sábado, 23 de agosto de 2008

Desdoblamiento

- Tinajero, nadie te extraña.
- Vaya, tal parece que así es.
- ¿No te importa?
- No.
- Ah, pues... qué bien.
- Sí.

Tinajero se rascó la entrepierna y luego se estiro, con las manos amarradas, arqueando el torso y bostezando sonoramente.

- ¿De verdad no te importa?
- ¿Qué?
- Que nadie te eche de menos.
- Tú me echas de menos. Eso es suficiente.
- Pero yo... Quiero decir, tú y yo no somos...

Tinajero me miró con un rostro que quiso ser inquisitivo, pero que se quedó en el esbozo.

- ¿No somos...?
- Tú sabes.
- No.

Una mosca pasó volando cerca de su mejilla. Lanzó la mano directamente contra ella, quiero decir, contra su mejilla. La mosca se posó en mis cabellos.

- ¿A dónde vas con todo esto?
- ¿Con qué?
- Tus comentarios.
- A nada. Fue una idea que cruzó por mi cabeza.
- Vaya.

Un leve reacomodo de la mosca llamó la atención de Tinajero. Esta vez, el golpe se estrelló en mi frente.

- ¿Qué te pasa?
- Tenías una mosca.
- No, quiero decir, ¿qué te pasa?
- Nada. El tedio.
- No has salido a la calle.
- No he hablado con nadie.
- Te desconectaron el teléfono.
- El refrigerador está vacío.
- Y ni así sales de esta pocilga.
- No.

Tinajero se levantó. Cuando me dio la espalda, vi que la tela de sus boxers se había metido entre los pliegues de su trasero. Volteé hacia la ventana.

- ¿Qué te pasa?
- No pienso pagarte para que me psicoanalices. Estoy bien.
- No es psicoanálisis.
- De cualquier forma.
- Como quieras.
- Sí.

El refrigerador no estaba, como había dicho Tinajero, completamente vacío.

- ¿Quieres?
- ¿No caducó hace un año?
- Muy ingenioso, eh.
- Sí quiero.

Bebimos cervezas en silencio. El silencio se convirtió en noche. La noche se convirtió en bostezos. Nos quedamos dormidos en los sillones de la sala. Al amanecer, me despedí de los falsos camaleones y me fui.

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