmente cómo transliterar el ruido. Intenté atender a ese detalle, pero Uncometa se estaba yendo. Caminé, primero como quien tiene todo el tiempo del mundo, luego trotando apenas, un trote ligero y con estilo -es mi película, pensé-, y finalmente corriendo. "¿Le grito o me pongo a su lado hasta que me sienta?". Los bufidos de mi mala condición física se me anticiparon, y me oyó cinco metros antes de que le rozara el hombro con una mano.
- Siento que te estoy quitando el tiempo.
Pero, bueh... ¿quién se ha creído que soy? ¿Una incapaz que no puede decidir con quién quiere estar? ¿Alguien sin voluntad? ¿Un bruto?
- Tomemos un break.
Llego a este punto de la narración a trompicones, sin saber exactamente quién dijo qué o cuáles fueron las palabras que Pojmanski me espetaba, unas con rabia, otras discretas. Para mis adentros, en secreto, muy en secreto, mi mente de actriz registraba las intenciones. Esto no lo digo casi nunca. Es como cuando Capote confesaba a sus amigos que los había convertido en literatura. Es inmoral. Y sin embargo, necesario. No, necesario no. Inevitable. Pero, bien, vuelvo. Apenas llego a este punto de la narración cuando Ascatazuna, la impertinentemente atormentada actriz italiana, abre la boca y me lanza una de esas miradas que podríamos llamar "¿eres-pendeja-o-te-haces?".
- Quiere salir con alguien más. Para eso son los breaks.
El ventrílocuo, un larguirucho con barba de candado, chistoso hasta las lágrimas, mueve la cabeza de arriba a abajo. Sí, también. Él lo cree. Él mismo ha pedido un break recién ahora. Para eso. Vaya. Qué estúpida que fui. Lo vi venir. Y todo por no saber quién carajos es Anaïs Nin.
Y entonces me encierro en un caparazón de nopasanada, acelero a cientodiez, abro la ventanilla y raspo la palma de mi mano contra la corriente de aire, cantando canciones de Muse que me hagan sentir menos mierda:
Starlight
I will be chasing your starlight
Until the end of my life
I dont know if it’s worth it anymore
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María Fernández-Aragón
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lunes, 2 de octubre de 2006
Noche doce
... el amor es igual que un imperdible
perdido en la solapa del azar...
La voz de Calamaro, de adolescente desbocado, suena en un auto viejo estacionado afuera de la ventana de la habitación número 5. Ahí cerca, una pareja discute acaloradamente. El calor evapora los charcos que dejó la llovizna nocturna. Bochorno. Una de las mujeres abraza a la otra. Las mejillas de esta última se cubren con lágrimas.
... que te sigo debiendo todavía
una canción de amor...
A través de la cortina desgastada, la enfermera observa toda la escena, mordiéndose las uñas. Nunca en su vida había visto algo semejante, y por eso se detiene un instante más. La mujer que llora viste unos pantalones deportivos y una ajustada blusa blanca, sin mangas. Es linda, mucho. Incluso a la distancia destacan sus enormes ojos negros, sus cejas. "Ay pobrecita" -murmura la enfermera-, "¿qué le habrán hecho?", mientras con los dientes se arranca un padrastro del dedo anular. Ahora la otra mujer, que viste jeans y playera amplia, le da un pequeño beso ¡en los labios! a la que lloraba. La de los ojos negros da la vuelta, nuevamente se cambia el bolso de lado -cosa que ha hecho ya en tres ocasiones-, y camina hasta el final del estacionamiento, donde un autobús la espera ronroneando. Sube sin voltear atrás. La otra se ha quedado varada a unos tres pasos del auto.
... vivir sin ti es dormir en la estación...
Mert, por supuesto, agoniza a espaldas de la enfermera. En el umbral de su conciencia, unos lentes oscuros bajo una tupida melena le hacen señas. La punta encendida de un cigarro, el humo. Lo llaman por su nombre. "¿Jesús?" -se pregunta, idiotizado por los medicamentos-, "¿eres tú?".
... que te sigo debiendo tooodavía
una canción de amoooor...
