jueves, 19 de octubre de 2006

Escena a 110 km por hora

Trepidante sensación
acelerador, fondo
pienso, jamás escribiré nada que valga la pena, nada que permanezca
y el auto ronronea y sigue y rebaso, izquierda, direccional, un honda blanco atrás de mí
pienso demasiadas cosas juntas y, mientras voy pensando, debería llevar una grabadora, una grabadora siempre prendida que pudiera poner en rec en cualquier momento, porque lo que voy pensando es efímero y fugaz y para cuando llego a la máquina todo se ha ido, se disolvió en el aire, se convirtió en aire,
se hizo nada
de todas maneras no vale la pena conservar ya nada porque el arte y sus reglas y por sus reglas el arte ha cambiado hace ya un tiempo,
y ahora mi vida es arte
con mi muerte, morirá lo que haya hecho, lo que soy, todo

un cuerpo,
un cuerpo incierto, blando, tal vez demasiado blando
tres cuerpos juntos, avanzando con enorme lentitud tortuga
y yo a cientodiez kilómetros por hora, pensando en una escena así, en aceleración constante.
Un cuerpo incierto, como incierto es el destino...

Thurp.

Volar por los aires, salir disparado o estrellarse contra el parabrisas. No hay sangre visible -las bolsas se han roto por dentro y el derrame es mortal, irremediable, adiós-, sólo una multitud azorada con rostros en espasmo, mujeres que gritan alrededor, y sus hijos chillando, y yo conduzco a 110 kilómetros por hora, llego al semáforo, me detengo y digo no, no me limpien el parabrisas, a esos tipos asquerosos con playeras ennegrecidas, no traigo cambio. Verde: lección número uno.
"Thurp": ése debe ser el ruido que hace un cuerpo incierto, blando, tal vez demasiado blando, al estrellarse contra la defensa y luego contra el cofre y el parabrisas de un auto que vuela a 110 por una avenida en zona de hospitales.

Thurp.

Qué vértigo.

Qué vida.

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