sábado, 30 de septiembre de 2006

Noche diez

Un incendio prendió entre los matorrales. Nadie acudió a apagarlo porque a nadie le importa que arda el desierto.

Noche diez, previo

Atrás de un arbusto, escondidos, ahí están mis celos. Agazapados. Fieros. Con sus ojos de lumbre. Me escondo detrás de una roca, sudando. Volteo a ver el territorio: todo descampado, ni un hoyo donde esconderse. Es un duelo. Habrá sangre. O fuego. Alguno de los dos vencerá. Y no seré yo, por cierto.

viernes, 29 de septiembre de 2006

Nueve y media noches

- ... si quieres que lo haga, yo...

Ella, de pie frente a mí, apaga el cigarro en el piso de baldosas romboidales que, de alguna manera, hacen una figura muy parecida a la de su escote. Pasa un volkswagen plateado sobre la calle estrecha. Me quedo mirando -idiotamente, por supuesto- los rines de las llantas hasta verlos desaparecer. Mientras tanto, ella toma vuelo. Después de haber soltado alguna frase lacónica del estilo "vete que hace frío", desaparece tras el cristal.

- ... yo puedo hacerlo, claro. Porque te amo, claro. Hasta mañana.

* Nota al pie:
El encendedor rojo, aún extraviado.

Novena noche

Un triste imitador. Un muy lindo rubio al que su mamá le enseñó a cantar cuando tenía cinco años. El bien portado, el educado, el simpático. El niño con los pantalones cortos en esa foto de la cartera, abrazado por una mujer delgada y también rubia. Mert, Manuel. 29 años. Soltero. Con domicilio en Viena.

Coma profundo en una cama de hospital en Ciudad Victoria.

Primero fue la fiebre, los abigarrados delirios nocturnos tendido en esa sucia cama de hospital, la profusa sudoración. Luego, una tarde, algo se fundió y sus músculos dejaron de moverse como títeres electrizados. Se quedó estático. No tenso. Sólo así, en standby. Dos días después, ya se le habían llagado los omoplatos, los talones, los glúteos, los codos. Problemas de la piel sensible.

Ahora que cae la tarde y que la enfermera en turno entra arrastrando los pies a la habitación 5, y a pesar de que nada ha cambiado en la disposición del convaleciente, se respira algo distinto en la atmósfera. La roma inteligencia de la enfermera no alcanza a percibir el suave olor a muerte, aunque su sensibilidad sí capta el cambio en el aire y, movida por ello, voltea hacia el ventanal abierto, donde ondea la cortina luida y transparente. De golpe, cierra la ventana. Y se va, reptando pesadamente por los pasillos.

jueves, 28 de septiembre de 2006

Octava noche

En letargo.

Noche siete y media

Ocasionalmente, el crujir de la madera coincide con una exhalación llena de ayes, o con una inhalación cargada de ihhhs. Con el ritmo sincopado, la cabecera de la cama acompaña, y un murmullo lejano de barcos sirve de basso obstinato.

Do not disturb
(al margen, y con caligrafía dispareja)
epidemia: peligro de contagio

Da capo hasta el agotamiento.

(a mano, margen superior, con delineador de labios marrón)
Still
Do not disturb

Duerme Pojmanski, curvada sobre el espacio-tiempo. Son infinitas sus maneras. Pasearme, perderme en los desiertos de arena mojada que me rodean. No había conocido antes alguien que fuera fugaz y que hacia adentro se abriera como una granada sin fin, compuesta por un millón de piezas que sólo en ella se ajustan a la perfección, que en cualquier otro lugar causarían extrañeza, asombro, prurito o mero desconcierto. Como sus dos ojos por los que respira como pez. Como su boca... que no puedo describir, no me atrevo. Como los dedos de sus pies y sus manos, y sus pezones como castañuelas mordiéndome la espalda.