La imagen que la enfermera observa desde la ventana se ha congelado, ni una hoja se mueve. Un sonido sordo. El camión avanza, y los destellos de sol que se reflejan en los cristales entran sin permiso a la habitación. Como electroshocks, despiertan y vuelven en sí a la enfermera que, succionando las gotas de sangre que salpican los bordes de la uña de su anular derecho, gira sobre su eje. Desde hace un par de segundos el corazón de Mert también está congelado.
Tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiit.
... todavía
una canción de amor
todavía
una canción de amor
todavía...
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domingo, 1 de octubre de 2006
Noche once
Y bien... tenía que ser así. Esta vez no llegó ningún hombre bienvestido, nadie colgó su sombrero en el perchero, no quedaron frases pomposas retumbando en estos mis oídos. Sólo que de pronto, una mañana, abrí los ojos, primero despacio, despacito para ir asimilando el golpe de realidad, y después más, mucho más, como ojos de venado asustado que husmea con, vaya, con los ojos. Frente a mí, un hueco. Detrás de mí, el suelo de madera, ése, el que rechina con los pasos. Claro que yo, por la costumbre, estaba al borde de la cama, del lado derecho -aunque esto, claro, sólo lo hubiera sabido yo: ella... bueno, ella hubiera dicho "s...ajá, del lado que tú digas". Da lo mismo. Todos somos disléxicos para el universo, que no tiene izquierdas ni derechas, buenos ni malos, arribas o abajos (farewell a la moral decimonónica). Lo único que existe es lo que ven mis ojos ahora: el vacío. Y lo que traigo en las entrañas: dolor confundido con náuseas. Me he convertido, a fuerza de madrazos, en una empirista británica anclada en costas mejicanas.
Por un mecanismo de defensa estúpido, o todo lo contrario, y una vez que mis ojos registraron y mi cerebro invirtió e interpretó la imagen -"estás sola", me gritó desde dentro, el muy soberbio, el grisáceo contenido que comanda lo que soy desde el cómodo aposento de mi inofensivo cráneo-, giré sobre mi hombro y caíme de la cama. Rodé unos cuantos metros diciendo el típico parlamento que va acorde con la acción: auch, carajamadre, idió, siserependé and such. Me levanté, recogí mi dignidad, la sacudí y la tendí sobre las sábanas. Me asomé a la ventana. El mar. Sobándome la cabeza, caminé hacia la puerta, la abrí con tiento y -ahora imaginen esto desde una cámara situada en el pasillo- deslicé mi despeinada testa por la rendija. Plano: mi alargada crisma que se asoma, como un muppet, buscando algo. Contra-plano: la nada. Vuelta al plano original: bajo la vista, reparo en la manija y veo el discreto e inútil letrerito colgando, mofándose abiertamente de mí con sus letras bien grandotas:
Still
Do not disturb
epidemia: peligro de contagio
Pero una nueva leyenda, reciente como mi asombro, aparecía impresa con la fina caligrafía de una mujer hermosa (la letra, señoritas, lo es todo):
nos vemos el 24 de octubre
Veinticuatro de octubre /
putasmadres /
falta mucho /
qué se supone que yo haga mientras tanto /
por qué se va /
a dónde /
con quién /
será que... /
Cabizbaja y meditabunda, entréme nuevamente, encerréme. Cavilando, sí. Devanándome los sesos, también. Y todos los sinónimos y expresiones similares que su mente -la de ustedes- pueda elaborar, sí. ¿Qué pa...?, o bueh... ¿qu'híce io?... Etcétera. Los problemas de dicción que padezco en casos límite son fascinantes. Pero no tiene caso compendiarlos, no, si no está ella para traducirlos a grafías. No. Qué caso tiene, me repito. Qué caso tiene.
Hice rechinar la madera del piso reptando de regreso hasta la cama. Mi diestra -con la que escribo, Pojmanski, ésa- asió mi dignidad, la cual reposaba augustamente sobre la maculada sábana ya-no-tan-blanca. La zarandeé con rabia, la vapuleé con fuerza y finalmente la azoté contra el piso. Qué caso tiene... Mi dignidad comprendió que lo más conveniente era largarse, y lo hizo. Empacó rápido sus cosas -¿qué cosas, me preguntaba, podía tener la dignidad?, pero esto fue antes de que la mía se largara-, se puso frente a mis ojos que para estas horas ya eran géisers, y con voz muy grave, dijo:
- Chau chau.
