—Mami, ¿qué es sexy?
Silencio.
—Mami, ¿qué es sexy?
Miradas de los pasajeros hacia la mujer y su hija, una niña de cinco o seis años. Respuesta inaudible de la madre. Mi curiosidad crece, segundo a segundo. De manera imperceptible, sonrío. Me pregunto, qué habrá contestado esta señora.
—¿Atractiva? ¿Y qué es atractiva?
Casi es momento de abandonar el trolebús. Espero que conteste antes de apearme.
—Aaaaaaahhh.
El misterio sólo puede ser revelado a los sexys de corazón.
Esquina bajan.
martes, 7 de octubre de 2008
Curiosidad infantil
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María Fernández-Aragón
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lunes, 6 de octubre de 2008
jueves, 25 de septiembre de 2008
Saint Christopher of the Houses
Partiremos con rumbo cierto, a respirar los vientos frescos del sur. Pasearemos, escucharemos a mi tía tocar el cello, buscaremos a Marcos para tomarnos una foto con él, mercaremos alguna artesanía del lugar o iniciaremos una colección de blusas bordadas. De ser posible, nos asolearemos. Comeremos bien y en eso nos regocijaremos. Seremos dichosas por unos días. A nuestro regreso, procuraremos continuar así.
Auf Wiedersehen!
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miércoles, 24 de septiembre de 2008
Estoy leyendo...
En lo que instalo algún gadget pertinente en mi blog, haré el comentario (y anuncio gratuito para la Editorial Almadía) aquí.
Estoy leyendo Punks de boutique (Archimondain jolipunk), del así llamado Camille de Toledo. Los comentarios sobre el contenido y la experiencia sensorial aneja a la lectura (que comienza con el coqueto diseño de la portada y la camisa con que la vistieron (nunca mejor dicho), así como su separador desprendible) quedarán para después. Por ahora, lean mejor las pendejadas que digo yo, un post más abajo.
* La recomendación se la debemos al despotricador de Gensollen.
** Los colores del libro van bien con Los falsos camaleones. Eso me gusta.
*** El diseño de la portada es de Alejandro Magallanes.
**** Esta semana conocí una parte de la interminable imprenta donde hicieron este libro, entre muchos, muchísimos más.
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María Fernández-Aragón
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martes, 23 de septiembre de 2008
No temas, o las pendejadas que digo yo.
Antes de que se abriera esta ventana en mi explorador Mozilla Firefox 2.0.0.16 —decidí retroceder un escalafón en la interminable sucesión de versiones, dado que la 3.0.algo tenía serias fallas cuando de servir para algo útil se trataba... Decía que antes de estar con el cursor en esta parte de la pantalla —cosa que no dije con esas palabras porque me dio por hablar de tecnicismos del software, quizá por un afán de contar algo sobre lo que había pensado días atrás o quizá sólo por usar una manera diferente de comenzar a escribir...
Antes, pensaba escribir aquí sobre el miedo. El miedo de, digamos, Camila —por ponerle un nombre al sujeto que teme. Iba de regreso a su casa —ella, nuestra hipotética Camila, que se hizo suya (de ustedes) desde que la concebí y la planté en este relato del cual no sabemos si es crónica o narrativa de ficción, pero que (ustedes) están leyendo, con ganas o sin ellas, por hábito o sólo mientras se ponen a trabajar... Pff. Ella iba de regreso a su casa cuando, en un alto sobre la avenida, vio dos patrullas con sus luces de discoteca bicromática. Luego afiló la mirada y distinguió a los sujetos encapuchados que viajaban en la parte trasera del vehículo. Sostuvo ahí su flechazo visual sólo para advertir que el tipo de la derecha parecía dormitar —en pleno ejercicio de sus funciones públicas— mientras que el de la izquierda —el siniestro, cual debe ser— hacía algunos giros con algo que sostenía en su mano. Un arma corta. De fuego. Seguramente cargada y, en el mejor de los casos, con el seguro puesto. Entonces fue cuando Camila temió —no a ti, amable lector, sino que sintió en su pecho los calambres típicos del sentirse sorprendida por un fenómeno que sobrepasa nuestra capacidad de "estar en control o dominio de la situación".