Duerme mi cometa fatigado, duerme. Aun soñando estaré prendida de tu cauda luminosa. Duerme... duerme...

miércoles, 27 de septiembre de 2006

Noche siete

No tantas palabras. Shhhh. Tu piel es suficiente. Pon la mano con la que escribes en tu boca. Abre los labios, aspira el aire. Me tienes.

martes, 26 de septiembre de 2006

Sexta noche

Ardua noche de trabajo para Severino Pérez. Patrullando en el malibú desvencijado, propiedad de la policía municipal, Severino se mantiene despierto gracias a los chistes obscenos de su compañero, a los cafés de algún sevenileven y a los juegos de su celular (un Nokia viejísimo que le regaló su hija hace dos años). Son casi las tres de la mañana. La ciudad duerme, y Severino se contagia, por encima de su gripa, de sueño. Los párpados suben de peso en un tris, la visión se nubla, los músculos se distienden. Un hilo de gelatinosa saliva escurre desde la comisura del labio hasta su mentón. La cálida sensación de su baba lo despierta. Como si existiera el destino, en ese momento la patrulla va pasando, a menos de 20 kilómetros por hora, frente al número 36 de la calle Madero. Su casa. Dos niveles, paredes desconchadas por el salitre marino, rejas que protegen un patio exterior, un renault r5 estacionado en la cochera. Hasta aquí, todo normal. Pero cuando todo debía haber estado en reposo, una luz, una impúdica luz ámbar que se enciende en la recámara matrimonial, sacude los 118 kilos de masa que componen el cuerpo de Severino.

- Oríllate, pareja.

Con delicadeza suprema, como nunca antes había introducido algo en su vida, Severino desliza la llave Alba en la cerradura de la puerta, la hace girar y se oye el chasquido del cerrojo al correrse. Un rechinido enmohecido. El vapor de una casa donde algo está pasando. Severino está a punto de poner el pie izquierdo en el primer escalón de la escalera cuando un sonido seco y un ardor punzante en el bajo vientre lo derriban. Antes de morir, los ojos azorados de Severino debieron haber capturado el fotograma en claroscuro de esa mujer. Después, todo debe haberse convertido en oscuridad y silencio. Tinieblas donde ya ni hay gripa ni sueño ni cucarachas.

lunes, 25 de septiembre de 2006

Quinta noche

Espagueti de cena y en la cama, tú, tendida a un lado y adentro, muy adentro, también tú. Hibernemos hasta que pase la gripa allá afuera, y déjame dormir otra noche metido entre los pliegues más pequeños de tus labios, en la humedad absoluta, disuelto en agua.

La pandemia se ha extendido con la rapidez de un gamo saltador, y nadie se salva, ni estando fuera de aquí, ni en lugar alguno. La gripa es como el amor: tarde o temprano, todo lo invade. El páramo más yermo, la soledad más acendrada. Todo. La gripa, las cucarachas y el amor, todo es lo mismo. Imperecedero.

domingo, 24 de septiembre de 2006

Noche cuatro: la ira

Manifiesto de La Redacción

Era una gripa como cualquier otra hasta que La Estólida Vecina -se ganó el apelativo a fuerza de madrazos-, con su voz tipluda refundida en unos jeans con los que pretende verse más joven a sus cuarentaytantos años y sus dos hijos pubertos a cuestas, insultó el progreso racional de la humanidad diciendo:

- ... porque, a ver, ¿qué es más importante: mi coche o tu sueño?

La gripa se convirtio en catarata. Rabia, enojo, temblor de rodillas, odio generalizado y malestar constante más allá de la muerte. ¿Cómo putasmadres va a ser más importante un coche, qué digo un coche, un pinchi chevyverdequesuena, ni siquiera modelo del año, que mi sacrosanto sueño? ¿Cómo putasmadres....? Y, ¿cómo putasmadres puedo vivir en una ciudad donde lo que se estila es morir: baleado, asaltado, vilipendiado u atropellado en millones de formas infinitas, siempre indecentes, siempre poco artísticas, siempre?