Y -ella también- abrió la puerta sin hacer ruido: se fue.
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sábado, 30 de septiembre de 2006
Noche diez
Un incendio prendió entre los matorrales. Nadie acudió a apagarlo porque a nadie le importa que arda el desierto.
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Noche diez, previo
Atrás de un arbusto, escondidos, ahí están mis celos. Agazapados. Fieros. Con sus ojos de lumbre. Me escondo detrás de una roca, sudando. Volteo a ver el territorio: todo descampado, ni un hoyo donde esconderse. Es un duelo. Habrá sangre. O fuego. Alguno de los dos vencerá. Y no seré yo, por cierto.
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viernes, 29 de septiembre de 2006
Nueve y media noches
- ... si quieres que lo haga, yo...
Ella, de pie frente a mí, apaga el cigarro en el piso de baldosas romboidales que, de alguna manera, hacen una figura muy parecida a la de su escote. Pasa un volkswagen plateado sobre la calle estrecha. Me quedo mirando -idiotamente, por supuesto- los rines de las llantas hasta verlos desaparecer. Mientras tanto, ella toma vuelo. Después de haber soltado alguna frase lacónica del estilo "vete que hace frío", desaparece tras el cristal.
- ... yo puedo hacerlo, claro. Porque te amo, claro. Hasta mañana.
* Nota al pie:
El encendedor rojo, aún extraviado.
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Novena noche
Un triste imitador. Un muy lindo rubio al que su mamá le enseñó a cantar cuando tenía cinco años. El bien portado, el educado, el simpático. El niño con los pantalones cortos en esa foto de la cartera, abrazado por una mujer delgada y también rubia. Mert, Manuel. 29 años. Soltero. Con domicilio en Viena.
Coma profundo en una cama de hospital en Ciudad Victoria.
Primero fue la fiebre, los abigarrados delirios nocturnos tendido en esa sucia cama de hospital, la profusa sudoración. Luego, una tarde, algo se fundió y sus músculos dejaron de moverse como títeres electrizados. Se quedó estático. No tenso. Sólo así, en standby. Dos días después, ya se le habían llagado los omoplatos, los talones, los glúteos, los codos. Problemas de la piel sensible.
Ahora que cae la tarde y que la enfermera en turno entra arrastrando los pies a la habitación 5, y a pesar de que nada ha cambiado en la disposición del convaleciente, se respira algo distinto en la atmósfera. La roma inteligencia de la enfermera no alcanza a percibir el suave olor a muerte, aunque su sensibilidad sí capta el cambio en el aire y, movida por ello, voltea hacia el ventanal abierto, donde ondea la cortina luida y transparente. De golpe, cierra la ventana. Y se va, reptando pesadamente por los pasillos.
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jueves, 28 de septiembre de 2006
Noche siete y media
Ocasionalmente, el crujir de la madera coincide con una exhalación llena de ayes, o con una inhalación cargada de ihhhs. Con el ritmo sincopado, la cabecera de la cama acompaña, y un murmullo lejano de barcos sirve de basso obstinato.
Do not disturb
(al margen, y con caligrafía dispareja)
epidemia: peligro de contagio
Da capo hasta el agotamiento.
(a mano, margen superior, con delineador de labios marrón)
Still
Do not disturb
Duerme Pojmanski, curvada sobre el espacio-tiempo. Son infinitas sus maneras. Pasearme, perderme en los desiertos de arena mojada que me rodean. No había conocido antes alguien que fuera fugaz y que hacia adentro se abriera como una granada sin fin, compuesta por un millón de piezas que sólo en ella se ajustan a la perfección, que en cualquier otro lugar causarían extrañeza, asombro, prurito o mero desconcierto. Como sus dos ojos por los que respira como pez. Como su boca... que no puedo describir, no me atrevo. Como los dedos de sus pies y sus manos, y sus pezones como castañuelas mordiéndome la espalda.
Duerme mi cometa fatigado, duerme. Aun soñando estaré prendida de tu cauda luminosa. Duerme... duerme...
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miércoles, 27 de septiembre de 2006
Noche siete
No tantas palabras. Shhhh. Tu piel es suficiente. Pon la mano con la que escribes en tu boca. Abre los labios, aspira el aire. Me tienes.
