Santiago de Mapimí es uno de los municipios más antiguos del norte del país. Su nombre es la declinación lingüística de la palabra Mapeme, que para los indios cocoyomes significaba ‘piedra en alto’. Al pie del cerro de la Bufa, un 25 de julio de 1598, el sacerdote jesuita Agustín de Espinoza y el capitán Antón Martín Zapata fundaron este pueblo de la Nueva Vizcaya (ahora Durango). Era tierra de misiones, sin duda, pero sobre todo era territorio disputado por los indios tobosos (parientes de los tarahumaras) y una mina de oro para los españoles. De las guerras y batallas que sangraron a la escasa población de los siglos XVII y XVIII queda sólo el rumor que gira sobre las viejas casas de adobe de paredes cuarteadas, de techos caídos y memoria reumática. Una de tantas viviendas se ha convertido en tienda de souvenirs, a donde entro para salvarme del sol. La señora y su marido (que no se quita el sombrero aunque esté bajo techo), amables aunque taciturnos, me explican a su modo cómo se forman las rosas del desierto, esas rocas de figuras complicadas y frágiles: por la lluvia. Palabras más, palabras menos, así ocurre. También venden algunos fósiles, pero son mejores los de Bermejillo, y mi primo el chef (al que le gusta acampar en la Presa de las Tórtolas y que de niño atrapaba perritos de la pradera con jaulas improvisadas) sabe con quién conseguirlos.
Más arriba, sobre la misma calle, está el panteón de Mapimí, apenas a unos metros del centro de salud. Ironías del urbanismo, supongo. Hay tumbas que datan de principios del siglo pasado. La niña María Cárdenas murió el 16 de febrero de 1902; Tomasa Aragón (¿mi pariente?) murió el 14 de marzo de 1900. Lux perpetua luceat eis. En algún momento, yo las seguiré, entonando un canto cardenche: ‘Yo ya me voy / a morir a los desiertos, / me voy del ejido / a esa Estrella Marinera. / Sólo en pensar / que ando lejos de mi tierra, / nomás que me acuerdo / me dan ganas de llorar’.
martes, 13 de febrero de 2007
5. Rosa del desierto
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6. Tercera y cuarta definiciones
Rosa del desierto: Conjunto de formas lenticulares entrecruzadas, que muchas veces se asemejan a una rosa, en este caso pétrea. Están compuestas por sulfatos de calcio. Se forman por precipitación directa, por floculación, por cristalización en filones o por el paso de la anhidrita a yeso con ganancia de agua.
Canto cardenche: canto a capela, a tres voces diferentes (primera, arrastre y requinto), con prolongadas pausas que se intercalan a través del discurso musical. Para cantar la canción cardenche hay que ‘sentirla’. El nombre se tomó de una planta cactácea, cuyas espinas, cuando penetran en la carne, ocasionan un dolor que se acrecienta al sacarlas, pues tienen salientes minúsculas a manera de lancetas dentadas que desgarran la piel.
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7. Atardecer en Ojuela
1898, en el extremo noreste del estado de Durango: Santiago Minguín construyó un puente colgante de madera y acero de trescientos dieciocho metros de largo que pende sobre un vacío de otros tantos metros de altura. El Puente de Ojuela. De un lado, la mina abandonada, todavía llena de piedras pero ya sin gente que las saque del subsuelo; del otro, un pueblo, ahora fantasma. Los hombres se han ido pa’l norte. Mosquitos antropófagos persiguen al turista incauto. Demián y Carlos sentados en la orilla: Los Dorados sobre fondo azul, o sobre un fondo de jazz si se prefiere. Un polvo fino asoma desde el occidente. Las nubes se desgajan, casi a punto de lluvia, se incendian por los bordes. Es hora de beber, que tanto calvario me ha hecho sudar.
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8. Poesía mortal
El desierto, intentaba decir al principio, tiene el cuerpo de una lagartija borracha de sol. Un dragón levantado por el aire, que mira con sus enormes ojos vacíos, que devora con treinta y dos dientes de espinas. The Lizard King: Morrison cantando sobre las olas en las dunas de Bilbao. Nadie habla, sólo el silencio. Los iluminados viajaron al desierto: Jesús, el Cristo, escribe sobre la arena palabras que nadie recordará, mientras Cesárea Tinajero, poeta, desfallece a pleno rayo del sol. Los poetas de hoja-sé, un recuerdo lejano, y Miguel Morales muriendo de sed sobre un vaso transparente lleno hasta los bordes de mezcal en la cantina de Los Gallos: ‘El aire arranca dátiles en la mañana santa / una ciudad de árboles más célebres danzan un son marino a la / espiral de la lagartija / pierden el sentido los arraigos más viejos / serpientes de agua, efímeras con el cielo efímero / guías bajo flechas solubles sobre dunas preñadas de humedad, / las hojas piratas / agua a la vista, grita el hombre, un mar muerde a este desierto / oh, dios, admírale, las comuniones / son avenida menta a lágrimas pontífices’.
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9. Última definición
Uma exsul: Lagartija de arena endémica de México, más exactamente, del Bolsón de Mapimí.
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10. El regreso
A los treinta años, recibió la invitación para visitar el desierto. Para volver. ‘Nos vemos en Marte’, le dijeron, ‘donde crece el peyote a ras del monte’. Quiso llegar, pero se tumbó en el lecho seco del Río Nazas. El mar arriba. Prendió un cigarro y se quedó callado. Después de esto no hay infierno posible. Estaba muerto, pero todavía cantaba: ‘Yo ya me voy / a morir a los desiertos...’.
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11. Un final
Desierto, sé bienvenido...
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domingo, 4 de febrero de 2007
Le vide
Parado al borde de un abismo. Mira al fondo, o eso intenta. Siente vértigo. Da un paso atrás mientras unas garras frías le arañan la espalda. Piensa en ti. No hay ninguna razón para que tú aparezcas justo ahí, justo ahora. Las vísceras se le trepan a la garganta y los músculos pierden tono. Como si fuera a caer, a desplomarse, pero se tiene en pie. Haré que se aviente al vacío, pero no puedo evitar esta sensación, esta molesta sensación de culpa. Podría haber hecho algo más, pero -la mano sujetando firme el encendedor rojo- simplemente no estaba en su naturaleza. Era un ser inútil. Allá abajo, quién sabe cuántos metros o kilómetros abajo, nadie recordará ni extrañará su presencia. 'Adiós'. Cuánto melodrama en una sola despedida. Y da un paso. Adiós. La cámara se queda fija, filmando sólo un espacio vacío.
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lunes, 15 de enero de 2007
Babel
Sí, qué emoción. Uhjú. Tres hurras para el Negro: 'hip-hip... ¡hurra!... hip-hip... ¡hurra!... hip-hip... ¡hurra!'. Y ya, suficiente.
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Los muertos se facturan y las mujeres se desnudan
Divertida obra de Dario Fo en la que actúa su servilleta.
Fechas:
sábados 20 y 27 de enero; 3 y 10 de febrero.
Hora:
7:00 p.m.
Lugar:
CasAzul
Av. México 200, Col. Hipódromo Condesa
Entrada gratuita, cooperación voluntaria.
Vayan. Es una orden.
Y lleven flores... para mí.
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domingo, 14 de enero de 2007
Lo que pienso en ocasiones.
A veces, para aminorar la angustia y suprimir la ansiedad -y en lugar de tomar ansiolíticos, que es lo que la gente suele hacer, cuando no toma cervezas viendo futbol-, a veces, decía, pienso que algún día pondré orden a las cosas que he escrito aquí y allá, en papeles sueltos, en los cuadernos donde tomaba apuntes de Ética, en muchos documentos que he ido guardando en la computadora -y de los cuales no tengo ningún respaldo, razón por la cuál, y después de lo que le pasó a Guillermo, me abstendré de sacar a esta cosa blanca de paseo-, en este blog -que no tiene pies ni cabeza- y en otros lugares por el estilo. Pienso, después, que no se perdería nada si nunca ordeno lo que he escrito. Pienso que eso es triste, que he gastado hojas y tinta sin propósito alguno. Pienso que no importa mucho: después de todo, alguien iba a comprar ese cuaderno, a usar esa servilleta para limpiarse la boca. Pienso... no, ya no pienso mucho cuando llego a este punto. Sólo me quedo en silencio, sentadita, viendo al frente, como si algo fuera a ocurrir, pero no ocurre nada. Y luego vuelvo a pensar, y es en esto: pienso si acaso el espíritu de Fernando Pessoa se pulverizó tras su muerte, y un átomo de él, de su espíritu materializado, cayó por azar en el torrente sanguíneo de algún antepasado mío y, por cuestiones de genética difícilmente explicables, fue en mí donde se activó su potencial pesimista y lúgubre. Luego pienso que existen varias fisuras en ese argumento mío, que no tiene sentido. Y entonces vuelvo a quedarme calladita, inmóvil e impensante, dejando el tiempo pasar hasta que cae la noche.
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viernes, 12 de enero de 2007
Poesia de fin de mundo
No hay nieve en Nueva York.
Los cerdos sudan, cosa rara.
Temperature's rising.
Run for your life.
Corre, busca agua.
Húndete en ella.
Sumérgete en ella.
Toma una chela...
a mi salud.
Y saluda tuhermana,
y suda tu cuerpo
y suda y suda y vuelve a sudar.
Hip... ya me dio hipo.
And, hop... that's a grasshoper.
The last one on earth,
last breathe you can take.
Poesía apocalíptica, hermanos.
Nada mejor que hacer.
P.D. Gracias, Miguel Tormentas, por la asociación de ideas. La foto es por ti.
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martes, 9 de enero de 2007
Se aceptan consejos
Lo intenté. Respiré hondo, varias veces, hasta diez, y hasta más de diez. No grité. ¿Cómo iba a gritar, si estaba escribiendo? Ni siquiera usé mayúsculas. Sólo se me salió un 'chingada madre', y fue sólo hasta que perdí el último miligramo de paciencia. Y perdí. La perdí a ella, perdí la calma, perdí muchas cosas de las que no voy a hablar porque son mías (con perdón del respetable). Pero, a ver, lo que necesito son consejos, porque 'ora sí que ya no sé por dónde. ¿Qué hace uno cuando la comunicación es imposible, cuando decir 'te amo' no sirve para un carajo?
a) Te encojes de hombros y dejas el asunto por la paz, con el corazón arrugado.
b) Das una patada al mueble más cercano, mientas madres, te rompes la mano pegándole a un espejo, sales a la calle a golpear al primer tipo que se cruce en tu camino y, cuando despiertas del estado de coma (previa madriza del gorila al que madreaste), te das cuenta que estás en la Cruz Roja y no recuerdas nada porque la amnesia borró todo recuerdo de tu mente.
c) Insistes.
d) Te mudas de país y esperas que, con un poco de suerte, la otra parte recapacite.