Llorar. Abrir las llaves y echarse a llorar casa adentro. Y buscar a Romina como quien busca un consuelo irracional y peludo, calientito, confortable y que maúlla. Y llamar a Uncometa y decirle "estoytriste", y no saber exactamente por qué, y estarlo profunda e irrevocablemente. Triste. Triste me suena a Trieste. Y Trieste me recuerda los años italianos de Joyce. Y Joyce me recuerda a Exiliados, pero sobre todo al monumental y aún no leído Ulises. Y esto me recuerda que tengo 28 años y soy tan jodidamente ignorante como el Mexicano Promedio. No, no es cierto. No soy así de ignorante. Si lo fuera, ni siquiera lo sabría. Saberlo ya me hace un poco menos bruta. Sólo un poco. Lo estrictamente necesario para estar varios puntos arriba en la escala de humanidad con respecto a La Estólida Vecina. Varios, aquí, son mucho más de mil, y la escala sólo va del 0 al 100. Hagan cuentas, considerando que el sujeto A -en este caso, yo- está en un punto con valor positivo. Ella está en números rojos, y tales son sus deudas con el bien común y la paz mundial que alguien debería -¡yaporfavor!- exterminarla, a ella y a todas las de su raza maldita: "Las Estólidas Vecinas que tienen coches con alarmas que suenan tiuuuu tiuuuu tiuuuu tikitikitiki ña ña ña...". Pero en el País del Nopasanada, pues, eso: no pasa malditasealacosa, nada de na-da, hm-hm, nanay.

Ha llovido tanto últimamente... Las gotas de la pluie, pensaba, se desperdician a manos llenas. Pero no, hoy veo que no. No ha habido una de ellas que no se metiera en mí, en mis cavernas huecas donde restalla el eco de tantas ignominias humanas. Y hoy, la presa que soy se desborda y llueve, y llora. Il pleuve. Elle pleut.

Si fuera un falso camaleón de verdad, hoy sabría navegar por encima de las olas.

Esto, y no otra cosa, es tener gripa-convertida-en-ira.

Atentamente,
La Redacción

sábado, 23 de septiembre de 2006

Tercera noche

Pschit. Se hace la luz desde la punta de un encendedor rojo. Líquido ámbar se desparrama sobre el cuello de mi mujer hasta sus hombros, y la abrasa, la incendia. Ella se sublima y se convierte en fantasma. El deseo se me escapa desde las pupilas eternamente dilatadas, felino agazapado siempre despierto que espera el momento justo para asestar un golpe mortal a la presa. Posición de ataque, músculos en máxima tensión, inmovilidad absoluta. Silencio, calma. Aguardo un poco. Un poco más. Últimos ajustes antes del brinco... pero ella termina de encender su cigarro y todo vuelve a estar en tinieblas. Ahí está ella, lo suficientemente lejos como para entrar completa en la lente de la cámara que la observa, lo necesariamente cerca como para percibir las ondas de calor que expiden sus muslos bien apretados, sus caderas y su vientre. Olisqueo el aire, y el aire huele a ella, o ella está fragmentada en mil partículas que flotan en el aire. Y de pronto me siento diluirme: no estoy ya ahí, no estoy con ella en la imagen, pero mi mujer voltea ocasionalmente hacia donde alguien la mira, por una rendija de irrealidad perpetua, ansiando convertirla en personaje de novela para devorarla toda entera y jamás tener que ir a dejarla ya nunca, no, no más, a su casa y ya no estar, como ahora, sin ella. Pzit, pzit, fsssch. Prendo un cigarro con un fósforo. ¿Dónde diablos quedó el maldito encendedor?

Delirios de una gripa aminorada por los dulcíficos efectos del alcohol. Ella es el alcohol; Adrián, el torrente sanguíneo por donde ella circula con permiso universal.

viernes, 22 de septiembre de 2006

Segunda noche

Sin noticias.

jueves, 21 de septiembre de 2006

Noche uno

Enferma vienés en Tamaulipas

Atribuyen a la gripa el comportamiento errático del cantante Manuel Mert, encontrado hoy en la costa tamaulipeca. Se investigan las causas del contagio. Temen problemas diplomáticos con Austria.

Agencia de Noticias Irrelevantes
Los falsos camaleones
Elna Vega N. T.
Jueves 21 de septiembre, 2006


22:40 Tras haber recorrido varios kilómetros a pie, y en un estado delirante, el cantante vienés Manuel Mert fue hallado hoy en un basurero cerca de Loma Alta, en la región costera de Tamaulipas.

Llevado de emergencia a la única clínica de salud de la población, se le diagnosticó gripa aguda y se mandó un informe a la capital del Estado, detallando los poermenores de la salud del extranjero.