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martes, 26 de septiembre de 2006
Sexta noche
Ardua noche de trabajo para Severino Pérez. Patrullando en el malibú desvencijado, propiedad de la policía municipal, Severino se mantiene despierto gracias a los chistes obscenos de su compañero, a los cafés de algún sevenileven y a los juegos de su celular (un Nokia viejísimo que le regaló su hija hace dos años). Son casi las tres de la mañana. La ciudad duerme, y Severino se contagia, por encima de su gripa, de sueño. Los párpados suben de peso en un tris, la visión se nubla, los músculos se distienden. Un hilo de gelatinosa saliva escurre desde la comisura del labio hasta su mentón. La cálida sensación de su baba lo despierta. Como si existiera el destino, en ese momento la patrulla va pasando, a menos de 20 kilómetros por hora, frente al número 36 de la calle Madero. Su casa. Dos niveles, paredes desconchadas por el salitre marino, rejas que protegen un patio exterior, un renault r5 estacionado en la cochera. Hasta aquí, todo normal. Pero cuando todo debía haber estado en reposo, una luz, una impúdica luz ámbar que se enciende en la recámara matrimonial, sacude los 118 kilos de masa que componen el cuerpo de Severino.
- Oríllate, pareja.
Con delicadeza suprema, como nunca antes había introducido algo en su vida, Severino desliza la llave Alba en la cerradura de la puerta, la hace girar y se oye el chasquido del cerrojo al correrse. Un rechinido enmohecido. El vapor de una casa donde algo está pasando. Severino está a punto de poner el pie izquierdo en el primer escalón de la escalera cuando un sonido seco y un ardor punzante en el bajo vientre lo derriban. Antes de morir, los ojos azorados de Severino debieron haber capturado el fotograma en claroscuro de esa mujer. Después, todo debe haberse convertido en oscuridad y silencio. Tinieblas donde ya ni hay gripa ni sueño ni cucarachas.
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lunes, 25 de septiembre de 2006
Quinta noche
Espagueti de cena y en la cama, tú, tendida a un lado y adentro, muy adentro, también tú. Hibernemos hasta que pase la gripa allá afuera, y déjame dormir otra noche metido entre los pliegues más pequeños de tus labios, en la humedad absoluta, disuelto en agua.
La pandemia se ha extendido con la rapidez de un gamo saltador, y nadie se salva, ni estando fuera de aquí, ni en lugar alguno. La gripa es como el amor: tarde o temprano, todo lo invade. El páramo más yermo, la soledad más acendrada. Todo. La gripa, las cucarachas y el amor, todo es lo mismo. Imperecedero.
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domingo, 24 de septiembre de 2006
Noche cuatro: la ira
Manifiesto de La Redacción
Era una gripa como cualquier otra hasta que La Estólida Vecina -se ganó el apelativo a fuerza de madrazos-, con su voz tipluda refundida en unos jeans con los que pretende verse más joven a sus cuarentaytantos años y sus dos hijos pubertos a cuestas, insultó el progreso racional de la humanidad diciendo:
- ... porque, a ver, ¿qué es más importante: mi coche o tu sueño?
La gripa se convirtio en catarata. Rabia, enojo, temblor de rodillas, odio generalizado y malestar constante más allá de la muerte. ¿Cómo putasmadres va a ser más importante un coche, qué digo un coche, un pinchi chevyverdequesuena, ni siquiera modelo del año, que mi sacrosanto sueño? ¿Cómo putasmadres....? Y, ¿cómo putasmadres puedo vivir en una ciudad donde lo que se estila es morir: baleado, asaltado, vilipendiado u atropellado en millones de formas infinitas, siempre indecentes, siempre poco artísticas, siempre?