No sé. Como que todas las opciones me parecen algo, mm, sí, algo exageradas. 'Asesinar' no está en mi lista porque creo a pie juntillas en el decálogo que Dios le dio a Moisés en el Monte Sinaí. 'Suicidarme' tampoco, por la misma razón, y porque la vita è bella, aunque de un modo diferente a como lo piensa Roberto Benigni. No sé, no sé. ¿Alguna sugerencia? Nota: les juro que cuando digo 'la comunicación es imposible', no estoy haciendo bonitas hipérboles ni juegos de lenguaje. I seriously mean it. Así que no me digan, cual intento de Almodóvar, 'hable con ella'. No. Si no incluyo ésa entre las opciones, es porque, dah, no es una opción.
De antemano, agradezco su ayuda.
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sábado, 6 de enero de 2007
To break a leg and still be happy
Ah, la vida del actor, que en todo halla placer y contento. Si un pájaro le zurra en la cabeza, piensa que es signo de buena suerte. Si la mujer que ama le manda un sms que dice 'break a leg', no responde con insultos, y tampoco responde con un muy polite 'gracias' porque entonces perdería efecto el conjuro para atraer la buena suer--, ejem, el éxito en la función.
Ah, la vida del actor, tan a salto de mata, tan improvisada, tan fugaz. Cómo me gusta dedicarme a esto. Los nervios, las palmas de la mano sudorosas, la piel de gallina, el estómago revuelto, la inquietud que produce saber que hoy estrenamos. Ah, esa sensación de vacío, la mente en blanco -'¡olvidé todos mis textos!, ¡de veras!, ¡se me va a olvidar todo!'-, la angustia que ocasiona pensar que todo saldrá mal, y la confianza que da saber que probablemente no será así.
Ah, la vida del actor. Quién fuera yo.
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viernes, 5 de enero de 2007
Como cinta de Almodovar
¿Qué he hecho yo para merecer esto? Y no, a pesar de la tristeza que cómodamente se ha instalado entre las cuatro paredes de mi tórax, no me refiero a la suspensión de mis relaciones bilaterales con la nación judía encarnada en una guapa periodista de conocido diario capitalino, porque en dicho caso sé bien lo que hice para merecer 'esto'. A lo que apunto, señalo y aludo es a la repentina -por no decir inexplicable- aparición de mi nombre en la selecta lista de links que mi colega -mi amigo, ¿qué digo amigo?, mi hermano, mi compadre- Guillermo ostenta en su blog. ¡Cuatro líneas por debajo del Doctor Héctor Zagal! ¡Plácidamente sentada arriba de dos Alejandros más grandes que el mismísimo y consabido discípulo de Aristóteles! ¡En la misma columna y grupo que McSweeneys! Bueno, pero... ¿qué he hecho yo, me pregunto? Y no me lo pregunto demasiado: no vaya a ser que, por tanto preguntar, me ande quedando fuera de la élite de la intelectualidad capitalina que se conglomera -cual si anduviera por el Periférico en hora pico- aquí, en las agresivas-para-mi-sensible-retina páginas virtuales de Cetrería.
Gracias, Ezequiel, porque si no fuera por ti, por tus clases de latín a las ocho de la mañana, por tu manía de ir aventando citas bíblicas en rancios idiomas, no sabría decir lo que siento en este momento, al menos no con la elegancia que supone escribir un muy mamón 'non sum digna'. E punto e basta.
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Que conste en las actas
La extraño.
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Millions of peaches
En Torreón no hay duraznos. No que yo sepa. Hay nogales, eso sí, y palmeras que dan dátiles -palmeras camelloneras, les llamamos en la familia, por obvias razones. En Parras de la Fuente hay... vaya, pues hay parras y vides y uvas de las vides y vino de las uvas de las vides. Cerca del Río Nazas, por las ajueras de la ciudad, se pueden ver sembradíos de jitomates, aunque allá les dicen sólo 'tomates', y los distinguen de los otros porque a ésos, a los verdes, les dicen cariñosamente 'tomatillos' (pronúnciese bajando el tono en la 'i' para emular el perfecto acento lagunero). También hay melones y sandías. Pero duraznos, lo que se dice duraznos, pues eso sí que no hay.
Movin' to the country, gonna eat a lot of peaches
I'm movin' to the country, I'm gonna eat me a lot of peaches
I'm movin' to the country, I'm gonna eat a lot of peaches
Movin' to the country, I'm gonna eat a lot of peaches
Y será porque mi adolescencia pasó con canciones de Nirvana, con el grunge y los videos de MTV -cuando em-ti-vi era buen canal para ver videos-, con el one-hit-wonder de los Presidents of the United States, y porque sobre todo pasó en Torreón, o quizá por otras razones, pero no hay duda que los duraznos me hacen pensar en Torreón.
Peaches come from a can, they were put there by a man
In a factory downtown
If I had my little way I'd eat peaches everyday
Sun soakin' bulges in the shade
Pienso que los duraznos me hacen pensar en Torreón porque, pensándolo bien, sí hay duraznos en Torreón. Enlatados. Congelados. Importados de los Yunáited. Duraznos en una lata, que fueron puestos ahí por un hombre en una fábrica en el centro.
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miércoles, 3 de enero de 2007
Yo ya me voy a morir en los desiertos
Yo ya me voy
a morir en los desiertos,
me voy del ejido
a esa Estrella Marinera.
Sólo en pensar
que ando lejos de mi tierra,
nomás me acuerdo
me dan ganas de llorar.
Pero a mí no me divierten
los cigarros de Dalila,
pero a mí no me consuelan
esas copas de aguardiente.
Sólo el pensar
que me dejé un amor pendiente,
nomás que me acuerdo
me dan ganas de llorar
Pero a mí no me divierten
los cigarros de Dalila,
pero a mí no me consuelan
esas copas de aguardiente.
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martes, 2 de enero de 2007
Fin de la infancia
Se siente caliente aquí. Y acolchonado. No hay ruido. La tiniebla es suave, aunque afuera se adivina un día despejado, de enormes cielos azules. Doy vuelta sobre mi costado, reacomodo las sábanas de franela con diseños de franjas verdes, y cierro los ojos otra vez. Un ratito más. Sólo diez minutos. Cuando mi papá toque a la puerta -'María, ya está el desayuno'- significará que tengo menos de media hora para bañarme, ponerme la falda roja a cuadros, la blusa blanca de algodón, calzarme los zapatos negros, hacerme una rápida cola de caballo, tomar jugo y algo más en la cocina y subirme al Jetta arena que ya está encendido y aparcado fuera de la casa, con un hombre barbón y adormilado al volante. Tomaré la mochila -pesada, incómoda, llena de cuadernos forrados de papel lustre rojo y plástico- y saldré corriendo. Recorreremos las menos de diez cuadras que me separan de la secundaria. Me bajaré y...
Suena otra vez el despertador. Algo me dice que se me está haciendo tarde. El perro ladra afuera, y empiezan a circular algunos coches. Toc, toc. Dos golpecitos suaves en la madera blanca de mi puerta. Un apelativo conocido, la voz de mi padre, y de un brinco estoy en el suelo. La falda gris a cuadros, la blusa blanca de algodón, el listón rojo -'de perro', jode Clarita-, las trencitas que me hace mi mamá, 'no tengo ganas de ir al colegio', 'ándale, mijita, que ya van a pasar por ti'. A las 7:51 de la mañana se oye un claxon de coche importado de segunda mano. El equis once rojo de mi tía se para frente a la casita con techo de dos aguas, en la calle sin pavimentar. El número 81 de la calle Río Nazas (sí, señorita, calle Río Nazas... en la Navarro, sí... no se vaya a confundir con la avenida... esa está en la Estrella... ajá, calle Río Nazas número ochentaiuno). Sobre los asientos de terciopelo rojo, un puñado de niños -los del 'viaje', los amigos de mis primos-, medio dormidos. Abren la puerta. Me toca sentarme, como siempre, encima del freno de mano. Soy la más chica -¿cuándo entrará Valeria al Americano?-, no quepo en otra parte. Por suerte, es un coche automático. Manlio, Ariel, Raúl, Daniel... y yo. Quizá alguien falta. No sé. Nunca los volteo a ver. Son feos. El puro olor me hace saber que están ahí, todos esos niños que a las doce del día estarán cubiertos de arena, que se quedarán en 'detention' toda la tarde por haberle puesto una tachuela a su compañera de enfrente, por haberle bajado los calzones al nerd de la clase. Yo, para variar, llegaré tarde a la escuela, sin importar que Clarita haya batido record haciendo menos de 9 minutos al Americano: toda la Mariano López hasta el bulevar Revolución, y luego por atrás, por Peñoles, hasta la puerta de la entrada. Trataremos de escabullirnos por donde entran los que llegan en el camión del colegio, que tienen justificante para llegar tarde. Pero esta vez no funciona. 'Toma, tu retardo'. Derrotada, deslizo mis zapatos negros sobre los azulejos grisáceos de la escuela, avanzo hasta mi salón y toco a la puerta.
Toc, toc.
'Son las siete. Ya está el café en la cocina'. Mi avión sale a las nueve. No hay tiempo para esperar a Clarita ni para ponerme el uniforme de deportes. Qué pronto se hace tarde.
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viernes, 29 de diciembre de 2006
jueves, 28 de diciembre de 2006
Eterno retorno (part deux)
de la serie 'intervenciones en el desierto', parte 2.
battle with dust.
fotografía de carlos fernández.
dunas de bilbao, municipio de viesca.
diciembre, 2006.
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viernes, 22 de diciembre de 2006
La despedida
Hoy, en punto de las 21:15 horas (si el tráfico aeroportuario lo permite), estaré saliendo rumbo a Torreón.
Please fasten your seatbelts.
El vacío en el estómago. La sensación de que algo se me olvida. Las prisas, todo lo he dejado para el último momento. La pensión para Romina, la pensión para mi auto. Cobrar, pagar, limpiar, tender, empacar. Son sólo diez días.