Como un gatillo intangible, la imagen disparó una cascada de emociones y pensamientos en el interior de, ¿cómo es que la habíamos llamado? Claro: Camila. Ella continuó su camino, tratando de... No se sabe bien qué trataba ella, porque ni ella tal vez lo sabía. Intentaba/, por decirlo de algún modo, olvidándose del objeto directo que reclama cualquier verbo transitivo. La acción está por encima de toda gramática, pienso ahora al escribir esto. Cuántas veces no nos encontramos a nosotros mismos así, violando las reglas más elementales de la sintaxis en el núcleo mismo de la acción que da lugar a las manifestaciones verbales. ¿Cuántas? No lo sé. Iba a ser una pregunta retórica, hasta que me surgió la duda de si verdaderamente eso puede ocurrir. No lo sé.
Camila se distrajo, entonces, pensando en otras cosas. Tonterías. Fruslerías, diría alguien con mayores pretensiones literarias que yo. Nimiedades, escribiría algún otro. Pendejadas, digo yo. Francas y llanas pendejadas le cruzaron por la mente cuando se vio en el espejo, convertida en fantasma, con cicatrices de barros exprimidos en la frente. Pedazos de ideas, fragmentos de argumentos para un cuento o novela corta, polaroids de personajes que podría inventar o invitar a la existencia. Pendejadas, digo yo.
Después ya no supe qué fue de la tal Camila. Imagino que se habrá encerrado en su habitación, previa ingesta de algún alimento no necesariamente nutritivo. Me la figuro hablando sola o con su hipotética mascota —un felino de raza espuria, pardo como todos lo somos de noche— y leyendo bajo la luz ambarina y de bajo voltaje de su lámpara. Aunque, la verdad sea dicha, todo esto no es más que una mera suposición. Yo sólo iba a escribir sobre el miedo y terminé con toda esta paja encima. Menos mal que lo advertí desde el principio.
No temas, pues, que sólo Judas temió.
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jueves, 18 de septiembre de 2008
Galletitas de la suerte.
Galletita 1: "You will have good luck and overcome many hardships".
Galletita 2: "Soon you will be sitting on top of the world".
Pf, engordar vale la pena. Me sentaré, con toda mi redondez y mi obesa figura pletórica de galletitas de la suerte, sobre la cima del mundo. Nomás espero no rodar cuesta abajo.
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miércoles, 10 de septiembre de 2008
Tan encarrerado andaba el ratón, que se estrelló en la pared.
Y como ya me ganó la nostalgia, pues ya de plano dejo esto aquí. El primer corrido se llama "La Filomena", ignoro por qué; todo mundo lo canta así: "Torrióooooooon, Torrióoooooooooon", y yo le sigo con un "tadatatáta tadatatáta tadata tátata ta tatá".
Al final, no podían faltar, fotos del Llantos Laguna —perdón, qué digo, quise decir Santos. También por los últimos segundos, una mala imagen del Teatro Isauro Martínez, joya arquitectónica y parte medular de mi amor por el ranchito. Antes, muchas, pero muchas fotos del horriblísimo Cristo de las Noas —nada personal, pero, vamos, además de ser copia, está feo. Faltan fotos del Museo Arocena, pero sí hay del Canal de la Perla y del Teatro Nazas. También hay una de la vez pasada que soltaron el agua de las presas. Ah, claro, no podían faltar las fotos de nuestros dos gloriosos y casi-casi primer mundistas centros comerciales, de ésos que hasta tienen escaleras létricas, puertas que siabren solitas, máquinas pa'pagar el estacionamiento desdiantes y chingaderas por el estilo, ¿cómo ve?
Ah, Torreón. Creo que ya te extraño, pinche Torreón. Extráñame tantito más en lo que me animo.
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Una espina muy larga, que arranca la piel al salir.
Ya encarrerado el ratón, me dio por buscar en YouTube algo sobre la canción cardenche, originaria de allá por los rumbos del norti. Todo lo explican los señores del video. La bandada de pájaros del final es sublime.
Luego, Juan Pablo Villa —flanqueado, como suele pasarle a estas personas, por casi el mismo número de seguidores y de detractores— viene y hace esto. Hay quienes piensan que es genial. Para otros, es una desgracia que el señor se haya "atrevido" a hacer su versión de una canción cardenche. Omitamos los juicios. Escuchen. Aunque, a mí, la pieza que me hace llorar es Yo ya me voy a morir a los desiertos. Puff.
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La humedad de la nostalgia.
Me gusta cómo habla la gente de por allá. Me gusta mucho, y lo digo sin atisbo de ironía. En serio. Y el color de su piel, sus arrugas, su forma de andar sin preocupaciones ni miedos, su constante pregunta retórica del '¿cómo ve?': todas ésas son cosas que me gustan y que a veces echo de menos.