Llorar. Abrir las llaves y echarse a llorar casa adentro. Y buscar a Romina como quien busca un consuelo irracional y peludo, calientito, confortable y que maúlla. Y llamar a Uncometa y decirle "estoytriste", y no saber exactamente por qué, y estarlo profunda e irrevocablemente. Triste. Triste me suena a Trieste. Y Trieste me recuerda los años italianos de Joyce. Y Joyce me recuerda a Exiliados, pero sobre todo al monumental y aún no leído Ulises. Y esto me recuerda que tengo 28 años y soy tan jodidamente ignorante como el Mexicano Promedio. No, no es cierto. No soy así de ignorante. Si lo fuera, ni siquiera lo sabría. Saberlo ya me hace un poco menos bruta. Sólo un poco. Lo estrictamente necesario para estar varios puntos arriba en la escala de humanidad con respecto a La Estólida Vecina. Varios, aquí, son mucho más de mil, y la escala sólo va del 0 al 100. Hagan cuentas, considerando que el sujeto A -en este caso, yo- está en un punto con valor positivo. Ella está en números rojos, y tales son sus deudas con el bien común y la paz mundial que alguien debería -¡yaporfavor!- exterminarla, a ella y a todas las de su raza maldita: "Las Estólidas Vecinas que tienen coches con alarmas que suenan tiuuuu tiuuuu tiuuuu tikitikitiki ña ña ña...". Pero en el País del Nopasanada, pues, eso: no pasa malditasealacosa, nada de na-da, hm-hm, nanay.
Ha llovido tanto últimamente... Las gotas de la pluie, pensaba, se desperdician a manos llenas. Pero no, hoy veo que no. No ha habido una de ellas que no se metiera en mí, en mis cavernas huecas donde restalla el eco de tantas ignominias humanas. Y hoy, la presa que soy se desborda y llueve, y llora. Il pleuve. Elle pleut.
Si fuera un falso camaleón de verdad, hoy sabría navegar por encima de las olas.
Esto, y no otra cosa, es tener gripa-convertida-en-ira.
Atentamente,
La Redacción
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sábado, 23 de septiembre de 2006
Tercera noche
Pschit. Se hace la luz desde la punta de un encendedor rojo. Líquido ámbar se desparrama sobre el cuello de mi mujer hasta sus hombros, y la abrasa, la incendia. Ella se sublima y se convierte en fantasma. El deseo se me escapa desde las pupilas eternamente dilatadas, felino agazapado siempre despierto que espera el momento justo para asestar un golpe mortal a la presa. Posición de ataque, músculos en máxima tensión, inmovilidad absoluta. Silencio, calma. Aguardo un poco. Un poco más. Últimos ajustes antes del brinco... pero ella termina de encender su cigarro y todo vuelve a estar en tinieblas. Ahí está ella, lo suficientemente lejos como para entrar completa en la lente de la cámara que la observa, lo necesariamente cerca como para percibir las ondas de calor que expiden sus muslos bien apretados, sus caderas y su vientre. Olisqueo el aire, y el aire huele a ella, o ella está fragmentada en mil partículas que flotan en el aire. Y de pronto me siento diluirme: no estoy ya ahí, no estoy con ella en la imagen, pero mi mujer voltea ocasionalmente hacia donde alguien la mira, por una rendija de irrealidad perpetua, ansiando convertirla en personaje de novela para devorarla toda entera y jamás tener que ir a dejarla ya nunca, no, no más, a su casa y ya no estar, como ahora, sin ella. Pzit, pzit, fsssch. Prendo un cigarro con un fósforo. ¿Dónde diablos quedó el maldito encendedor?
Delirios de una gripa aminorada por los dulcíficos efectos del alcohol. Ella es el alcohol; Adrián, el torrente sanguíneo por donde ella circula con permiso universal.
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viernes, 22 de septiembre de 2006
jueves, 21 de septiembre de 2006
Noche uno
Enferma vienés en Tamaulipas
Atribuyen a la gripa el comportamiento errático del cantante Manuel Mert, encontrado hoy en la costa tamaulipeca. Se investigan las causas del contagio. Temen problemas diplomáticos con Austria.
Agencia de Noticias Irrelevantes
Los falsos camaleones
Elna Vega N. T.
Jueves 21 de septiembre, 2006
22:40 Tras haber recorrido varios kilómetros a pie, y en un estado delirante, el cantante vienés Manuel Mert fue hallado hoy en un basurero cerca de Loma Alta, en la región costera de Tamaulipas.
Llevado de emergencia a la única clínica de salud de la población, se le diagnosticó gripa aguda y se mandó un informe a la capital del Estado, detallando los poermenores de la salud del extranjero.