Entrevistado antes de ser puesto en cuarentena por las instancias sanitarias de la localidad, Mert asesguró haber tenido un sueño en el que una mujer con rostro de nativa le enjugaba los pies con el bálsamo contenido en un recipiente de alabastro. Informó, asimismo, que la dama había alzado "el rostro amenazante, con ceremonia y recato". Según su propia declaración, ella, "bajo una cabellera oscura y lacia, me mostró con gran atrevimiento sus ojos enrojecidos, apenas visibles bajo una piel callosa, y luego adelantó hacia mí unos labios cuarteados que abrió para enseñarme sus podridos dientes. Quería besarme, y lo hizo, arrancándome un pedazo de piel."

Se ha puesto en circulación el retrato hablado de la supuesta agresora del extranjero. Los oficiales de la policía Guillermo Andrade Juárez, de 34 años, y Severino Pérez Maldonado, de 51, han sido acusados por la Embajada Austriaca de "haberse burlado, con ironía extrema, de la pobre situación" de su compatriota al pedir y difundir el retrato de "La mujer de los sueños", como ya se le conoce a la dama entre los habitantes de Loma Alta. Las autoridades de la SRE temen que este asunto ponga en peligro las relaciones diplomáticas entre ambos países.

La policía judicial del Estado investiga los posibles vínculos de Mert con la banda de narcotraficantes conocida como "Niñitos cantores".

Pandemia

Y ahora, todos los personajes de este blog tenemos gripa. Y nos ponemos en cuarentena voluntaria.

sábado, 16 de septiembre de 2006

Play

... et lux perpétua luceat ei...

El brazo que, musculoso, jala a Adrián fuera del lago es, sin embargo, femenino. Tendido en el suelo, Adrián siente en el cenit la presencia de unos senos resplandecientemente blancos, dos lunas sin necesidad de sol que se aproximan a su órbita. Respiración boca-a-boca incluida, Adrián abre nariz y garganta en un espasmo para vaciar toda el agua que tragó, que es mucha, que es clara, que es manantial caliente. Las palabras de su cabeza se diluyen...

...tantacalma... amén.

Se acercan de nuevo esos labios rojoespesos a los de Adrián, y no sueltan su hálito ahí dentro, sino que, calmos y con ternura, dejan escurrir un beso que dilata las pupilas hasta que las dos lenguas se abrazan y así trenzadas germinan en preguntas y reclamos y cariños, todo sin soltarse ni un segundo y apartándose apenas un milímetro para decir algo como "tesdtraniétandocabdón".

Fin de camino

Mert despierta del letargo, se incorpora, escudriña el horizonte -está solo: el negro se ha ido con su dinero- y, como si fuera la consecuencia lógica de lo que ha visto, sonríe, lo cual, por supuesto, le parte por completo los labios y le comienza a sangrar la boca. En total, le sangran siete lugares, todos por razones claramente explicables que, por otra parte, no vale la pena mencionar:

1. Las plantas de los pies.
2. Las rodillas.
3. Las palmas de las manos.
4. La frente.
5. La espalda.
6. El culo.
7. Los labios.

Es horrible verlo así. No lo vean, no, no miren, por favor, no. No lo imaginen siquiera. Da pena verlo así, como desperdicio humano que arroja la marea o vómito celeste mal parido, porque incluso para vomitar hay quienes tienen gracia, algo de estilo, vaya, pero Manuel Mert no es el mejor ejemplo de vomitada estéticamente complaciente. No, no es ejemplo de nada, y hasta Goya se hubiera asustado al verlo. ¡Qué despropósito tan más falto de sentido común! El estúpido de Mert todavía piensa algo... en alemán.

(Traducción del pensamiento de Manuel Mert al castellano).

Un camaleón gigante verdesmeralda y amarillo con dos tiros sobre la nuca derecha qué me dices, eh?, no es grandioso el mar en sotolamarina? y ver que no ha desaparecido nada nada nada, que el cielo es del azul del mar y el mar es azul cielo porque, vamos, no tenemos tiempo, o sí?, para cantar no hace falta un esparadrapo y en sotolamarina tampoco, ni hoy ni nunca ni mañana y para mañana nos veremos cómo no...