Mientras escribo esto, el agua va lentamente llegando a la ciudad.
Agua. Torrentes de agua dulce por donde caminan las carpas, las lobinas negras, las mojarras. Litros y litros arremolinándose sobre una superficie desértica, alrededor de esos árboles que siempre se ven tan sucios y que en ocasiones parecen estar secos.
Agua.
Como en la Noche árabe de Schimmelpfennig. Como en Desaire de los elevadores de Villarreal.
Agua.
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Los primeros escurrimientos.
Ya se acerca el espumoso río color chocolate. Ya va arrastrando piedras. Allá viene, rodando por su cuenca. A la carrera se aproxima. Run run. Adiós canchas de futbol llanero, adiós niños en bicicleta, adiós atardeceres debajo del puente. Ya se acerca el espumoso río color chocolate.
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martes, 9 de septiembre de 2008
¡Agua en el desierto!
El Río Nazas va a hacerle honor a su nombre. Pasarán las corrientes, se separarán las ciudades, se lavarán las culpas. Yo quiero ir a ver eso.
Fondo fotográfico "Beatriz González de Montemayor"
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El país del shling-shling.
Hace daño leer sobre "políticas públicas" antes de desayunar. No sé si es una cosa de la edad, de los tiempos o de la alimentación que uno lleva, pero últimamente estoy enojada con... ¿el país?, ¿el gobierno? No sé. El punto es que investigué los sueldos de los mandos altos y medios (con sus "compensaciones garantizadas", sus aguinaldos de 40 días y sus primas vacacionales, sin contar con las prestaciones que no pude bajar de la red). Luego me quedé pensando, as I often do.
Ah, la transparencia. ¿De qué carajos sirve?
Toda mi inquisición comenzó porque leí que van a asignarle más recursos a la seguridad y menos al campo en 2009. "Oh, estos estúpidos", pensé. Ajá, con esa soberbia lo dije en mi cabeza. Menos dinero al campo significa más migración, tanto interna como al extranjero. Si no se invierte en el crecimiento agropecuario, ¿a qué va a quedarse la gente a vivir en el campo? ¿A ver morir sus vacas y a cosechar cinco frijoles al año, para que después no los pueda vender porque, oh sí, Míster Wal-Mart compra productos importados mucho más baratos? A veces, sólo a veces, me pongo un poco rojilla con esto. A veces, sólo a veces, me lamento de no haber continuado mi carrera en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM para tener los pelos de la burra en la mano cuando lanzo semejantes teorías al aire. Digo a veces porque luego también sé que eso no hubiera ayudado en nada. No tengo alma de grillo. No se me da. Yo lo único que quiero es que se utilice el dinero del Estado —es decir, nuestro dinero— para construir escuelas y hospitales, carreteras, ferrovías, desarrollos agropecuarios ("orgáaaanicos", si quieren)...
Ah, pero no. Todos estamos muy tranquilos en nuestras zonas de confort. Que la empresa para la que trabajo no es mía: qué importa, me dan 20 días de vacaciones al año. Que mi jefe me zurra y no lo tolero al muy cabrón prepotente: qué importa, aquí me pagan mejor que en otras partes. Que tengo que hablarles a los de ADT para que vengan a enrejar y electrificar mi casa para que detecten si entran arañas a mi propiedad y para que cuando me roben lo hagan con armas de alto calibre: qué importa, preferible vivir con miedo en la capital a morir de tedio en provincia. Que ahora hago una hora y veinte en lugar de cuarenta minutos cuando voy a dejar al niño al colegio porque ya hay muchos autos aquí: qué importa, en otras partes no hay Antara ni Santa Fe ni todos esos hermosísimos lugares a donde voy para hacerme a la idea de que todo está bien, shling, deslizando mi tarjeta de crédito por aquí, shling, deslizándola por allá, shling, endeudándome hasta por las siguientes cinco generaciones, shling, no me importa, shling, qué más da, shling, ya tengo BlueRay, shling, y ahora tengo zapatos con nombre italiano hechos en un país oriental, shling, y mi hijo va a la mejor escuela de la ciudad, shling, y necesito conseguir un guarura para que no me lo vayan a robar, shling, a mi hijo quiero decir, shling, el guarura no me importa, shling, que él se cuide sólo, shling, para eso trae pistola, shling, y que la sirvienta ya me traiga mi Nestea con Sweet 'n Low, shling, porque vivo con los nervios de punta, shling, y necesito relajarme un poco, shling, porque ah cómo sufro, shling, y a mi marido ni lo veo, shling, porque el pobrecito trabaja diario, shling, hasta los sábados, shling, y a veces los domingos, shling, para darnos todo esto, shling, nuestra vida de clase media, shling, y para que el próximo año al fin pueda estrenar camioneta, shling, porque la que traigo es del año pasado, shling, y el niño se aburre porque todavía no le pongo tele con DVD en la parte de atrás, shling... shling... shling.