Entrevistado antes de ser puesto en cuarentena por las instancias sanitarias de la localidad, Mert asesguró haber tenido un sueño en el que una mujer con rostro de nativa le enjugaba los pies con el bálsamo contenido en un recipiente de alabastro. Informó, asimismo, que la dama había alzado "el rostro amenazante, con ceremonia y recato". Según su propia declaración, ella, "bajo una cabellera oscura y lacia, me mostró con gran atrevimiento sus ojos enrojecidos, apenas visibles bajo una piel callosa, y luego adelantó hacia mí unos labios cuarteados que abrió para enseñarme sus podridos dientes. Quería besarme, y lo hizo, arrancándome un pedazo de piel."
Se ha puesto en circulación el retrato hablado de la supuesta agresora del extranjero. Los oficiales de la policía Guillermo Andrade Juárez, de 34 años, y Severino Pérez Maldonado, de 51, han sido acusados por la Embajada Austriaca de "haberse burlado, con ironía extrema, de la pobre situación" de su compatriota al pedir y difundir el retrato de "La mujer de los sueños", como ya se le conoce a la dama entre los habitantes de Loma Alta. Las autoridades de la SRE temen que este asunto ponga en peligro las relaciones diplomáticas entre ambos países.
La policía judicial del Estado investiga los posibles vínculos de Mert con la banda de narcotraficantes conocida como "Niñitos cantores".
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Pandemia
Y ahora, todos los personajes de este blog tenemos gripa. Y nos ponemos en cuarentena voluntaria.
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sábado, 16 de septiembre de 2006
Play
... et lux perpétua luceat ei...
El brazo que, musculoso, jala a Adrián fuera del lago es, sin embargo, femenino. Tendido en el suelo, Adrián siente en el cenit la presencia de unos senos resplandecientemente blancos, dos lunas sin necesidad de sol que se aproximan a su órbita. Respiración boca-a-boca incluida, Adrián abre nariz y garganta en un espasmo para vaciar toda el agua que tragó, que es mucha, que es clara, que es manantial caliente. Las palabras de su cabeza se diluyen...
...tantacalma... amén.
Se acercan de nuevo esos labios rojoespesos a los de Adrián, y no sueltan su hálito ahí dentro, sino que, calmos y con ternura, dejan escurrir un beso que dilata las pupilas hasta que las dos lenguas se abrazan y así trenzadas germinan en preguntas y reclamos y cariños, todo sin soltarse ni un segundo y apartándose apenas un milímetro para decir algo como "tesdtraniétandocabdón".
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Fin de camino
Mert despierta del letargo, se incorpora, escudriña el horizonte -está solo: el negro se ha ido con su dinero- y, como si fuera la consecuencia lógica de lo que ha visto, sonríe, lo cual, por supuesto, le parte por completo los labios y le comienza a sangrar la boca. En total, le sangran siete lugares, todos por razones claramente explicables que, por otra parte, no vale la pena mencionar:
1. Las plantas de los pies.
2. Las rodillas.
3. Las palmas de las manos.
4. La frente.
5. La espalda.
6. El culo.
7. Los labios.
Es horrible verlo así. No lo vean, no, no miren, por favor, no. No lo imaginen siquiera. Da pena verlo así, como desperdicio humano que arroja la marea o vómito celeste mal parido, porque incluso para vomitar hay quienes tienen gracia, algo de estilo, vaya, pero Manuel Mert no es el mejor ejemplo de vomitada estéticamente complaciente. No, no es ejemplo de nada, y hasta Goya se hubiera asustado al verlo. ¡Qué despropósito tan más falto de sentido común! El estúpido de Mert todavía piensa algo... en alemán.
(Traducción del pensamiento de Manuel Mert al castellano).
Un camaleón gigante verdesmeralda y amarillo con dos tiros sobre la nuca derecha qué me dices, eh?, no es grandioso el mar en sotolamarina? y ver que no ha desaparecido nada nada nada, que el cielo es del azul del mar y el mar es azul cielo porque, vamos, no tenemos tiempo, o sí?, para cantar no hace falta un esparadrapo y en sotolamarina tampoco, ni hoy ni nunca ni mañana y para mañana nos veremos cómo no...