Mert, vaya tipo. Necio hasta la pared de enfrente, y en despoblado pues... no hay paredes. Así que un necio irremediable. Sigue andando, con sus ámpulas y pústulas dermáticas, con sus enfebrecidos ojos y sus cabellos rubios flotando alrededor de su cabeza enorme y terca, como aureola pagana de un santo perdedor. Delira, bien es cierto, pero no por esto sus palabras carecen de sentido. El agua salada, estrellándose furiosa contra las piedras, se pulveriza en mil esquirlas de gotas maliciosamente frescas y va y se ofrece como falsa ofrenda a sus lastimadas jambas, heridas por insectos, por arbustos, matorrales y por el sol. Su frente, todavía unámpula con textura de calamar -por qué hablaba él de camaleones y no de calamares, supongo, tiene que ver con una de estas dos razones: a) Mert no conoce los calamares pero sí los camaleones, o b) el autor y/o el traductor han tergiversado el pensamiento del vienés. La mochila anaranjada arañándole la espalda desnuda con tal saña que uno pensaría que, al pisar tierras mejicanas, el muy protestante se ha guadalupanizado, y ésta es la manda con que le da las gracias a la virgencitamorosa: recorrer a pie, sin protector solar, sin repelente de insectos, sin playera, sin rumbo, sin dinero para el taxi, toda la costa del Golfo, desde Veracruz hasta los Yunáited. Pero no, eso no era exactamente lo que hacía.

(En español en el original; pronúnciese con acento extranjero).

Sotolamarina sotolamarín... ¿dónde está victoria, dónde...?

¿Dónde, Mert, crees que está Victoria? (...) No seas imbécil, pordiós, saca el maldito mapa. Sí, ahí, exactamente. Bien hecho. Ahora encuentra el norte. No, tarado, no en el mapa. Si el sol se está poniendo a tus espaldas...

O, qué agotadora tarea ésta de guiar a una voluntad idiota a través de la geografía tamaulipeca. Elevemos una oración por él:

Pobre entendimiento el de Manuel Mert, pobre.
Pobres de sus ojos, pobres.
Pobre santo idiota, pobre.
Pobres manos tullidas, pobres.
Pobre estómago vacío, pobre.
Pobre rodilla lastimada, pobre.
Pobre corazón maltrecho, ...
Pobre corazón sangrante, ...
Pobre joven Werther, ... patético y deplorable. Patético-patético, mil y una veces patético, y me vale que patético no sea la palabra correcta. Para Werther, no podría usar una palabra correcta, no, me niego, basta.

Mert llega a la orilla del acantilado. Es el fin del camino. Éste, se ve, jamás fue boiescáut. Pero, regocijémonos, ha dado la vuelta sobre sus pasos y ahora avanza en la dirección correcta, al este: Ciudad Victoria, 120 km. Así que no es éste el fin final de la historia, no. Quienquiera demostrar lo contrario, que saque su lanza que lo voy a matar.

* Nota del autor (a petición de su conciencia, que vaya que la tiene y grita): Cualquier parecido de los personajes o situaciones de esta historia con la vida real es mera y llana ironía, mala leche o, en cualquiera de los casos, una simple casualidad.

martes, 12 de septiembre de 2006

Un notentiendo

El amanecer es cosa pasada.

Desde que salió del cuarto de hotel, dejándome el arete sobre los dedos y un olor a dulcesangre clavado en mi nariz como dardo punzante que entra hasta mi garganta, no he vuelto a saber más de ella. Es posible que, para estas horas, ella no exista más. Pienso: quizá nunca existió. Continúo pensando esto durante uno, dos, cinco minutos más. Pienso: ¿podría pensar algo semejante si en verdad ella no hubiera existido?

Las ruedas chirriantes de un carro de servicio que empuja una señora seguramente gorda, morena y sinsonrisa indican la hora exacta: se vence el cuarto de hotel que ella alquiló. Ella firmó. Si su firma sigue estampada en el registro de huéspedes, todas las dudas se habrán disipado al fin. Y entonces no tendré más remedio que aceptar una realidad que me incomoda. Tendré que colgar un notentiendo sobre el recuerdo que ella tan amablemente me dejó, bailando sobre las manecillas del reloj, tal como cuelga del perchero el sombrero de ese hombre bienvestido que vino para llevársela anoche. Luego, caminaré despacio, calle abajo, hasta el malecón. Para ver el mar, sí, pero también para...