No sé por qué siempre llego melancólica a estas fechas. Más allá de natividades y años nuevos, hay algo en el aire decembrino que me recuerda la caducidad, pero también la vida. Las cosas avanzan, implacables. Una vez, y otra vez, y una vez más: las despedidas temporales, los viajes, la familia, los abrazos, regalos que dependen de la crisis, el pavo, los días de no hacer nada, los primos, las doce uvas, las llamadas telefónicas. De un tiempo a la fecha, va creciendo en mí la conciencia de que esto terminará. Llegará el momento en que mi casa estará vacía, y mi hermano se habrá ido a vivir con alguien. Mi abuela... ¿A dónde regresaré entonces para Navidad?
Antes que eso pase, estaré en Torreón un año más. Absorberé cada instante con todos los poros de mi piel, y tomaré fotos. La felicidad es una polaroid.
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miércoles, 20 de diciembre de 2006
Cuando llegué a vivir a Torreón, mi casa era sobre todo un jardín. Había un árbol de aguacates, dos nogales, no sé cuántas higueras. El pasto crecía, desgreñado, por todas partes. Todo era tanto más alto que yo. Incluso los perros chihuahueños de mi tía se me figuraban una amenaza, y yo corría a protegerme detrás de las piernas de mi mamá. Mi tía reía, como siempre lo hace.
Había polvo, más que ahora, mucho más. El aire era polvo, y mis pulmones tuvieron que acostumbrarse a respirar eso, y mi torrente sanguíneo tuvo que aprender a fabricar oxígeno a partir de la tierra.
También había unos huecos entre casa y casa. Espacios vacíos, habitados sólo por maleza, por huizaches artríticos, por patas de mula eternamente aterciopeladas por el fino polvillo del desierto. Aprendí un concepto nuevo -'terrenos baldíos'- y me quedaba horas enteras viendo ese prodigio: un lugar donde no había nada más que soledad. Mi hogar.
En Torreón fueron los tiempos de la soledad, del viento sin palabras. No había más que inclinar el rostro, levantar ligeramente la barbilla para mirar de frente al sol y quedarse ahí, inmóvil, cual lagartija, esperando que el calor secara de golpe todas las lágrimas, todo el dolor, toda la tristeza. Que secara todo, o lo más posible, hasta que no quedara de uno más que un espejismo vaporoso, un atisbo de algo indefinido, la bruma lejana, un remolino, una pared cuarteada de tan seca.Entonces vendrían las liebres con sus orejas de regalo mal amarrado, los perritos de la pradera, las libélulas de los charcos milagrosos, los mosquitos, las hormigas, los gatos que florecían en los naranjos, los hombres de piel curtida, las mujeres que reptan por las calles asoleadas, los niños desnudos. Y después: las cascadas en las escaleras de un hotel, las prostitutas adolescentes en la plaza de armas, el cerro de polvo blanco, los suicidios jamás ejecutados, las riñas municipales, los briagos, los poetas de hoja-sé, las casas abandonadas, las escapadas de la escuela para ir a Birmingham/Durango, el puente de Ojuela, las dunas de Bilbao, las fotos sobreexpuestas, los atardeceres en las faldas de un puente, cuando medía el tiempo con besos.
Siempre quise salir huyendo de Torreón. Me daba miedo pensar que allá, como en ninguna otra parte, he estado en casa.
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Against all interpretation
Apunto directo a tu pecho, con la lanza acerada de mis ojos fieros, y pregunto a quemarropa '¿me quieres?'. Te tardas en responder lo suficiente como para que mi cabeza empiece a girar -las llantas traseras dando vueltas y más vueltas sobre la arena del desierto- y me apresuro a salir de ahí. Un giro de ballet, un tanto torpe pero elástico. Y llega tu mano a mi cintura, por la fuerza de la costumbre, por la gravedad. El roce de tus dedos con mis ropas flojas. El calor de tu mano sobre el frío cálculo de mis movimientos.
Silencio. Inmovilidad y silencio. Where do we go from here?
Otra vez pongo la mira sobre mi presa -tú-, me escondo detrás de un arbusto, mi maleza. Quiero cazar, atrapar al vuelo lo que bulle entre los pliegues de tu hipotálamo. Eso que piensas no lo sé, ni lo sabré nunca tal como lo piensas. 'Against all interpretation' no puede ser más que el bonito y desafiante título para un libro. Tú interpretas lo que sientes, lo pasas a tus palabras, las que tú usas que no uso yo -no así, como tú lo haces-, ésas que me echas a la cara, que me avientas, sonoramente, y las pones a que estallen en el tambor de mi oído: minas anti-personales, detonaciones, signos. Respondes, al fin, con tu voz perfumada con olores naturales: '... locamente'.
Rosebud.
La comunicación es posible, sí, claro que sí. Pero también es una torre de Babel con un canario cojo tomando el dictado de impulsos caóticos que no tienen nombre: nombrar es hacer poesía, malabarismos verbales (si yo pudiera escapar de Paz). Me agacho un segundo para amarrar los cordones de mis tenis deportivos. Cuando levanto la vista, lo que tengo ante mí es el sordo sonido de una línea vacía.
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domingo, 26 de noviembre de 2006
El fin
Canta Morrison, 'this is the end, my only friend, the end'. Este blog se termina y hasta aquí llega. Estoy harta de él, de lo que he puesto en él, de lo que me recuerda, de las razones por las cuales lo escribí y demás. No, corrijo: no me harta eso. Me duele. Sí, señores, tengo sentimientos. Vaya, ni yo creía que los tuviera, pero ahora que duelen, sé que existen. Las cosas se hacen notar cuando duelen, y eso pasó con mis mentados sentimientos. Bien, pues... nada. Adiós.
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sábado, 25 de noviembre de 2006
Malinalco
Hoy me levanté muy apenas, con arena en los ojos, con una mujer que musitaba palabras a mi lado, que me agarraba las piernas con sus piernas -que son las orillas donde me sostengo para no caer- y me veía. Y al fin, sin querer abandonar esa zona minúscula de felicidad efímera, que se me escapaba y se me escurría entre los dedos como oro líquido, me levanté de la cama, tomé su cara entre mis manos y le dije 'teamo', con una inflexión de verdad que puedo reconocer en mi voz. Nunca en dos ojos puse tanto amor.
Antes hacía apuestas sobre el futuro. Me imaginaba haciendo algo, viviendo con alguien. Porque lo deseaba. Mis deseos se quedaron siempre incumplidos. Esta vez, no quiero imaginar. En este presente que me asalta en Malinalco, en una enorme casona como la que querría tener con ella, ni siquiera puedo pensar. Hay ruido alrededor, dos gatos a blanco y negro en el jardín, y un juego de billar sobre fieltro rosa. No, pensar ya no. El dolor es demasiado como para, además, ponerme a pensar.
Y basta.
Mateo 25, 14-30
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martes, 21 de noviembre de 2006
Morir
Dulce deseo en días de cierre.
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Mi torpeza habitual
Iba caminando por la entrada de mi casa cuando de pronto, crrishhh, que se cae el jarrón de porcelana china que me heredó la abuela. No me asustó el sonido, sino la idea de imaginar los ojos de mi abuela, furiosa, intentando pegar una por una las astillas en que se había convertido su jarrón. Me quedé helada, y sólo recuperé el color del rostro cuando recordé que mi abuela murió hace ya diez o doce años. Un Avemaría y todo quedó listo. Pasé por encima de la porcelana, oyendo el delicioso crujir de las piezas bajo mis pies.
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lunes, 20 de noviembre de 2006
Sobre preferencias
Antes no estabas tú. Era yo un soliloquio deambulante, una ideática, maniática, un maquech* dando vueltas en la cocina, sin saber que era tal, desconociendo por completo qué era, por cierto, un maquech. Leía, a veces, libros sin ton ni son, revistas al azar, cosas que caían en mis manos, poco, a veces más, a veces nada. Escribía, también, de vez en cuando, en la computadora, en los miles de cuadernos que he ido comprando porque me fascinan los cuadernos y que siempre guardo en blanco durante años porque nunca tengo nada suficientemente bueno que escribir. Un día, un poema. Otro, historias inconclusas (siempre inconclusas para ser mías). Otro más, frases huecas, diálogos equivocados, ideas para esto, ideas para estotro. Ideas. Bocetos. Escribía. De pronto, eres tú. Leo poco, escribo menos, me distraigo, te llamo, no encuentro las palabras, y cuando las encuentro ya no me sirven, ya no es eso lo que yo iba a decir, ya no importa. Estás tú. En una postal que nunca me enviaste de Madrid, cuando no me conocías ni yo a ti. Estás tú, sentadita en la cama, viéndome fijo, fijo, sin perder detalle, con los ojos cansados de tanto llorar, de tanto estar teniendo miedo, de tanto buscar y buscar. Estás tú.
Tú.
Y pienso que, si tuviera una balanza, y te pusiera en un lado y en el otro lo que había antes de que fueras tú, y si fuera mi gusto quien eligiera, estoy segura que te preferiría a ti. Mil veces tú antes que todo. Si a preferencias nos vamos, yo quiero vivir iletrada a tu lado, antes que disecarme con letras sin ti. Y -diría Girondo- en esto soy irreductible.
*Vid infra.
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María Fernández-Aragón
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Diccionario de mexicanismos
makech o ma'kech o maquech.
(Del maya macech.)
m. Escarabajo sin alas que se pone, vivo, atado de una cadenita, sobre la ropa como si fuera un broche o prendedor de adorno.
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domingo, 19 de noviembre de 2006
Chicle bomba
- ¿Me ves?
- Te veo.
- ¿Qué ves cuando me ves?
- Veo los reflejos amarillos en tu piel.
- ¿Qué más?
- Veo tus ojos, más grandes que todos los ojos del mundo.
- ¿Te gusta?
- ¿Lo que veo?
- Mjú.
- Me gusta.
- Ash. Di algo más.
- Prefiero el silencio.
- ...
- Así. ¿Lo ves?
- Mjú.
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lunes, 13 de noviembre de 2006
La palabra es cataclismo.