Mert, vaya tipo. Necio hasta la pared de enfrente, y en despoblado pues... no hay paredes. Así que un necio irremediable. Sigue andando, con sus ámpulas y pústulas dermáticas, con sus enfebrecidos ojos y sus cabellos rubios flotando alrededor de su cabeza enorme y terca, como aureola pagana de un santo perdedor. Delira, bien es cierto, pero no por esto sus palabras carecen de sentido. El agua salada, estrellándose furiosa contra las piedras, se pulveriza en mil esquirlas de gotas maliciosamente frescas y va y se ofrece como falsa ofrenda a sus lastimadas jambas, heridas por insectos, por arbustos, matorrales y por el sol. Su frente, todavía unámpula con textura de calamar -por qué hablaba él de camaleones y no de calamares, supongo, tiene que ver con una de estas dos razones: a) Mert no conoce los calamares pero sí los camaleones, o b) el autor y/o el traductor han tergiversado el pensamiento del vienés. La mochila anaranjada arañándole la espalda desnuda con tal saña que uno pensaría que, al pisar tierras mejicanas, el muy protestante se ha guadalupanizado, y ésta es la manda con que le da las gracias a la virgencitamorosa: recorrer a pie, sin protector solar, sin repelente de insectos, sin playera, sin rumbo, sin dinero para el taxi, toda la costa del Golfo, desde Veracruz hasta los Yunáited. Pero no, eso no era exactamente lo que hacía.
(En español en el original; pronúnciese con acento extranjero).
Sotolamarina sotolamarín... ¿dónde está victoria, dónde...?
¿Dónde, Mert, crees que está Victoria? (...) No seas imbécil, pordiós, saca el maldito mapa. Sí, ahí, exactamente. Bien hecho. Ahora encuentra el norte. No, tarado, no en el mapa. Si el sol se está poniendo a tus espaldas...
O, qué agotadora tarea ésta de guiar a una voluntad idiota a través de la geografía tamaulipeca. Elevemos una oración por él:
Pobre entendimiento el de Manuel Mert, pobre.
Pobres de sus ojos, pobres.
Pobre santo idiota, pobre.
Pobres manos tullidas, pobres.
Pobre estómago vacío, pobre.
Pobre rodilla lastimada, pobre.
Pobre corazón maltrecho, ...
Pobre corazón sangrante, ...
Pobre joven Werther, ... patético y deplorable. Patético-patético, mil y una veces patético, y me vale que patético no sea la palabra correcta. Para Werther, no podría usar una palabra correcta, no, me niego, basta.
Mert llega a la orilla del acantilado. Es el fin del camino. Éste, se ve, jamás fue boiescáut. Pero, regocijémonos, ha dado la vuelta sobre sus pasos y ahora avanza en la dirección correcta, al este: Ciudad Victoria, 120 km. Así que no es éste el fin final de la historia, no. Quienquiera demostrar lo contrario, que saque su lanza que lo voy a matar.
* Nota del autor (a petición de su conciencia, que vaya que la tiene y grita): Cualquier parecido de los personajes o situaciones de esta historia con la vida real es mera y llana ironía, mala leche o, en cualquiera de los casos, una simple casualidad.
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María Fernández-Aragón
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martes, 12 de septiembre de 2006
Un notentiendo
El amanecer es cosa pasada.
Desde que salió del cuarto de hotel, dejándome el arete sobre los dedos y un olor a dulcesangre clavado en mi nariz como dardo punzante que entra hasta mi garganta, no he vuelto a saber más de ella. Es posible que, para estas horas, ella no exista más. Pienso: quizá nunca existió. Continúo pensando esto durante uno, dos, cinco minutos más. Pienso: ¿podría pensar algo semejante si en verdad ella no hubiera existido?
Las ruedas chirriantes de un carro de servicio que empuja una señora seguramente gorda, morena y sinsonrisa indican la hora exacta: se vence el cuarto de hotel que ella alquiló. Ella firmó. Si su firma sigue estampada en el registro de huéspedes, todas las dudas se habrán disipado al fin. Y entonces no tendré más remedio que aceptar una realidad que me incomoda. Tendré que colgar un notentiendo sobre el recuerdo que ella tan amablemente me dejó, bailando sobre las manecillas del reloj, tal como cuelga del perchero el sombrero de ese hombre bienvestido que vino para llevársela anoche. Luego, caminaré despacio, calle abajo, hasta el malecón. Para ver el mar, sí, pero también para...