—Disculpe, señora... su tarjeta no pasa.
Pues yo me largo. Conmigo no cuenten. Esto no es vida, y no entiendo cómo es que podemos tolerarlo, un día sí y otro también, y hacernos de la vista, no gorda sino ciega, cuando estamos estacionados en Patriotismo, viendo la nube de humo sobre nuestras cabezas flotar.
This used to be a nice place to live in.
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María Fernández-Aragón
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viernes, 5 de septiembre de 2008
La frase del día.
"Que nos gobiernen las putas, porque sus hijos no pudieron".
Dice mi hermano que estaba en una de las mantas de la marcha pasada. Buena, ¿no?
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María Fernández-Aragón
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jueves, 4 de septiembre de 2008
To tell the truth...
Desde el mero principio, no creí en la marcha contra la inseguridad que tuvo lugar hace unos días. Y no creí en ella porque no sé qué quiere la gente. "La gente". ¿Qué queremos? ¿Más policías, con ululantes sirenas que distraen al más atento Ulises, que dan vueltas y vueltas alrededor de mi cuadra para... espantar cucarachas y alterarme el ánimo? ¿Más hombres de azul armados con metralletas, listos para detener a "maleantes" o para asustar a civiles que regresan a sus casas después de una noche de fiesta o de una tarde de trabajo? ¿Más limpias de narcotraficantes, cuando los inocuos marihuanos nomás quieren su hierbita para paliar el tedio existencial... y el presidente no los deja porque, puf, quién sabe por qué? ¿Queremos más rejas, más alambres de púas, más teatrito en el que las autoridades hacen como que hacen pero no hacen más que sacarse los mocos, comerse una torta y hablar con el peor español que pueda usted escuchar en el país? ¿Queremos más... qué?
Yo sólo pido menos ("menos es más", como solía decir el buen Mau en las clases de actuación). Menos desigualdad, menos acumulación de la riqueza, menos abusos de poder, menos ambiciones estúpidas de la gente. Estamos rodeados de espejismos, pero... pero... ¿ES QUE ACASO NADIE SE DA CUENTA DE ESO?
Estoy hasta la puta madre de las cadenas con supuestos mensajes del papá del tristemente fallecido Fernando. O hay una revolución cultural (educativa) en este país o nada cambiará. Si no están dispuestos a pagar el precio del cambio, you'd better shut up, you'd better shut up, you'd better shut up I'm telling you why: Santa is not coming to town.
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María Fernández-Aragón
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miércoles, 3 de septiembre de 2008
Una cita de Ibsen encontrada al azar.
"Quitad al hombre medio su mentira vital y le quitaréis al mismo tiempo la felicidad" (El pato salvaje).
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María Fernández-Aragón
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¡Qué país, Catalina!
Fotografía publicada en www.laquintacolumna.com.mx.
Quizá éstos sean los 65 millones de pesos mejor invertidos en el cine nacional. ¿Quién soy yo para decirlo? Pues, valga la redundancia, yo. Un yo entre tantos otros. Pero como ahora vivimos en tiempos democráticos donde toda opinión —por inexperta y sesgada y parcial que sea— vale igual que todas las demás, ahí la tienen. Atragántense con ella.
Arráncame la vida, el libro de la poblana Ángeles (jeje) Mastretta publicado en 1985, llamó más la atención de mi madre que la mía. Yo sólo leía, de vez en cuando, la sección que la comunicóloga tenía en la revista Nexos (la cual, ahora me vengo a enterar, la dirigía su esposo, Héctor Aguilar Camín). Me parecía, no obstante, cursi. Divertida, sí, pero cursi. Con esto no quiero decir que no me guste lo cursi. Hombre, vaya: yo soy lo cursi, igual que Gensollen. Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
En fin, pues que nunca leí la novela. Mucho tiempo después, mi mamá se enamoró de la canción en la voz de Ligia Cámara. Los domingos por la mañana, o después de alguna reunión en la casa, ahí la tenían ustedes, vuelta pa'llá y vuelta pa'cá, quizá con una cuba en la mano:
Arrrrrráncame la vidaaaaaaaaa
con el último beso de amor
Arrrrráncame la vidaaaaaaaaaa
toma mi corazón.