Cataclismo era la palabra. La mujer era un cataclismo, una explosión natural y necesaria, de enormes dimensiones. Un exceso de vida para estos tiempos mediocres. Un insulto flagrante a la posmodernidad y, aun así, su más cumplida profecía. La excepción de la regla, espíritu anacrónico, una provocación frontal y directa, una perfección residual, lo inexplicable, lo irracional pero armónico, un imán, el amuleto o souvenir que nos compraron en el Olimpo. Demasiada naturaleza encerrada en un cuerpo de cientosesentaypocos centímetros. Violenta, agresiva, fuerte. Arrogante. Desbocada. Brutal, erótica, fértil. Lunar, volcánica, telúrica. Implacable, mortal, felina, animal, mutable. Inaprehensible. Inestable. Fluvial y danzante. Seductora. Punzocortante. A galope: sus axilas, su cuello, su boca, sus muslos, sus ojos destilan deseo: no el suyo: el mío. Su nuca está fría. Su ropa, mojada. Sus piernas cabalgan sobre la música, bajan y suben, se doblan, se estiran, regresan, me atrapan, me sueltan, me llaman, me ignoran. A galope: senos que adivino bajo la tela, perlados de sudor. Ella se enciende y, como la zarza ardiente, ella se prende en mil colores y nunca se acaba de consumir. Ella baila y yo la observo. Me recargo en un muro trepidante y yo tiemblo. La observo, ella baila. Torbellino, tornado, volcán, maremoto, huracán: fenómeno natural en desbandada, rompimiento del orden, palmeras torcidas, nubes oscuras, tórridos vientos y casas arrancadas de los cerros. La furia. La rabia. La vida-slash-la muerte. La mujer que estaba parada frente a mí era una posibilidad azarosa, un imposible fáctico, una buena idea seguramente irrealizable. Pero yo la estaba viendo. Ocasionalmente, también, yo la estaba tocando. Durante un par de segundos, sí, yo la estaba abrazando: defenderla, pensaba, hay que defenderla de todo. De los otros, del volar de una mosca, de ella misma. Sobre todo de ella misma. Y me di cuenta, después, mucho después de que llegamos a su casa, a la cama matrimonial, a su cuerpo desnudo y su boca humedecida, después de los silencios violados, después de encontrar mi encendedor perdido bajo su cama, después del llanto, caí en la cuenta de que ella no necesitaba protección ni defensa. No la mía. Esa noche, tuve un sueño. Al despertar, no pude recordarlo. En lugar de eso, permanecí dos horas viéndola dormir. Y aun dormida, sí, había un rumor de olas en su piel.
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sábado, 11 de noviembre de 2006
Cambio de giro profesional
Me voy a convertir en manager de luchadores. Voy a consagrar mi corto ingenio a ponerle nombre a los nuevos ídolos del ring. Mi nombre artístico será 'la Taquicardia Fernández'. Comienzo con un primer apodo que le presto a quien lo tome: 'el Chaquirita Balboa'. La conjunción entre las caderas de la colombiana y el ánimo deportivo, competitivo y triunfador de Rocky no podrían más que resultar en una bendición plenipotenciaria.
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Versus
Lucharáaaan a doooos de treeees caídaaaas. Se anuncia un primer enfrentamiento erótico-slash-amistoso entre 'el Cometa Fugaz' y 'la Taquicardia Fernández' (no pude llegar a manager sin pasar por los cates). Estén pendientes.
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El amante idiota
- No me mires así.
- Te miro como se me da la gana.
Le aventó la ropa. Giró rápido, se cubrió la cara.
- Vete.
- Déjame explicarte...
- ¡Lárgate de una vez!
Se fue andando andando lentamente, y silbando, y dando pasos largos y confiados, y llorando con estilo, con su estilo de príncipe desterrado, haciendo gala del apodo que bien merecido se tenía, que se ganó a pulso desde la primera vez, y del que se hizo más digno conforme más tiempo pasaba. Él era el Amante Idiota, el burócrata de las relaciones fallidas, el oligofrénico, el inútil, el hijo bastardo que procreó el dios amor con la diosa de los menesterosos imbéciles. Para todos los demás, que no eran sus amantes, él se hacía pasar por Juan Castrado.
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martes, 7 de noviembre de 2006
domingo, 5 de noviembre de 2006
Ella
Hubo un punto en el que ya no oyó nada.
Siguió caminando por inercia, y no se detuvo durante horas. Avanzó en una misma dirección, pero terminó dando vueltas sobre sus pasos. Pasó una hora, pasaron dos, tres, cinco horas. Ni por cansancio ni por sed ni por aburrimiento se detuvo un solo segundo. Si hubiera podido correr, lo habría hecho. No podía, como es claro.
Al mediodía, se sentó a la sombra de un huizache, metió la mano al bolsillo y sacó una navaja. Luego hizo lo mismo, pero del lado izquierdo. Sacó un sobre. Empuñó la navaja para cortar el sobre. Sacó una carta. Leyó:
"La mitad de mi mente y la mitad de mi corazón se quedan en esa parte de tu mente y de tu corazón que pertenecen -y siempre pertenecerán- a mí. Desde Grecia hasta tu tímpano derecho". Cuánta pasión, cuánta fidelidad, cuánta entrega. En una arcada, vació toda su bilis sobre la carta, y los jugos gástricos estropearon la cuidada caligrafía, quemaron el papel, borraron las palabras. El olor acedo que salía de su boca le ocasionó más náuseas y tuvo que vomitar de nuevo. Esta vez, por salvar la dirección impresa en el sobre, atinó a voltear la cabeza: sus desechos terminaron en la madriguera de un conejo. Guardó la carta, guardó el sobre, guardó la navaja.
De joven, había sido primero tímida, después simplemente asustadiza y, con muchos esfuerzos y al pasar el tiempo, ya hacia el final de sus años mozos, había adquirido una temperatura, un vigor, una obstinación y una delicadeza que raras veces conseguían un maridaje tan afortunado como en ella. Era casi un personaje de novela, pero vivo. Era protagonista de algún drama todavía por escribirse, pero menos predecible. Era fascinante como una historia fantástica, pero peligrosa como el equívoco entre sueño y vigilia. Era una mujer difícil, y yo la amaba. Ella a mí no, pero mi vocación suicida me hizo obviar ese dato e insistir, como vendedor ambulante frente a la puerta cerrada de una casa vacía.
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sábado, 4 de noviembre de 2006
Una mente sin recuerdos
de la serie "consagración" o "intervenciones en el desierto".
dunas de bilbao, municipio de viesca.
noviembre, 2006.
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Eterno retorno
Ésta es una serie que tendrá por nombre "fenómenos de la luz" o algo así.
huizache volcánico.
carretera torreón-viesca.
noviembre, 2006.
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viernes, 3 de noviembre de 2006
jueves, 2 de noviembre de 2006
HenryNin
Caminaba por un pasillo del aeropuerto, mucho antes de que saliera mi vuelo. Creo que iba subiendo las escaleras eléctricas, pensando qué revista compraría ahora para pasar el tiempo. Fue entonces cuando me golpeó, como piedra o como escupitajo que tiran desde lo alto de un balcón, right in the eyes. Es la vaga sensación, pero muy cierta, de estar enamorada de ella y de su forma de escribir lo que vive. Me ha transformado en un personaje literario. Parpadeé y me sentí súbitamente mareada. No podía enojarme, no. Aparte de mi existencia, por demás vulgar y cotidiana, ella se ha encargado de darme otra, donde lo que digo y hago está siempre mejor dicho, mejor hecho.
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Postal de aeropuerto
- Aviacsa vuelo dos-treintayséis con destino a Monterrey, favor de abordar por la puerta 6... Aviacsa flight two-thirtysix
Una mujer de pelos rubios y ondulados, regordeta y madura... tres gringos, dos de ellos viejos y en chalecos azules... cruzan frente a mí. Un hombre alto, canoso y medio calvo, acompañado por un señorcito de menor estatura. Vaya bolsa con brillantinas la de esa mujer. Cero estilo. Nada demasiado interesante camina o se arrastra por aquí. Una mexicana con tres hijos que parecen extranjeros, pequeñitos. Vuelve a pasar el gringo del chaleco (digo gringo porque quién más llevaría chaleco de cazador de cocodrilos en la ciudad de México), ahora en sentido contrario. Dos monjas, crucifijo de madera al pecho. Una mujer oriental y delgada, empujando una carreola. Entran dos gringos al Wings.
- Is this ok with you?
- (asentimiento ininteligible)
Toman asiento en la mesa de los gringos. Hace diez minutos, otra pareja estaba ahí: él, un hombre de bigotes, larguirucho, que por la gratitud que mostró la mesera cuando se fueron, debe haber dejado una propina generosa; ella, una típica güera que, en cuanto me sirvieron mi -vuelta a pasar el gringo del chaleco- cerveza oscura, y con cara de antojo, quiero pensar que por la cerveza, se me quedó mirando -she just stared at me!- mientras yo hacía como que la ignoraba, hasta que volteé la mirada y me encontré de frente con su cara estúpidamente sonriente justo a tiempo para que ella preguntara:
- Is it good?
y yo pensara "pues claro, pendeja, si no, ¿crees que la habría pedido?", todo con una enorme sonrisa en los labios, todo muy polite y poniendo cara de "ai don spik ínglich". No estoy de humor para socializar. Nunca lo estoy.
- Ensalara...
- Ensalada de pollo.
- Ensalara de poullo.
¿Serán de Miami estos gringos? De retirados por supuesto que tienen cara. No, no son tan viejos como para vivir cerca de los Everglades, aunque la piel de la mujer tenga una tonalidad de flamingo descolorido, y un gesto de comercial de detergente para ropa filmado en tonos pastel. Miami. ¿Por qué pienso en Miami? Miami makes me happy? No. Miami makes me... Ugh, dos tipos feos de la mesa de enfrente me voltean a ver, como zopilotes olisqueando la carroña. Lo cual me convierte, ipso facto, en carroña. Y a ellos en aves carroñeras. Prefiero ser carroña, que puede ser la de un león, a ser como ellos. En el celular, un mensaje cifrado del general Palma: "starbucks?", y respondo, en silencio, "starsucks", y pienso en ella, no en él. El Gordo, por mí, se puede meter su café por donde quiera. Me arden las orejas de lo calientes que están. Si ella pensara en mí... si se acordara... si se diera cuenta de que la estoy pensando ahora, justo ahora que mis queridos gringos viejos se comen su "ensalara de poullo" y hacen que se me antoje, no la "ensalara", sino estar ahora mismo con ella. A hora y media de partir rumbo a Torreón, me tomo mi cerveza oscura, con calma, doy gracias a la tecnología por permitirme escribir esta postal de aeropuerto desde la locación, y rezo a todos los dioses para que mi avión salga a tiempo, vuele ligero y aterrice sin tanto drama.
Un muchachito con acné y pelo rapado, playera azul celeste, lleva todo este tiempo hablando por celular, dando vueltas y más vueltas. Al fin colgó. Pasó frente al Wings y se fue. Yo también me voy. Estoy fabricando en mi cabeza una teoría, y necesito masticarla. Apenas pienso esto cuando vuelve el chavito con acné a colgarse del celular. Que le aproveche. Si fuera por mí, yo le daba un tiro sólo por puro coraje, porque yo no tengo un teléfono al que pueda marcar para decir frases cursis y ciertas.
