Mert despierta del letargo, se incorpora, escudriña el horizonte -está solo: el negro se ha ido con su dinero- y, como si fuera la consecuencia lógica de lo que ha visto, sonríe, lo cual, por supuesto, le parte por completo los labios y le comienza a sangrar la boca. En total, le sangran siete lugares, todos por razones claramente explicables que, por otra parte, no vale la pena mencionar:
1. Las plantas de los pies.
2. Las rodillas.
3. Las palmas de las manos.
4. La frente.
5. La espalda.
6. El culo.
7. Los labios.
Es horrible verlo así. No lo vean, no, no miren, por favor, no. No lo imaginen siquiera. Da pena verlo así, como desperdicio humano que arroja la marea o vómito celeste mal parido, porque incluso para vomitar hay quienes tienen gracia, algo de estilo, vaya, pero Manuel Mert no es el mejor ejemplo de vomitada estéticamente complaciente. No, no es ejemplo de nada, y hasta Goya se hubiera asustado al verlo. ¡Qué despropósito tan más falto de sentido común! El estúpido de Mert todavía piensa algo... en alemán.
(Traducción del pensamiento de Manuel Mert al castellano).
Un camaleón gigante verdesmeralda y amarillo con dos tiros sobre la nuca derecha qué me dices, eh?, no es grandioso el mar en sotolamarina? y ver que no ha desaparecido nada nada nada, que el cielo es del azul del mar y el mar es azul cielo porque, vamos, no tenemos tiempo, o sí?, para cantar no hace falta un esparadrapo y en sotolamarina tampoco, ni hoy ni nunca ni mañana y para mañana nos veremos cómo no...
Mert, vaya tipo. Necio hasta la pared de enfrente, y en despoblado pues... no hay paredes. Así que un necio irremediable. Sigue andando, con sus ámpulas y pústulas dermáticas, con sus enfebrecidos ojos y sus cabellos rubios flotando alrededor de su cabeza enorme y terca, como aureola pagana de un santo perdedor. Delira, bien es cierto, pero no por esto sus palabras carecen de sentido. El agua salada, estrellándose furiosa contra las piedras, se pulveriza en mil esquirlas de gotas maliciosamente frescas y va y se ofrece como falsa ofrenda a sus lastimadas jambas, heridas por insectos, por arbustos, matorrales y por el sol. Su frente, todavía unámpula con textura de calamar -por qué hablaba él de camaleones y no de calamares, supongo, tiene que ver con una de estas dos razones: a) Mert no conoce los calamares pero sí los camaleones, o b) el autor y/o el traductor han tergiversado el pensamiento del vienés. La mochila anaranjada arañándole la espalda desnuda con tal saña que uno pensaría que, al pisar tierras mejicanas, el muy protestante se ha guadalupanizado, y ésta es la manda con que le da las gracias a la virgencitamorosa: recorrer a pie, sin protector solar, sin repelente de insectos, sin playera, sin rumbo, sin dinero para el taxi, toda la costa del Golfo, desde Veracruz hasta los Yunáited. Pero no, eso no era exactamente lo que hacía.
(En español en el original; pronúnciese con acento extranjero).
Sotolamarina sotolamarín... ¿dónde está victoria, dónde...?
¿Dónde, Mert, crees que está Victoria? (...) No seas imbécil, pordiós, saca el maldito mapa. Sí, ahí, exactamente. Bien hecho. Ahora encuentra el norte. No, tarado, no en el mapa. Si el sol se está poniendo a tus espaldas...
O, qué agotadora tarea ésta de guiar a una voluntad idiota a través de la geografía tamaulipeca. Elevemos una oración por él:
Pobre entendimiento el de Manuel Mert, pobre.
Pobres de sus ojos, pobres.
Pobre santo idiota, pobre.
Pobres manos tullidas, pobres.
Pobre estómago vacío, pobre.
Pobre rodilla lastimada, pobre.
Pobre corazón maltrecho, ...
Pobre corazón sangrante, ...
Pobre joven Werther, ... patético y deplorable. Patético-patético, mil y una veces patético, y me vale que patético no sea la palabra correcta. Para Werther, no podría usar una palabra correcta, no, me niego, basta.
Mert llega a la orilla del acantilado. Es el fin del camino. Éste, se ve, jamás fue boiescáut. Pero, regocijémonos, ha dado la vuelta sobre sus pasos y ahora avanza en la dirección correcta, al este: Ciudad Victoria, 120 km. Así que no es éste el fin final de la historia, no. Quienquiera demostrar lo contrario, que saque su lanza que lo voy a matar.
* Nota del autor (a petición de su conciencia, que vaya que la tiene y grita): Cualquier parecido de los personajes o situaciones de esta historia con la vida real es mera y llana ironía, mala leche o, en cualquiera de los casos, una simple casualidad.
sábado, 16 de septiembre de 2006
Fin de camino
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 18:30
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