Arrrrráncame la vidaaaaaaaaaa
y si acaso te hiere el dolor
ha de ser de no verme
porque tus ojos me los llevo yo.
*Cuando vean la peli, chequen el papelazo de Eugenia León en esa parte.
Y... pasó el tiempo. Antier veía yo El Universal online y leí que regalaban boletos para la premiere de la película. Sólo había que contestar cuatro sencillas preguntas, fácilmente googleables o IMDbeables. Mandé el mail, más por ego que por ganas de ir al tumulto de una premiere. En el transcurso, me enteré de que Sneider era el director de otra de mis películas (y libros) favoritos: Dos crímenes, de Jorge Ibargüengoitia. "Bueno", me dije, "quizá ésta también me guste, entonces". Me gané el pase doble. "Joder", pensé, "ahora tengo que ir". Y allá fuimos.
Como es obvio, yo a duras penas me bañé y me puse lo primero y lo más cómodo que encontré: jeans, playera raída, tenis mugrosos y el suéter de todos los días. Pasamos a Bucareli y Reforma por los boletos, y de ahí caminamos al Metropolitan. Se me antojaba una chela, pero las circunstancias no favorecieron la ingesta de alcohol. Apenas dimos vuelta sobre la calle del Sheraton, la que sale directo a la entrada del teatro, vimos el templete que tenían montado para recibir al "Talento" de la película y a los invitados "VIP"... Este recuento está de hueva. Vamos a lo que nos truje. (Nomás les cuento que lo más divertido de la alfombra roja fueron las chiquillas que participaron en el rodaje, y Chema de Tavira, que está re-guapo y se adivina casi tan loco como su señor padre).
La película vale cada uno de los centavos invertidos en ella. La historia es simple, lineal, sin mayores complicaciones narrativas. Sin embargo, los personajes —hablo de su encarnación en los actores— están llenos de colores. El General Ascencio, un cabrón déspota y cínico, un megalómano con muchos huevos, es una delicia. Más allá de los 14 kilos que tuvo que subir Giménez Cacho para interpretarlo, es admirable el carisma que le imprime a un asesino tan despreciable como éste. Su actuación incluso me hizo olvidar que el histrión es un fanático de la "izquierda" pejista del país, y que aprovechó su momento en la alfombra roja para decir que en aquel entonces (el de la película) sí había un proyecto de nación, cosa que ahora —opina él— no hay. Vaya, las cosas que pueden decir los artistas, eh. No digo que ahora haya algo semejante a eso, pero antes tampoco lo había. Los intereses privados siempre han sido moneda corriente en las políticas "públicas", y eso queda nítidamente reflejado en la historia de Mastretta filmada por Roberto Sneider.
Por su parte, la dulce Talancón, con sus ojitos acuosos y su lunar en el mentón, es inocente y virginal a los quince, curiosa e inquisitiva a los veintitantos, y un poquitín amargada y rabiosa a los treinta. Esas transiciones las proyecta con una claridad que, me atrevo a decirlo, ni el propio Bardem pudo lograr en El amor en los tiempos del cólera (esa pifia de cinta, ese vómito cocinado entre cánticos shakirescos). Menos efectos especiales, menos maquillaje y prótesis... más atención a la mirada. Todo el "chiste" de la Catalina de Ana Claudia está en los ojos. Mis respetos. Esta chavita está picuda.
A las 3/4 partes de la proyección, se nos cansaron las nalgas. Claro, es lógico: nos aventamos antes una hora de alfombra roja, con la güera De Alba entrevistando a las celebridades.
Al final, tuve que apretar (no sé dónde o qué) para no llorar. La última toma, me atrevo a decirlo, es magistral. Y, como en el resto de la película, todo es perfecto: la actuación, la fotografía, la iluminación, el sonido... todo. Se aventaron siete años para levantar este proyecto. Bien, pues... ¡felicidades! Si ése es el tiempo necesario para hacer las cosas bien en este país, sea. Qué bonito les quedó. Y, miren, la mejor frase de la película, que le dice Carlos (el amante, el guapo De Tavira) a la chavita del Góber precioso:
"¡Qué país, Catalina! El qué no tiene miedo, tiene tedio".