- Aeroméxico vuelo dos-cero-ocho con destino a Torreón, favor de abordar por la sala 10... Aeromexico flight two-zero-eight
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martes, 31 de octubre de 2006
Las olas
¿Saben cómo hacen las olas en esta parte del mundo? Llegan, con agua caliente, lamen la arena, dejan caracoles en la playa, varados, y se retiran con modestia, con suavidad, tersamente, acariciándose unas a otras, y yéndose atrás, de paseo, otra vez, hasta adentro, muy adentro, en el mar.
shhhh... ushhhh... shhhh... ushhhh...
Son tranquilas estas olas, como manos de mujer, como cuerpo de mujer que se balancea en la memoria, sin peso.
shhhh... ushhhh... shhhh...
Mujer de cabellos largos, mujer que arrulla entre sus brazos, mujer al fin.
ushhhh... shhhh... ushhhh... shhhh...
Si uno fija la vista en una ola, si intenta seguirle la pista, si la persigue con el deseo, si le echa mano...
ushhh...
... se ahuyenta y se va.
shhhh... ushhhh...
Pero bañarse en ellas, pero dejarse envolver por ellas...
shhhhh... ushhh... shhhh... ushhhh...
... y no querer tenerlas, sino ser posesión suya, solamente...
shhhh... ushhhh...
... y que eso sea bastante, que eso le colme a uno de tranquilidad, de paz, de contento, de gusto...
shhhh...
... de agua que no se deja apresar por nadie...
ushhhh...
... miles de gotas de agua...
shhhhh...
... rodeando un cuerpo...
ushhhh...
... meciéndolo...
shhhhh...
... calladamente...
ushhhh...
... sin prisas...
shhhh...
... para siempre...
ushhhhhh...
Así son las olas en esta parte del mundo que está en mis recuerdos. Y ahí estoy yo, tumbado al antojo de las olas, tumbado en una fotografía, tumbado en un tiempo que me anuncia que tú has de ser mi mujer...
... shhhhh...
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lunes, 30 de octubre de 2006
Vuelta a lo mismo
Me convenciste, Miguel Tormentas:
Y sin ganas de vivir, escribo.
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Fucking and fondling
Since I'm a sex machine, that's all I do. I fondle and I fuck. When I'm not fucking, I'm fondling. When I get tired of fondling, I fuck again. Occasionally I take a nap. Then, it's back to the usual. I'm purely physical, and my English is quite deficient, which is nothing quite revealing, considering I'm a mental retard. So... I'm purely physical. There's no love within these muscles and bones. No reason to cry or die for. At least that's what she says. Not she, the one I care about -the one I love-, but the other one: the blonde and stupid one -a genius, as a matter of fact, as she, the other she, would remark-, the one with the Greek lover, the one with the french way of saying Henri. Guess that's the way Anaïs called her lover: Henri, pas Henry. The latter must have been the way June called her husband: Henry, not Henri. Did Henry -or Henri- love these women, that we'll never know. That June loved him, that's for sure. That Anaïs was aroused with desire when she saw and met him, that's absolutely true. An actress and a writer. Perhaps Miller preferred the writer. Perhaps the actress scared the hell out of him. Perhaps he couldn't bear such a passionate love. Perhaps.
In the meantime, I'll fondle and fuck. But first, I'll cry until I dry. And die.
There's a title of a book I now remember: Too Loud a Solitude. Nothing really matters. Not now. Not when you're dead and still dying.
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Noche 40
Se acabó la estúpida cuarentena. ¿Y qué? Ya estoy muerta. Salud a quienes viven. Yo desaparezco.
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domingo, 29 de octubre de 2006
Noche 39
Busco una casa. Salgo a caminar por las calles relamidas por un sol de otoño, y busco una casa. Vieja pero bien conservada. Amplia. Con jardines y árboles y enredaderas y muchas ventanas. Con balcones para tomar el fresco. Con cuartos para la gente del servicio. Con mucha gente viviendo bajo un mismo techo. Gente para platicar, para tomar una bebida a media tarde. Gente que toque el piano o que cante una canción. Gente que me deje en paz toda la tarde, metido en un cuarto, aherrojado, escribiendo en páginas que terminarán en la chimenea de esa casa que busco hoy, cuando el sol de otoño lame las calles y los rostros de las personas. Y mientras tanto tú, tus ojos, el agua de tus ojos, todo vuelve a mí como en oleadas. Busco una casa para vivir contigo.
Adrián alarga la mano derecha, y la cierra, como tocando algo. Y no hay nada, sólo el aire que lo envuelve, tibio. Para él, para su deseo y sus ganas, va una mano dentro de la suya. Una mano pequeñita y blanca. Una voz de astromelias le regala un silencio, y él sonríe, como si alguien acabara de decirle 'te amo' o algo así. La verdad es que va solo, caminando por la calle. Solo y feliz, porque no va tan así, tan solo.
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sábado, 28 de octubre de 2006
Noche 38
Las cuentas regresivas siempre me han resultado un tanto estúpidas, pueriles. La gente coreando, a voz en cuello. La emoción saliendo como chispas por los ojos llorosos. Los rituales consabidos. La cuarentena se acaba pronto, es cierto, pero no veo la razón por la cual haya de emocionarme. El círculo no es perfecto, y cada vez que pensamos que algo termina, no termina de veras. Saldremos de esta enfermedad, es posible. Sin embargo, las secuelas se quedarán en nosotros, y andaremos por ahí medio muertos, medio vivos, esperando un amanecer eterno que no existe. Lo que más se le asemeja es el cuerpo de una mujer, los senos sonrientes de Uncometa. Y ella, temprano por la mañana, se habrá ido diez días. Entonces comenzará una nueva cuenta regresiva...
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viernes, 27 de octubre de 2006
Noche 37
Sólo una mujer como ella, luna en cuarto creciente, agua huracanada, podría haberme revuelto al punto de ponerme en ebullición. Las llantas patinaron al dar la vuelta. El sonido del acero contra el acero, el cristal que se rompe. Por suerte, sólo fue un falso presagio. Puse la mirada sobre la calle desierta, y escuché el ruido de motores lejanos. Nos despedimos con un abrazo al rojo vivo, y cuando ella cerró la puerta, dos mil gritos de dolor se comprimieron en mi garganta, dejando salir sólo un 'buenas noches' muy mesurado, fuera de centro. Ella se quedó en su casa. Yo regresé al cuarto de hotel, con dos cervezas en la mano y una buena excusa para beberlas. Lo malo fue que el cansancio le ganó a mis deseos. Y dormí.
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jueves, 26 de octubre de 2006
Noche 36
Y sin ganas de escribir, vivo.
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miércoles, 25 de octubre de 2006
Noche 35
Quedan pocos días para que termine la cuarentena. Te damos gracias, oh gran diosa creadora de este blog.
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martes, 24 de octubre de 2006
Noche 34
Estaba sumido en su catatónico surmenage cuando, despacito despacito, pisando de puntitas, sin peso, Romina se trepó sobre su pecho. Se puso a ronronear "las mañanitas". ¿Cómo sabía de su cumpleaños un simple gato? Un vientecito frío pero agradable se coló por la ventana abierta. La noche dejó caer sus patas de elefante, aplastando de golpe todo sonido. Y en la pesadez de esa oscura atmósfera, un puñado de agua se hizo cuerpo.
Un brazo tibio se metió por la fisura que la mezclilla dejaba a la vista, hurgó los pliegues, encontró el badajo de la campana y llamó a misa de maitines. Ésta se celebró con la parsimonia de las grandes fiestas. Primero ella, desnudándole a él, peleando contra un cuerpo abandonado, queriendo que el pantalón simplemente se esfumara y no que tuviera que arrastrarlo, tallarlo, jalarlo piernas abajo con tamaña dificultad. Luego él, entreabriendo los ojos, sin saber si dormía o estaba despierto, recordando a Descartes y olvidándose de él en un segundo, sintiendo la sangre aglutinada en la parte baja de su abdomen. Una boca con olor a miel en la colmena, zumbando también como abejas en panal, le clavó el aguijón de su lengua en el cuello, y fue subiendo, recorriendo kilómetros de piel en sólo dos instantes y medio. Llegó a la boca -fría de tanta respiración entrecortada y ansiosa-, se tiró un clavado y nadó profundo. Salió a respirar, y por las comisuras de los ojos tomó un descanso.
Las bocas dialogaban mientras un par de turgentes labios color cereza y bien aceitados comenzaron a devorar un camaleón con vocación de buzo, un pez resbaloso, un cíclope que con sólo un ojo se abría camino por los túneles de una caverna rugosa. Ella, movida por un furor animal, sujetándose de su toro por los pelos que le cubrían el pecho, o de sus brazos fuertes, daba picotazos ocasionales sobre la superficie de un rostro impávido. Galopó y galopó hasta que su caballo dio un relincho bien fuerte, lanzándola a ella por los aires, ingrávida. Un par de horas después, yo aparecí en el mundo, calladito calladito.
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lunes, 23 de octubre de 2006
Noche 33
¿Han visto los redondeles de costras de lodo que se forman alrededor de los charcos cuando empiezan a secarse? Son huellas de humedades y de tiempo y de la violencia de los elementos contra los elementos. Así, pues, hay costras de ojeras alrededor de mis órbitas oculares: son huellas de humedades y de tiempo y de la violencia de las personas contra las personas. Menos mal que sólo quedan esas huellas en mi cara, y no en mi alma. Ésta, pura e incorpórea -en tanto que ilusoria y fementida-, no sufre ni padece nada. No, nada me duele. Nada.
quisiera dormir,
volver a los sueños como quien hilvana frases de una historia inexistente,
fugaz
flexible
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domingo, 22 de octubre de 2006
Noche 32
Encerrado en la estricta circunferencia de su cansancio -insomne cuando no soñolientamente inquieto-, Adrián prende una vela con un cerillo, pide un deseo y sopla. Pff. Oscuridad.
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sábado, 21 de octubre de 2006
Ligera llovizna nocturna
Amanezco sin saber dónde ni qué ni quién. Paseo la mirada por toda la habitación. Vuelvo a cerrar los ojos. Sueño.
- ¿Has visto cómo duerme?
Despierto nuevamente. Todo sigue igual. Nada se ha movido. Vuelvo a cerrar los ojos. Sueño.