Tocan a la puerta.
El letrero con un Do not disturb impreso en arial 30 es, sin duda, una curiosa manera de adornar las puertas en este pueblo analfabeta.
Recojo el arete. Ahora no tengo encendedor y tampoco encuentro los cigarros. Se los habrá llevado... ella. No alcanzo a articular siquiera un "voy" cuando la inexcusablemente gordaysinsonrisa mujer del aseo toca de nuevo en la puerta del 215, y con suavidad exasperante -y un acento británico envidiable- murmura:
- Room service.
En un puf se disipa la imagen tan bien construida que tenía de la señora gordynegra en mi cabeza y, con un suave aletear de faldas anchas, entra y se posa la maripósica silueta de Uncometa sobre mis ojos en cuanto, con la mano engarrotada y casi sin levantarme de la silla en que dormí -muy a medias-, giro torpemente la perilla de la puerta. Detrás de ella, un carro de servicio avanza a paso lento, empujado por la apabullante humanidad de una mujer de enormes carnes, de piel tostada, que voltea y me sonríe. Y yo también.
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María Fernández-Aragón
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martes, 5 de septiembre de 2006
Pausa
amanecemos con
... tantacalma...
después de una tormenta
comoladeanoche
Caen las palabras de Adrián, heladas, hasta el fondo del agua, su pensamiento mudo por un instante. Sólo agua, y flotar en el agua. Y sentirse pez con la inocencia de no tener más que puras sensaciones.
líquidas-sutiles-vanas-blancas-suaves-ligeras
El rozar
de sus párpados
con un par de ojos
húmedos,
el resbalarse
de las articulaciones
en cámara lenta,
lenta,
muy lenta.
Un cuerpo no ya sitiado en su epidermis sino expandido al fin en mil formas. Libre.
Adrián se ahoga.
Publicadas por
María Fernández-Aragón
a la/s
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Irony as a way out
Que Manuel Mert descubriera su vocación suicida en plena canícula, sentado a la sombra de un mezquite desplumado, es casi un buen ejemplo de voluntad idiota. El destino, parece, no tiene horarios establecidos ni rutas comerciales. Si te ha de encontrar, te encuentra. Como hoy que amanecí sin ella -sin ella, me digo, tal vez para siempre- y que tuve el descaro de apuntar y perpetuar en un blasfemo correo electrónico una idea que se me vino a la mente:
Estoy trabajando en cosas de la revista, todo tranquilo, aunque todavía inquieta por lo de anoche. Llamo a un restaurante para pedir fotografías para una sección. Me comunican al gerente. Expongo el caso. Me pide, entonces, que llame a la persona encargada de esos asuntos. Se llama...
Mert cae desfallecido -disculpen la distracción: algún signo debió haber mostrado, pero no lo vi por estar pensando en otras cosas-, la frente hecha una ámpula con textura de... de... de ese animal que parece pulpo pero que es otra cosa, y que se come, a veces empanizado. Yo le pongo limón. (...) Yo le pongo limón a todo. Calamar. Una ámpula en la frente con textura de calamar.
¿A quién engaño? No puedo concentrarme en el estúpido vienés ni en el negro que dos o tres posts atrás lo acompañaba ni en su ubicación geográfica ni en nada. Un acto de desaparición circense es lo que me tiene con elalmaenvilo, diría mi abuela, y ella lo escribiría así, todas las letras bien pegaditas, no se nos vayan a perder. Puedo evitar darme cuenta de su desaparición si acaso yo lograra desaparecer antes. No antes, ya no. Debería decir: también. Desaparecer también. Y eso de la desaparición, por cierto, lo piensa ahora el estúpido vienés de Manuel Mert. Su vocación suicida, por otra parte, es algo que tenemos en común. Él, idiota; yo, doblemente idiota: no vivo en Viena, no sé cantar y todavía no aprendo a desaparecer. A veces ni siquiera recuerdo un desayuno de martes por la mañana. Cuatro veces doblemente idiota. A esfumarme aprenderé.
Publicadas por
María Fernández-Aragón
a la/s
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