Vaya, pues sí. Sounds familiar, doesn't it?
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miércoles, 27 de agosto de 2008
Los mil cuatrocientos recuerdos de su abuela.
Es un texto que estoy escribiendo. Lo empecé ayer. La idea vino mientras avanzaba sobre Periférico, desde Tecamalejos hacia mi casa, con un navío-navío-cargado-de...
Y... ahora estoy cansada. Casa llena. Si conecto el home run, ganaré el partido.
Éste es un post críptico, jeje.
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María Fernández-Aragón
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sábado, 23 de agosto de 2008
Desdoblamiento
- Tinajero, nadie te extraña.
- Vaya, tal parece que así es.
- ¿No te importa?
- No.
- Ah, pues... qué bien.
- Sí.
Tinajero se rascó la entrepierna y luego se estiro, con las manos amarradas, arqueando el torso y bostezando sonoramente.
- ¿De verdad no te importa?
- ¿Qué?
- Que nadie te eche de menos.
- Tú me echas de menos. Eso es suficiente.
- Pero yo... Quiero decir, tú y yo no somos...
Tinajero me miró con un rostro que quiso ser inquisitivo, pero que se quedó en el esbozo.
- ¿No somos...?
- Tú sabes.
- No.
Una mosca pasó volando cerca de su mejilla. Lanzó la mano directamente contra ella, quiero decir, contra su mejilla. La mosca se posó en mis cabellos.
- ¿A dónde vas con todo esto?
- ¿Con qué?
- Tus comentarios.
- A nada. Fue una idea que cruzó por mi cabeza.
- Vaya.
Un leve reacomodo de la mosca llamó la atención de Tinajero. Esta vez, el golpe se estrelló en mi frente.
- ¿Qué te pasa?
- Tenías una mosca.
- No, quiero decir, ¿qué te pasa?
- Nada. El tedio.
- No has salido a la calle.
- No he hablado con nadie.
- Te desconectaron el teléfono.
- El refrigerador está vacío.
- Y ni así sales de esta pocilga.
- No.
Tinajero se levantó. Cuando me dio la espalda, vi que la tela de sus boxers se había metido entre los pliegues de su trasero. Volteé hacia la ventana.
- ¿Qué te pasa?
- No pienso pagarte para que me psicoanalices. Estoy bien.
- No es psicoanálisis.
- De cualquier forma.
- Como quieras.
- Sí.
El refrigerador no estaba, como había dicho Tinajero, completamente vacío.
- ¿Quieres?
- ¿No caducó hace un año?
- Muy ingenioso, eh.
- Sí quiero.
Bebimos cervezas en silencio. El silencio se convirtió en noche. La noche se convirtió en bostezos. Nos quedamos dormidos en los sillones de la sala. Al amanecer, me despedí de los falsos camaleones y me fui.
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viernes, 22 de agosto de 2008
La muerte, el amor, las fronteras.
Un libro, una obra de teatro, una película.
La relación temática entre los tres es, de entrada, inexistente. Sólo coinciden en mí.
La verdad es que, bien mirado, todo coincide en mí. Las coincidencias externas son una suposición mía. Yo pienso que tal o cual cosa se relaciona con aquella otra, pero... pero.
Hoy terminé de leer Las intermitencias de la muerte, de José Saramago (*). La historia de este libro, de cómo llegó a mis manos y cómo empecé a leerlo, es curiosa, memorable. Aura me lo regaló. En la primera hoja, con fecha del 6 de enero de 2006, escribió: "Mi querida María: nunca te he hecho un regalo, y no es que me haya nacido hacertelo, simplemente me encontre este libro tirado en el asiento de Al lado en el autobus que viajé. (Je-Je) Y como no se quien demonios es José Saramago, ni me interesa saber que chingadamadre contiene este libro, mejor se lo obsequio a una gran persona que me a ayudado a tener un poco mas de estabilidad en mi vida diaria" (respeto por completo la ortografía del original).
Aura es, amén de una gran actriz, una persona encantadora. Recuerdo mi primer encuentro con ella, cuando, tras la inminente presentación de cada uno de nosotros en el grupo de actuación, me dijo, con toda franqueza, algo parecido a lo siguiente: "Así que estudiaste filosofía, eh. Yo nunca le entendí a mis clases de filosofía, jaja". Y siguió con la plática, a pesar de mi silencio, ocasionado por la timidez de los primeros días de socialización.