- Tiene la cara de un maldito ángel.
Despierto nuevamente. Algo se talla contra la ventana del cuarto. No puedo levantarme. Vuelvo a cerrar los ojos. Sueño.
- Los gatos están en celo otra vez.
- Eso veo.
Despierto nuevamente. Hay ruido detrás de la puerta. Un olor a comida llega a mi nariz. Incapaz de mover los labios. Vuelvo a cerrar los ojos. Sueño.
- Hice pasta.
- Habrá que guardarle un poco... para cuando despierte.
- Si despierta.
Despierto nuevamente. Es de noche. Alguien ha dejado un plato con comida en el escritorio. No sé qué comida es. Vuelvo a cerrar los ojos. Sueño.
- Me gusta.
- Lo sé.
- A ti también.
- Lo sé.
Despierto nuevamente. Cae una ligera llovizna nocturna.
- Digamos que es un surmenage à trois.
- Deja en paz los juegos de palabra.
- Los dejo en Paz.
- Ahí vas otra vez.
- Fue la última, lo juro.
Vuelvo a cerrar los ojos. Sueño.
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Noche 31
Una mujer sin brazos fue hallada en la carretera federal México-Toluca. Estaba enterrada hasta la cintura. No había signos de violencia en su cuerpo. Sin duda, había sido ella misma quien había cavado el hoyo -cuando todavía tenía brazos-, se había metido en él y se había encargado de volver a meter la tierra al agujero. Luego, con enorme cuidado e indiscutible pericia, y posiblemente ingiriendo grandes cantidades de analgésicos, había cercenado sus brazos, el uno con el otro, simultáneamente. Éstos fueron encontrados a escasa distancia de la mujer: ella dijo haberlos arrojado lo más lejos que pudo, valiéndose de sus muñones. El rastro de la sangre confirmaba su versión de los hechos, aunque quedaran algunas dudas sobre cómo le fue posible mutilarse, ella sola, ambos brazos.
Cuando fue interrogada por la policía sobre su comportamiento, respondió con esta frase, por demás lacónica:
- Nunca supe abrazar de veras, así que me arranqué los instrumentos con que miento.
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viernes, 20 de octubre de 2006
Noche 30
Asalto de madrugada. Despierta envuelto en agua, vendado en sábanas, los ojos disparados hacia el techo y pronunciando en un resuello
- ¿qué pasó?
mientras va tentando la cama para ubicarse, para saber dónde está, quién carajos es. Intenta apaciguar al caballo que le corre a galope en el pecho. Intenta pensar, serenarse. No lo consigue. Una luz entra por la ventana. Una lucecita violenta que se estrella de lleno en su cara. Algo suena. Lejos, menos lejos, cerca. Algo como cucaracha o marcador de béisbol.
- ¿quépasa-quépasa-¡quéseso!?
Lo alcanza a ciegas y sin ver dónde, lo tira, lo deja caer. Sigue sonando.
ti-ti-ti-tit
ti-ti-ti-tit
ti-ti-ti-tit
No sabe levantarse ni sabe si antes lo sabía y lo ha olvidado. No sabe aún su nombre, no sabe si está solo y si ser solo es condición de su naturaleza. No sabe
- nada.
Alguien lo ha matado en un sueño y ahora simplemente ya no es.
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La añoranza
Por primera vez en diez años, quiero ir a Torreón.
Me haré a la mar, sola, sucia la cara, sin cambios de ropa.
Surcaré las bolsas de aire y llegaré mareada, hastiada de tanta estrella marina encontrada en lo alto del mar.
De pie, sin titubeos, los labios partidos y el corazón hecho mierda, miraré de frente al desierto, le hablaré al oído, lo insultaré con voz fuerte y me iré a beber un hojasé con él, llorando en el hueco de su hombro, abrazada y tiritando de rabia.
El destierro es desierto y es hambre: sol del desierto que arde.
Buscaré a los poetas que reptan entre las piedras, y me haré hombre con ellos, y cogeremos en la noche tórtolas para desplumarlas, locos todos, y ebrios, fantasmas muertos, no queda nadie, ninguno de ellos, todos se han ido.
Estamos muertos, qué importa, vamos al puente hasta volver a estar vivos.
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María Fernández-Aragón
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15 de febrero, 2002
Ay, dichosa adolescencia atormentada,
con su ánimo exaltado y la melena.
Quién fuera tú para sufrirlo todo
otra vez.
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jueves, 19 de octubre de 2006
Noche XIX
El desgaste... desgasta las piedras de por sí desgastadas. Y basta.
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Escena a 110 km por hora
Trepidante sensación
acelerador, fondo
pienso, jamás escribiré nada que valga la pena, nada que permanezca
y el auto ronronea y sigue y rebaso, izquierda, direccional, un honda blanco atrás de mí
pienso demasiadas cosas juntas y, mientras voy pensando, debería llevar una grabadora, una grabadora siempre prendida que pudiera poner en rec en cualquier momento, porque lo que voy pensando es efímero y fugaz y para cuando llego a la máquina todo se ha ido, se disolvió en el aire, se convirtió en aire,
se hizo nada
de todas maneras no vale la pena conservar ya nada porque el arte y sus reglas y por sus reglas el arte ha cambiado hace ya un tiempo,
y ahora mi vida es arte
con mi muerte, morirá lo que haya hecho, lo que soy, todo
un cuerpo,
un cuerpo incierto, blando, tal vez demasiado blando
tres cuerpos juntos, avanzando con enorme lentitud tortuga
y yo a cientodiez kilómetros por hora, pensando en una escena así, en aceleración constante.
Un cuerpo incierto, como incierto es el destino...
Thurp.
Volar por los aires, salir disparado o estrellarse contra el parabrisas. No hay sangre visible -las bolsas se han roto por dentro y el derrame es mortal, irremediable, adiós-, sólo una multitud azorada con rostros en espasmo, mujeres que gritan alrededor, y sus hijos chillando, y yo conduzco a 110 kilómetros por hora, llego al semáforo, me detengo y digo no, no me limpien el parabrisas, a esos tipos asquerosos con playeras ennegrecidas, no traigo cambio. Verde: lección número uno.
"Thurp": ése debe ser el ruido que hace un cuerpo incierto, blando, tal vez demasiado blando, al estrellarse contra la defensa y luego contra el cofre y el parabrisas de un auto que vuela a 110 por una avenida en zona de hospitales.
Thurp.
Qué vértigo.
Qué vida.
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miércoles, 18 de octubre de 2006
martes, 17 de octubre de 2006
lunes, 16 de octubre de 2006
domingo, 15 de octubre de 2006
Noche XXV
Un altero de papeles sin ordenar.
papel
papel doblado
papel con anotaciones a mano
recibo telefónico
estado de cuenta
papel
post-it
Dos alteros de trastes sucios.
uno
de
vasos
y
platos chicos
otro
de
cubiertos
y
tazas
y
platos grandes
Tres alteros de ropa arrugada.
pantalones
pants
jeans de mezclilla
pantalones
playera roja
playera gris
playera blanca
playera El Inquilino
blusa delicada (lavar aparte)
calzón
brassier
calcetín amarillo
calcetín con agujero
tanga (¿de quién?)
calcetín con agujero 2
Cuatro alteros de recados.
recado urgente de tu jefe
recado urgente de la prepa
recado urgente del casero
recado importante de tu mamá
recado importante de Adrián
recado confidencial
recado confidencial
recado privado
recado inclasificable: "...abes? estoy hasta la madre de ti, de tu trabajo, de que siempre sea yo lo último en tu agenda, de que no llames, de tu indif/pip-pip-pip-pip-pip-pip-pip-pip".
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sábado, 14 de octubre de 2006
Noche XXIV: bright side of the moon
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wrong side of the moon
Despiertas y, ¿dónde estás?
Unas piernas de mujer / tus piernas de mujer.
Unos labios de mujer / tus labios de mujer.
Cabello de mujer / tu cabello de mujer.
Realidad reiterada sobre un colchón matrimonial. ¿Dónde estás? ¿Dónde, cómo fue que, con quién?
***
Parpadeas levemente y estás sola.
Parpadeas otra vez:
- holamor
Parpadeas: vacío.
Parpadeas
- tuve pesadillas
Parpadeas: silencio.
***
La luna, las mareas, el mareo, las mujeres. Los ciclos. A partir de ahí, podrías inventar cualquier cosa. La verdad es que te sientes ligeramente incómoda. (El espejo se rompió; las esquirlas se te clavan en el cuerpo.) Giras sobre tu costado y oyes rechinar la madera. Un día nublado en la ventana.
No lloras.
Llueve.
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viernes, 13 de octubre de 2006
Noche XXIII
¿Cuándo fue la última vez, Adrián? ¿Cuándo sentiste las ácidas mareas subiendo por tu tórax? ¿Cuándo? ¿Cuándo odiaste? ¡¿Cómo?! ¡Odiar! ¡Odiar con las entrañas cuanto existe, se mueve o es! ¡Cuánto odio!
A veces no puedo dormir. Otras veces finjo que duermo, pero en realidad estoy huyendo. Huyo de mí, fuera de mí, a otra parte. Lejos. Lo más lejos que se pueda. Tan lejos que ya no pueda verme. Y luego caigo, medio desmayado, medio vivo. Siempre prendo un cigarro, por cliché, por costumbre o por gusto. Y escribo. Algunas veces me da por asomarme a la ventana. Entonces suspendo todo pensamiento y ya no juzgo. Ya no me juzgo. Juzgo a los otros, los describo, los ajusto a una oración compacta (sujeto-verbo-predicado), una oración que no se ande por las ramas porque su intención es desnudar a las personas, acribillarlas, mutilar en ellas lo que a mí me duele. Tú muere: tú, joto barrigón; tú, animal iletrado; tú, pasivo injerto social; tú, estólido irresponsable; tú, asesino; tú, violador. Tú. Tú muere. Luego me canso de andar de carnicero, regreso al sofá, abro una coca-cola en lata, a mano el control remoto, un garrafón con agua, mi bote de quiútips. Abro la televisión en cualquier canal, empuño un cotonete y me limpio. Los espacios que hay entre los dedos de los pies. Los oídos: el conducto auditivo externo, casi hasta el tímpano, y detrás del pabellón. La nariz. Los pliegues que se forman en los párpados. El ombligo. Los pliegues que se forman en el escroto, debajo de mis testículos, alrededor de mi pene. Mi ano. Ocho quiútips en total, que arrojo a la basura uno por uno. Limpiarme me da la sensación de estar limpio. Lo cual es sólo una sensación. Nunca estaré limpio. Nunca.
