miércoles, 3 de septiembre de 2008

¡Qué país, Catalina!


Fotografía publicada en www.laquintacolumna.com.mx.

Quizá éstos sean los 65 millones de pesos mejor invertidos en el cine nacional. ¿Quién soy yo para decirlo? Pues, valga la redundancia, yo. Un yo entre tantos otros. Pero como ahora vivimos en tiempos democráticos donde toda opinión —por inexperta y sesgada y parcial que sea— vale igual que todas las demás, ahí la tienen. Atragántense con ella.

Arráncame la vida, el libro de la poblana Ángeles (jeje) Mastretta publicado en 1985, llamó más la atención de mi madre que la mía. Yo sólo leía, de vez en cuando, la sección que la comunicóloga tenía en la revista Nexos (la cual, ahora me vengo a enterar, la dirigía su esposo, Héctor Aguilar Camín). Me parecía, no obstante, cursi. Divertida, sí, pero cursi. Con esto no quiero decir que no me guste lo cursi. Hombre, vaya: yo soy lo cursi, igual que Gensollen. Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

En fin, pues que nunca leí la novela. Mucho tiempo después, mi mamá se enamoró de la canción en la voz de Ligia Cámara. Los domingos por la mañana, o después de alguna reunión en la casa, ahí la tenían ustedes, vuelta pa'llá y vuelta pa'cá, quizá con una cuba en la mano:

Arrrrrráncame la vidaaaaaaaaa
con el último beso de amor
Arrrrráncame la vidaaaaaaaaaa
toma mi corazón.

Arrrrráncame la vidaaaaaaaaaa
y si acaso te hiere el dolor
ha de ser de no verme
porque tus ojos me los llevo yo.

*Cuando vean la peli, chequen el papelazo de Eugenia León en esa parte.

Y... pasó el tiempo. Antier veía yo El Universal online y leí que regalaban boletos para la premiere de la película. Sólo había que contestar cuatro sencillas preguntas, fácilmente googleables o IMDbeables. Mandé el mail, más por ego que por ganas de ir al tumulto de una premiere. En el transcurso, me enteré de que Sneider era el director de otra de mis películas (y libros) favoritos: Dos crímenes, de Jorge Ibargüengoitia. "Bueno", me dije, "quizá ésta también me guste, entonces". Me gané el pase doble. "Joder", pensé, "ahora tengo que ir". Y allá fuimos.

Como es obvio, yo a duras penas me bañé y me puse lo primero y lo más cómodo que encontré: jeans, playera raída, tenis mugrosos y el suéter de todos los días. Pasamos a Bucareli y Reforma por los boletos, y de ahí caminamos al Metropolitan. Se me antojaba una chela, pero las circunstancias no favorecieron la ingesta de alcohol. Apenas dimos vuelta sobre la calle del Sheraton, la que sale directo a la entrada del teatro, vimos el templete que tenían montado para recibir al "Talento" de la película y a los invitados "VIP"... Este recuento está de hueva. Vamos a lo que nos truje. (Nomás les cuento que lo más divertido de la alfombra roja fueron las chiquillas que participaron en el rodaje, y Chema de Tavira, que está re-guapo y se adivina casi tan loco como su señor padre).

La película vale cada uno de los centavos invertidos en ella. La historia es simple, lineal, sin mayores complicaciones narrativas. Sin embargo, los personajes —hablo de su encarnación en los actores— están llenos de colores. El General Ascencio, un cabrón déspota y cínico, un megalómano con muchos huevos, es una delicia. Más allá de los 14 kilos que tuvo que subir Giménez Cacho para interpretarlo, es admirable el carisma que le imprime a un asesino tan despreciable como éste. Su actuación incluso me hizo olvidar que el histrión es un fanático de la "izquierda" pejista del país, y que aprovechó su momento en la alfombra roja para decir que en aquel entonces (el de la película) sí había un proyecto de nación, cosa que ahora —opina él— no hay. Vaya, las cosas que pueden decir los artistas, eh. No digo que ahora haya algo semejante a eso, pero antes tampoco lo había. Los intereses privados siempre han sido moneda corriente en las políticas "públicas", y eso queda nítidamente reflejado en la historia de Mastretta filmada por Roberto Sneider.

Por su parte, la dulce Talancón, con sus ojitos acuosos y su lunar en el mentón, es inocente y virginal a los quince, curiosa e inquisitiva a los veintitantos, y un poquitín amargada y rabiosa a los treinta. Esas transiciones las proyecta con una claridad que, me atrevo a decirlo, ni el propio Bardem pudo lograr en El amor en los tiempos del cólera (esa pifia de cinta, ese vómito cocinado entre cánticos shakirescos). Menos efectos especiales, menos maquillaje y prótesis... más atención a la mirada. Todo el "chiste" de la Catalina de Ana Claudia está en los ojos. Mis respetos. Esta chavita está picuda.

A las 3/4 partes de la proyección, se nos cansaron las nalgas. Claro, es lógico: nos aventamos antes una hora de alfombra roja, con la güera De Alba entrevistando a las celebridades.

Al final, tuve que apretar (no sé dónde o qué) para no llorar. La última toma, me atrevo a decirlo, es magistral. Y, como en el resto de la película, todo es perfecto: la actuación, la fotografía, la iluminación, el sonido... todo. Se aventaron siete años para levantar este proyecto. Bien, pues... ¡felicidades! Si ése es el tiempo necesario para hacer las cosas bien en este país, sea. Qué bonito les quedó. Y, miren, la mejor frase de la película, que le dice Carlos (el amante, el guapo De Tavira) a la chavita del Góber precioso:

"¡Qué país, Catalina! El qué no tiene miedo, tiene tedio".

Vaya, pues sí. Sounds familiar, doesn't it?

2 comentarios:

B West dijo...

ya se le ven los añejos a la talancon!


jo!!


esa frase del final es lo mejor, tan cierta!

quiero verla ya!

Anónimo dijo...

ENVIDIA.... Muero por verla ya!