Pero ése no es el caso ahora. Lo que quiero decir es que Las intermitencias de la muerte es quizá, pese a todas mis reticencias iniciales, el mejor libro que he leído del escritor lusitano. Desenfadado, circular, irónico, sarcástico... Saramago elabora aquí una historia de 274 páginas (en la edición de Alfaguara) que transita de un fenómeno social —y anónimo— a uno individual, personal —aunque todavía anónimo. Al cruzar el umbral de la última página, resonaba una frase de "Al lado del camino", canción de Fito Páez. Lean la letra completa, escuchen la rola. A mí me recuerda a Poncho, con sus rulos revueltos exudando adrenalina. Me recuerda caminatas solitarias por la ciudad. Me recuerda a mí. Todo, como dije al inicio, coincide en mí.
Me gusta estar al lado del camino,
fumando el humo mientras todo pasa;
me gusta abrir los ojos y estar vivo,
tener que vérmelas con la resaca...
Entonces navegar se hace preciso
en barcos que se estrellan en la nada,
vivir atormentado de sentido
creo que ésta, sí, es la parte más pesada.
En tiempos donde nadie escucha a nadie,
en tiempos donde todos contra todos,
en tiempos egoístas y mezquinos,
en tiempos donde siempre estamos solos,
habrá que declararse incompetente
en todas las materias del mercado,
habrá que declararse un inocente
o habrá que ser abyecto y desalmado.
Yo ya no pertenezco a ningún istmo
me considero vivo y enterrado
yo puse las canciones en tu walkman
el tiempo a mí me puso en otro lado.
Tendré que hacer lo que es y no debido
tendré que hacer el bien y hacer el daño
no olvides que el perdón es lo divino
y errar a veces suele ser humano.
No es bueno hacerse de enemigos
que no estén a la altura del conflicto
que piensan que hacen una guerra
y se hacen pis encima como chicos
que rondan por siniestros ministerios
haciendo la parodia del artista
que todo lo que brilla en este mundo
tan sólo les da caspa y les da envidia
Yo era un pibe triste y encantado
de Beatles, caña Legui y maravillas,
los libros, las canciones y los pianos,
el cine, las traiciones, los enigmas,
mi padre, la cerveza, las pastillas,
los misterios, el whisky malo,
los óleos, el amor, los escenarios,
el hambre, el frío, el crimen, el dinero y mis diez tías
me hicieron este hombre enreverado.
Si alguna vez me cruzas por la calle,
regálame tu beso y no te aflijas;
si ves que estoy pensando en otra cosa,
no es nada malo, es que pasó una brisa:
la brisa de la muerte enamorada
que ronda como un ángel asesino,
mas no te asustes, siempre se me pasa,
es sólo la intuición de mi destino.
Me gusta estar al lado del camino,
fumando el humo mientras todo pasa;
me gusta regresarme del olvido,
para acordarme en sueños de mi casa:
del chico que jugaba a la pelota,
del cuatro-nueve-cinco-ocho-cinco...
nadie nos prometió un jardín de rosas,
hablamos del peligro de estar vivos.
No vine a divertir a tu familia
mientras el mundo se cae a pedazos.
Me gusta estar al lado del camino,
me gusta sentirte a mi lado;
me gusta estar al lado del camino,
dormirte cada noche entre mis brazos...
Al lado del camino,
al lado del camino,
al lado del camino,
(es más entretenido y más barato)
al lado del camino,
al lado del camino.
Y así, como todo, como esos ríos inumerables que confluyen en mí, mi pensamiento se convierte en una ola y se desliza en las arenas del siguiente recuerdo: Encuentro de claridades, una obra basada en los libros Jugo de naranja, de Carmen Villoro, y El primer trato de cerveza y otros placeres de la vida, de Philippe Delerm; un espectáculo dirigido por Sandra Félix, con las actuaciones de Mauricio García Lozano y Úrsula Pruneda.