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jueves, 12 de octubre de 2006
Noche XXII
El eterno retorno: la gripa.
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... por favor, permanezca
- en la línea... su llamada está siendo atendida... por favor, permanezca...
¿Llegará el día en que nos habremos quejado lo suficiente de la telefonización de la atención al cliente que, además de resultar en una cacofonía, nunca satisface a nadie, ni a quien está del lado real de la línea telefónica -a quien de ahora en adelante llamaremos "EL CLIENTE"- ni a quienes brindan el "servicio" (estas comillas son sólo un pequeño sarcasmo)? Nos quejamos con la voz que nos atiende -a quien de ahora en adelante llamaremos "LA OPERADORA", así se trate de un hombre-, que expone las razones de la compañía. Ésta, la compañía, es siempre etérea, incorpórea, impersonal. Dios. Lo peor viene cuando esa señora que se estaba pintando las uñas un minuto antes, plácidamente sentada frente a un viejísimo escritorio de triplay forrado en imitación caoba, se nos pone al brinco. Nos pide, entonces, que volvamos a marcar al número que digitamos cinco -diez, quince- minutos antes, y que volvamos a escuchar el interminable y siempre incompleto menú, donde jamás aparecerá la opción que buscamos. Si queremos cancelar la contratación de un servicio -que, por otra parte, nos fue enjaretado sin preguntarnos-, ¿qué opción elegimos? Haga sus quinielas:
a) Contratar servicio
b) Servicio al cliente
c) Reportes sobre su cuenta
No importa que "EL CLIENTE" haya estudiado un doctorado en Berlín, que haya tomado cursos y desayunado en el IPADE. Esto o nada, lo mismo da: la operación vía telefónica no puede resultar bien. Es peor que una cita a ciegas, y me atrevería a decir que incluso visitar al proctólogo puede ser más placentero que la tortícolis segura que tendremos después de media hora de espera con un teléfono entre el cuello y el hombro (ok, ok, no tanto). A menos que, claro, uno tenga la suerte de agarrar a Clodomira Téllez, Gustavo Andrade -o como quiera que se llame "LA OPERADORA"- de buenas. Lo malo es que "LA OPERADORA", por definición, es una persona que jamás está de buenas. ¿Cómo podría estarlo, con esas condiciones de trabajo? Servir a un cliente que jamás va a pedir lo que ella puede hacer.
Al fin lo tengo: número de cancelación, 50241212. Sólo me tomó... quince minutos.
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miércoles, 11 de octubre de 2006
Descubrimiento
En un descuido, vine a parar con una escritora. No confundir, por favor, con esas personas que dicen escribir y abren un blogcito para desfogar sus ínfulas literarias, ni reducir la magnitud del hallazgo suponiendo que es una entre tantas. No, no. Ella es una escritora, sí, ella es dueña de las palabras. ¿Cómo decirlo? Las tiene asidas por el rabo, las pone a girar como locas sobre su cabecita migrañosa, les da la vuelta, las avienta al cielo para que se empapen de cúmulonimbos, las adereza con joyas, las pervierte y redime con un gesto, se acuesta sobre ellas, les hace el amor y, al final, las deja caer como un cuento, entre sábanas sucias de un hotel de paso, o esculpidas en mármol, o revueltas con ensalada. Yo, que soy leo y leo, que me enamoro de las palabras de otros, me perdí entre dos renglones suyos y me zambullí en el punto de enmedio. Y ahí quedéme, perdida por siempre.
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Post-intempestivo
Día despejado. 7:20 de la mañana.
Así, callada, tranquila. Tus ojos cerrados, tu boca, tu piel. Toda tu piel me hace falta, toda. Eres perfecta así, y también luego, y antes. Pero sobre todo tus ojos, tus ojos. Lo primero de ti son tus ojos quedos cuando ves a media luz, tus ojos gritones, el café tostado de tus ojos. Y tus olores, tus escandalosos olores por el cuello, la espalda, las corvas, los pechos. Olerte es saborearte. Comerte. A bocados pequeñitos, meterte en mí. Tenerte dentro. Llevarte conmigo. Te huelo y eres mía.
Se cierra la puerta y el cuarto vuelve a quedar a oscuras. Romina se pasea por el borde de la ventana, y no maúlla por no despertarla.
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martes, 10 de octubre de 2006
Noche veinte
Los personajes de este blog no hemos dormido últimamente y, por lo tanto, estamos alterados. Y tomamos red bull. Y nos alteramos aún más. Y pensamos en el vacío, en la atracción por el vacío, gritamos y damos pataletas al aire. Como niños que retozan sobre la hierba, sólo que veinte años mayores: un tanto más ridículos resultan los movimientos, aunque la proporción de las extremidades es más armónica (los bebés siempre me han parecido deformes, no offense).
La noche se ahonda y me traga. Adiós.
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domingo, 8 de octubre de 2006
Noche XVIII
Tengo sed. Voy por un litro de agua. Regreso. Deambulo un poco por la habitación. Veo unos papeles. Los acomodo. Mi adoración por el orden es absoluta, y sólo se arredra cuando se trata de ordenar mis propios pensamientos. Si fueran un papel... si estuvieran escritos, dibujados, convertidos en mapa o esculpidos de algún modo. Pero no, son ideas, vagas ideas acerca de algo que no puedo escribir, no puedo, no, ¿cómo escribir...? Me asomo a la ventana y miro. Lanzo la mirada hacia afuera, y no cae por el hueco del edificio, sino que vuela y llega, sin pestañear, hasta la ventana de enfrente. Si tuviera manos, abriría esas persianas. Si tuviera manos... Pero no las tiene, no. Sólo se estrella ahí, y regresa a mí, a verme a mí por dentro, a revisarme la cabeza desordenada y sucia. Polvorienta cabeza mía, no hay plumero para sacudirte. Un cigarro más. El último. Sólo uno más y ya está, a terminar el texto en media hora. Menos, veinte minutos, o...
pzit
...
fffff
... no terminaré nunca. Me falta agua. Me estoy secando. Se me secan los pensamientos. Agua, porfavor, un poco de agua para este miserable. Nueve horas sin descanso. Mi cuerpo clama, mi mente pesa del lado izquierdo. La razón teórica, la lógica esquemática, el duro y frío racionalismo cartesiano. El occidente de mi cabeza se queja. Está harto. Quiere salir por piernas. Huir.
grmiou
muauu
rrrmiau
Un gato. ¿Qué carajos hace un gato o cómo fue que, de dónde llegó hasta la ventana? Hasta mi ventana. Bschito, bschito. No, no hay lugar aquí para ti.
muiau
No, vete. Oquei, no. Entra, pues, si tantas ganas tienes. Entra, que no hay nada que te vaya a gustar. Date una vuelta, anda, olisquea por ahí, afílate las uñas, desgarra mis papeles, rompe mi maldito orden. O... eso, sí, échate a dormir en mi cama. ¿Te gusta? Es tuya. No creo llegar hasta allá esta noche. Be my guest.
¿Qué carajo le pasa a Adrián? ¿Qué o quién lo trae así? Me niego a hacerme responsable por personajes que no entiendo.
Por cierto, en el edificio de enfrente, Pojmanski y su mujer discuten acaloradamente. Ya van más de diez veces que alguna de las dos hace girar la piedra rugosa del encendedor rojo para enseguida presionar la palanca del gas y así producir una llama con la cuál darle luz a un cigarro. ¡Cómo fuma la gente cuando se enoja! No, perdón: ¡cómo fuma la gente que fuma cuando se enoja!
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Sobre "Noche XV"
Cuando las decenas de personas que enviaron sus condolencias a la familia del supuesto esgrimista occiso supieron, por medio del mismo periódico que publicó sus obituarios, que no había muerto, enviaron -todas ellas, aunque cada una por su parte- nuevas misivas para ser incluidas en la edición dominical del diario. Después de todo, no era difícil creer que Lorenzo (Rubén Lorenzo) hubiera muerto en una clase, según lo contó una de sus amigas: quienes lo conocían de cerca le apodaban el Timothy Treadwell de la esgrima mexicana, dada su sabida y suicida costumbre de competir sin careta. Qué bueno que sigue con vida, o que la vida sigue con él.
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sábado, 7 de octubre de 2006
Noche XVII
Una mujer -el cabello suelto como bufanda, negra, espesa- mueve su muñeca como aprendió a hacerlo en sus clases de piano. Dedos ágiles, dedos libélulas. Dedos de novia. Presiona, libera, presiona, libera. Sus ojos puestos en la partitura.
- ... qué te gusta, dime...
Presiona, presiona, presiona. El instrumento se afina.
- ... a mí lo que me gusta es...
Libera, presiona. Aria para una contralto.
- ... y que me beses...
Presiona, presiona, libera.
- ... así... sí... sí...
Presiona-libera: staccato. Diez compases más para el finalle. Notas arpegiadas. Dobles corcheas. Silencio de un compás. A en sordina. Otro silencio. Presiona, presiona. Último acorde, arriba, in crescendo. Y se acabó. Aplausos: una bien merecida ovación de tres minutos: besos, abrazos, humores, sudores.
hace un silencio abisal esta noche
pschit... ffff...
me iré a dormir
Se apaga la luz del cuarto. En el edificio de enfrente, Adrián recuesta la cabeza sobre el cojín del sillón y cae rendido. El cigarro se consume ceremoniosamente en el cenicero, hasta que por fin se apaga. Noche cerrada.
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Cuarta intempestiva
Podría ser Romina. Podría ser yo.
Podría ser Pojmanski con Romina.
Podría ser yo, convertida en Romina,
en los brazos de Pojmanski.
O podría ser la hija de Cartier-Bresson,
también, en una de ésas.
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viernes, 6 de octubre de 2006
Noche XVI
... y cenar, y dormir. Abrir los ojos. Despertar.
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jueves, 5 de octubre de 2006
Noche XV
En los periódicos, los obituarios olvidan el nombre de Mert pero repiten en cada página la muerte de un esgrimista.
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Noche catorce
... y si Ruy Sánchez hubiera estado anoche, viendo a través de la cerradura, olisqueando el aire desde fuera, tendríamos más nombres en el aire, más labios del agua, y los jardines de Mogador serían juego de niños junto a los nuestros. Pero no, ni él ni nadie supo nada. Fue la reconciliación del sol con la luna.