Tocan a la puerta.

El letrero con un Do not disturb impreso en arial 30 es, sin duda, una curiosa manera de adornar las puertas en este pueblo analfabeta.

Recojo el arete. Ahora no tengo encendedor y tampoco encuentro los cigarros. Se los habrá llevado... ella. No alcanzo a articular siquiera un "voy" cuando la inexcusablemente gordaysinsonrisa mujer del aseo toca de nuevo en la puerta del 215, y con suavidad exasperante -y un acento británico envidiable- murmura:

- Room service.

En un puf se disipa la imagen tan bien construida que tenía de la señora gordynegra en mi cabeza y, con un suave aletear de faldas anchas, entra y se posa la maripósica silueta de Uncometa sobre mis ojos en cuanto, con la mano engarrotada y casi sin levantarme de la silla en que dormí -muy a medias-, giro torpemente la perilla de la puerta. Detrás de ella, un carro de servicio avanza a paso lento, empujado por la apabullante humanidad de una mujer de enormes carnes, de piel tostada, que voltea y me sonríe. Y yo también.

martes, 5 de septiembre de 2006

Pausa

amanecemos con
... tantacalma...
después de una tormenta
comoladeanoche


Caen las palabras de Adrián, heladas, hasta el fondo del agua, su pensamiento mudo por un instante. Sólo agua, y flotar en el agua. Y sentirse pez con la inocencia de no tener más que puras sensaciones.

líquidas-sutiles-vanas-blancas-suaves-ligeras

El rozar
de sus párpados
con un par de ojos
húmedos,

el resbalarse
de las articulaciones
en cámara lenta,
lenta,
muy lenta.

Un cuerpo no ya sitiado en su epidermis sino expandido al fin en mil formas. Libre.

Adrián se ahoga.

Irony as a way out

Que Manuel Mert descubriera su vocación suicida en plena canícula, sentado a la sombra de un mezquite desplumado, es casi un buen ejemplo de voluntad idiota. El destino, parece, no tiene horarios establecidos ni rutas comerciales. Si te ha de encontrar, te encuentra. Como hoy que amanecí sin ella -sin ella, me digo, tal vez para siempre- y que tuve el descaro de apuntar y perpetuar en un blasfemo correo electrónico una idea que se me vino a la mente:

Estoy trabajando en cosas de la revista, todo tranquilo, aunque todavía inquieta por lo de anoche. Llamo a un restaurante para pedir fotografías para una sección. Me comunican al gerente. Expongo el caso. Me pide, entonces, que llame a la persona encargada de esos asuntos. Se llama...

Mert cae desfallecido -disculpen la distracción: algún signo debió haber mostrado, pero no lo vi por estar pensando en otras cosas-, la frente hecha una ámpula con textura de... de... de ese animal que parece pulpo pero que es otra cosa, y que se come, a veces empanizado. Yo le pongo limón. (...) Yo le pongo limón a todo. Calamar. Una ámpula en la frente con textura de calamar.

¿A quién engaño? No puedo concentrarme en el estúpido vienés ni en el negro que dos o tres posts atrás lo acompañaba ni en su ubicación geográfica ni en nada. Un acto de desaparición circense es lo que me tiene con elalmaenvilo, diría mi abuela, y ella lo escribiría así, todas las letras bien pegaditas, no se nos vayan a perder. Puedo evitar darme cuenta de su desaparición si acaso yo lograra desaparecer antes. No antes, ya no. Debería decir: también. Desaparecer también. Y eso de la desaparición, por cierto, lo piensa ahora el estúpido vienés de Manuel Mert. Su vocación suicida, por otra parte, es algo que tenemos en común. Él, idiota; yo, doblemente idiota: no vivo en Viena, no sé cantar y todavía no aprendo a desaparecer. A veces ni siquiera recuerdo un desayuno de martes por la mañana. Cuatro veces doblemente idiota. A esfumarme aprenderé.