Me gusta cómo habla la gente de por allá. Me gusta mucho, y lo digo sin atisbo de ironía. En serio. Y el color de su piel, sus arrugas, su forma de andar sin preocupaciones ni miedos, su constante pregunta retórica del '¿cómo ve?': todas ésas son cosas que me gustan y que a veces echo de menos.
Mientras escribo esto, el agua va lentamente llegando a la ciudad.
Agua. Torrentes de agua dulce por donde caminan las carpas, las lobinas negras, las mojarras. Litros y litros arremolinándose sobre una superficie desértica, alrededor de esos árboles que siempre se ven tan sucios y que en ocasiones parecen estar secos.
Agua.
Como en la Noche árabe de Schimmelpfennig. Como en Desaire de los elevadores de Villarreal.
Agua.
miércoles, 10 de septiembre de 2008
La humedad de la nostalgia.
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 21:48
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