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miércoles, 4 de octubre de 2006
Tercera intempestiva
Henry & June
Director: Philip Kaufman
País: EU
Año: 1990
Intérpretes: Uma Thurman como June, Maria de Medeiros como Anaïs Nin.
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martes, 3 de octubre de 2006
Noche trece
Los cuerpos, separados, se vuelven a unir. La noche reposa. Las mentes, inquietas, sufren pesadillas. No importa: por la mañana te besaré en la mejilla. Luego me iré.
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Segunda intempestiva
- Sácate a la fregada.
- Me saco a la fregada.
- Mjm, bai.
Pip-pip-pip-pip. Click.
Oquei, oquei, entonces no. Nadie más. Sólo eso: el cervantino. Cervantes, muerto, me quita a mi mujer. Mi mujer, viva, se ofrece como víctima propiciatoria en el altar de los espectáculos otoñales de Guanajuato. Y yo, yo me saco a la fregada.
El camión, levantando una enorme nube de polvo, se aleja por la carretera. Volverá el veintidós, el veintitrés o veinticuatro de octubre. Volverá el veintitrés. Seguimos en cuarentena. Y no, Ascatazuna no tenía razón. Cómo iba a tenerla, pordiós, si es una actriz italiana, bien fashion.
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Intempestiva matutina
¿Se fue? ¿Me fui yo? ¿Alguien me puede explicar qué pasa conmigo? ¿En qué novela donde yo sea un personaje, bien sea secundario o simple comparsa, se cuenta la verdad sobre mí?
La alcancé en la parada que está junto al hospital, cuando el autobús estaba a dos minutos de arrancar. El auto volaba por la avenida, a más de ochenta kilómetrosporhora. Me gusta hacer ese tipo de cosas: rechinar llantas, hacer berrinche que implique riesgo, en una de ésas morir. Dejé el auto prendido, y en la radio sonando una canción de Andrés Calamaro. Me parece que era, ya saben, la que descubrí hace unos cinco años en circunstancias aún más desgarradoras. Todavía una canción de amor. Las llaves quedaron colgando en la ranura del encendido mientras yo, de golpe, abrí la puerta, me bajé. Tzaz. La azoté a mis espaldas y no sé realmente cómo transliterar el ruido. Intenté atender a ese detalle, pero Uncometa se estaba yendo. Caminé, primero como quien tiene todo el tiempo del mundo, luego trotando apenas, un trote ligero y con estilo -es mi película, pensé-, y finalmente corriendo. "¿Le grito o me pongo a su lado hasta que me sienta?". Los bufidos de mi mala condición física se me anticiparon, y me oyó cinco metros antes de que le rozara el hombro con una mano.
- Siento que te estoy quitando el tiempo.
Pero, bueh... ¿quién se ha creído que soy? ¿Una incapaz que no puede decidir con quién quiere estar? ¿Alguien sin voluntad? ¿Un bruto?
- Tomemos un break.
Llego a este punto de la narración a trompicones, sin saber exactamente quién dijo qué o cuáles fueron las palabras que Pojmanski me espetaba, unas con rabia, otras discretas. Para mis adentros, en secreto, muy en secreto, mi mente de actriz registraba las intenciones. Esto no lo digo casi nunca. Es como cuando Capote confesaba a sus amigos que los había convertido en literatura. Es inmoral. Y sin embargo, necesario. No, necesario no. Inevitable. Pero, bien, vuelvo. Apenas llego a este punto de la narración cuando Ascatazuna, la impertinentemente atormentada actriz italiana, abre la boca y me lanza una de esas miradas que podríamos llamar "¿eres-pendeja-o-te-haces?".
- Quiere salir con alguien más. Para eso son los breaks.
El ventrílocuo, un larguirucho con barba de candado, chistoso hasta las lágrimas, mueve la cabeza de arriba a abajo. Sí, también. Él lo cree. Él mismo ha pedido un break recién ahora. Para eso. Vaya. Qué estúpida que fui. Lo vi venir. Y todo por no saber quién carajos es Anaïs Nin.
Y entonces me encierro en un caparazón de nopasanada, acelero a cientodiez, abro la ventanilla y raspo la palma de mi mano contra la corriente de aire, cantando canciones de Muse que me hagan sentir menos mierda:
Starlight
I will be chasing your starlight
Until the end of my life
I dont know if it’s worth it anymore
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lunes, 2 de octubre de 2006
Noche doce
... el amor es igual que un imperdible
perdido en la solapa del azar...
La voz de Calamaro, de adolescente desbocado, suena en un auto viejo estacionado afuera de la ventana de la habitación número 5. Ahí cerca, una pareja discute acaloradamente. El calor evapora los charcos que dejó la llovizna nocturna. Bochorno. Una de las mujeres abraza a la otra. Las mejillas de esta última se cubren con lágrimas.
... que te sigo debiendo todavía
una canción de amor...
A través de la cortina desgastada, la enfermera observa toda la escena, mordiéndose las uñas. Nunca en su vida había visto algo semejante, y por eso se detiene un instante más. La mujer que llora viste unos pantalones deportivos y una ajustada blusa blanca, sin mangas. Es linda, mucho. Incluso a la distancia destacan sus enormes ojos negros, sus cejas. "Ay pobrecita" -murmura la enfermera-, "¿qué le habrán hecho?", mientras con los dientes se arranca un padrastro del dedo anular. Ahora la otra mujer, que viste jeans y playera amplia, le da un pequeño beso ¡en los labios! a la que lloraba. La de los ojos negros da la vuelta, nuevamente se cambia el bolso de lado -cosa que ha hecho ya en tres ocasiones-, y camina hasta el final del estacionamiento, donde un autobús la espera ronroneando. Sube sin voltear atrás. La otra se ha quedado varada a unos tres pasos del auto.
... vivir sin ti es dormir en la estación...
Mert, por supuesto, agoniza a espaldas de la enfermera. En el umbral de su conciencia, unos lentes oscuros bajo una tupida melena le hacen señas. La punta encendida de un cigarro, el humo. Lo llaman por su nombre. "¿Jesús?" -se pregunta, idiotizado por los medicamentos-, "¿eres tú?".
... que te sigo debiendo tooodavía
una canción de amoooor...
La imagen que la enfermera observa desde la ventana se ha congelado, ni una hoja se mueve. Un sonido sordo. El camión avanza, y los destellos de sol que se reflejan en los cristales entran sin permiso a la habitación. Como electroshocks, despiertan y vuelven en sí a la enfermera que, succionando las gotas de sangre que salpican los bordes de la uña de su anular derecho, gira sobre su eje. Desde hace un par de segundos el corazón de Mert también está congelado.
Tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiit.
... todavía
una canción de amor
todavía
una canción de amor
todavía...
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domingo, 1 de octubre de 2006
Noche once
Y bien... tenía que ser así. Esta vez no llegó ningún hombre bienvestido, nadie colgó su sombrero en el perchero, no quedaron frases pomposas retumbando en estos mis oídos. Sólo que de pronto, una mañana, abrí los ojos, primero despacio, despacito para ir asimilando el golpe de realidad, y después más, mucho más, como ojos de venado asustado que husmea con, vaya, con los ojos. Frente a mí, un hueco. Detrás de mí, el suelo de madera, ése, el que rechina con los pasos. Claro que yo, por la costumbre, estaba al borde de la cama, del lado derecho -aunque esto, claro, sólo lo hubiera sabido yo: ella... bueno, ella hubiera dicho "s...ajá, del lado que tú digas". Da lo mismo. Todos somos disléxicos para el universo, que no tiene izquierdas ni derechas, buenos ni malos, arribas o abajos (farewell a la moral decimonónica). Lo único que existe es lo que ven mis ojos ahora: el vacío. Y lo que traigo en las entrañas: dolor confundido con náuseas. Me he convertido, a fuerza de madrazos, en una empirista británica anclada en costas mejicanas.
Por un mecanismo de defensa estúpido, o todo lo contrario, y una vez que mis ojos registraron y mi cerebro invirtió e interpretó la imagen -"estás sola", me gritó desde dentro, el muy soberbio, el grisáceo contenido que comanda lo que soy desde el cómodo aposento de mi inofensivo cráneo-, giré sobre mi hombro y caíme de la cama. Rodé unos cuantos metros diciendo el típico parlamento que va acorde con la acción: auch, carajamadre, idió, siserependé and such. Me levanté, recogí mi dignidad, la sacudí y la tendí sobre las sábanas. Me asomé a la ventana. El mar. Sobándome la cabeza, caminé hacia la puerta, la abrí con tiento y -ahora imaginen esto desde una cámara situada en el pasillo- deslicé mi despeinada testa por la rendija. Plano: mi alargada crisma que se asoma, como un muppet, buscando algo. Contra-plano: la nada. Vuelta al plano original: bajo la vista, reparo en la manija y veo el discreto e inútil letrerito colgando, mofándose abiertamente de mí con sus letras bien grandotas:
Still
Do not disturb
epidemia: peligro de contagio
Pero una nueva leyenda, reciente como mi asombro, aparecía impresa con la fina caligrafía de una mujer hermosa (la letra, señoritas, lo es todo):
nos vemos el 24 de octubre
Veinticuatro de octubre /
putasmadres /
falta mucho /
qué se supone que yo haga mientras tanto /
por qué se va /
a dónde /
con quién /
será que... /
Cabizbaja y meditabunda, entréme nuevamente, encerréme. Cavilando, sí. Devanándome los sesos, también. Y todos los sinónimos y expresiones similares que su mente -la de ustedes- pueda elaborar, sí. ¿Qué pa...?, o bueh... ¿qu'híce io?... Etcétera. Los problemas de dicción que padezco en casos límite son fascinantes. Pero no tiene caso compendiarlos, no, si no está ella para traducirlos a grafías. No. Qué caso tiene, me repito. Qué caso tiene.
Hice rechinar la madera del piso reptando de regreso hasta la cama. Mi diestra -con la que escribo, Pojmanski, ésa- asió mi dignidad, la cual reposaba augustamente sobre la maculada sábana ya-no-tan-blanca. La zarandeé con rabia, la vapuleé con fuerza y finalmente la azoté contra el piso. Qué caso tiene... Mi dignidad comprendió que lo más conveniente era largarse, y lo hizo. Empacó rápido sus cosas -¿qué cosas, me preguntaba, podía tener la dignidad?, pero esto fue antes de que la mía se largara-, se puso frente a mis ojos que para estas horas ya eran géisers, y con voz muy grave, dijo:
- Chau chau.
Y -ella también- abrió la puerta sin hacer ruido: se fue.
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María Fernández-Aragón
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