Sea de lo que sea que trate esta obra, a mí me llevó al pequeño y escondido lugar donde vivo yo, al margen de todos ustedes: ese espacio donde me hablo y me contesto en una lengua privada, que sólo yo entiendo y que no quiero explicar. Pensé en las relaciones de pareja, en el amor, el romance, la conjunción de soledades, de anhelos, de necesidades y deseos. Pensé en cosas que no he tenido y que extraño con una saudade difícil de verbalizar. Pensé, pensé. Pero la saudade es más que pensar: es sentir, dolerse, estremecerse por dentro y seguir respirando, esta vez con todos los poros abiertos de la piel. Las cosas que no tuve, que vi, que en algún momento añoré y que ya no añoro pero aun así echo de menos, como algo que nunca me perteneció pero que me hubiera gustado poseer. Como la herencia de algún vecino. Como un hermano mayor. Soy la lente de una cámara que registra pedazos de vida. Soy un celuloide, sensible a la luz y altamente inflamable.
En alta mar, flotando a la deriva así, en una insomne noche de agosto, contemplo las estrellas en mi cielo mental y recuerdo... Auf der anderen Seite. La muerte, el amor, las fronteras. Todo confluye aquí. Aquí, en mí. Fuera de mí, el mundo existe, convulso, caótico, incierto. En mí, con pensamientos que no requieren de palabras, la armonía se establece y vuelvo a escuchar a un pibe que se siente feliz, igual que yo, al lado del camino.
(*) Olvidé mencionar que, además de la excelente experiencia literaria, descubrí que me gusta la portada del libro. Conforme uno avanza en la lectura, la imagen va cobrando sentido. Todavía tengo tanto que decir sobre esta obra... Ya habrá tiempo.
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María Fernández-Aragón
a la/s
22:56
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jueves, 21 de agosto de 2008
Auf der anderen Seite
- ¿Cuántas veces nos habremos cruzado antes de conocernos?
- En nuestro caso, por lo menos una.
De Fatih Akin me gusta todo. El sentido del humor no exento de violencia; la violencia no exenta de sentido del humor. El papel importantísimo del destino, a quien le gusta emigrar de Turquía a Alemania o viceversa, e incluso de regreso otra vez. Las tragedias sin rodeos: si tal personaje ha de morir, lo hará del modo más directo, menos romántico y rebuscado (pum, you're dead). Incluso me gustan las cejas pobladas del actor-guionista-director, nacido en Hamburgo de padres turcos. En pocas y muy coloquiales palabras, este tipo es la neta. Y sólo tiene 35 años.
Auf der anderen Seite, que literalmente podría traducirse como "Al otro lado" y que en muchas partes titularon como "A la orilla del cielo", es una típica historia de Akin, con todos los elementos que ha mostrado en sus dos películas anteriores, Im Juli. y Gegen die Wand ("Contra la pared"): un romance central (siempre marcado desde el inicio por la catástrofe), personajes turco-germanos, expediciones de búsqueda de un lugar a otro, cadáveres itinerantes y una tragedia inminente que culmina en la anagnórisis final del protagonista. La estructura dramática es, pues, esencialmente la misma en los tres casos. Sin embargo, al variar las peculiaridades de los personajes, las historias cambian de color.
Im Juli. tiene el sabor dulzón de la primera vez: es la historia de un chico que busca su "media naranja", y que sólo al final de la travesía se da cuenta de que todo el tiempo ha viajado a su lado. Gegen die Wand, con sus intentos de suicidio y sus venas cortadas, su éxtasis alcohólico y sus ceniceros rotos sobre la crisma de algún cristiano, parece todavía un manifiesto adolescente, aunque la realización de dicha película sea de óptima calidad.
Auf der anderen Seite es la maduración de todo lo anterior. Los temas son los mismos (la vida humana se reduce a pocos, que se repiten incesantemente): el amor, el origen, la familia, el destino, la herencia. Sin embargo, el tratamiento que hace Akin es extraordinario. A mi parecer, el puerto de llegada es éste: la relación padre-hijo. Es el tema común a las dos o tres o cuatro historias que se entrelazan a lo largo de la trama. Al final, Akin no deja lugar a dudas: el letrero de PHILYOS antes de llegar a la orilla del cielo es más que suficiente para confirmar sospechas. Nada se resuelve de manera contundente, tal como nos ocurre a diario. Nada se resuelve, porque el mundo es un cúmulo de problemas sin respuesta.
- ¿Cuántas veces nos habremos cruzado antes de conocernos?
- Deja tú eso: ¿con quiénes nos estaremos cruzando justo en este momento, sin darnos cuenta? Bien lo decía una lectora de este blog: nuestras vidas están unidas por los hilos invisibles del destino.
Publicadas por
María Fernández-Aragón
a la/s
07:28
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