viernes, 29 de septiembre de 2006

Novena noche

Un triste imitador. Un muy lindo rubio al que su mamá le enseñó a cantar cuando tenía cinco años. El bien portado, el educado, el simpático. El niño con los pantalones cortos en esa foto de la cartera, abrazado por una mujer delgada y también rubia. Mert, Manuel. 29 años. Soltero. Con domicilio en Viena.

Coma profundo en una cama de hospital en Ciudad Victoria.

Primero fue la fiebre, los abigarrados delirios nocturnos tendido en esa sucia cama de hospital, la profusa sudoración. Luego, una tarde, algo se fundió y sus músculos dejaron de moverse como títeres electrizados. Se quedó estático. No tenso. Sólo así, en standby. Dos días después, ya se le habían llagado los omoplatos, los talones, los glúteos, los codos. Problemas de la piel sensible.

Ahora que cae la tarde y que la enfermera en turno entra arrastrando los pies a la habitación 5, y a pesar de que nada ha cambiado en la disposición del convaleciente, se respira algo distinto en la atmósfera. La roma inteligencia de la enfermera no alcanza a percibir el suave olor a muerte, aunque su sensibilidad sí capta el cambio en el aire y, movida por ello, voltea hacia el ventanal abierto, donde ondea la cortina luida y transparente. De golpe, cierra la ventana. Y se va, reptando pesadamente por los pasillos.

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