Lo intenté. Respiré hondo, varias veces, hasta diez, y hasta más de diez. No grité. ¿Cómo iba a gritar, si estaba escribiendo? Ni siquiera usé mayúsculas. Sólo se me salió un 'chingada madre', y fue sólo hasta que perdí el último miligramo de paciencia. Y perdí. La perdí a ella, perdí la calma, perdí muchas cosas de las que no voy a hablar porque son mías (con perdón del respetable). Pero, a ver, lo que necesito son consejos, porque 'ora sí que ya no sé por dónde. ¿Qué hace uno cuando la comunicación es imposible, cuando decir 'te amo' no sirve para un carajo?
a) Te encojes de hombros y dejas el asunto por la paz, con el corazón arrugado.
b) Das una patada al mueble más cercano, mientas madres, te rompes la mano pegándole a un espejo, sales a la calle a golpear al primer tipo que se cruce en tu camino y, cuando despiertas del estado de coma (previa madriza del gorila al que madreaste), te das cuenta que estás en la Cruz Roja y no recuerdas nada porque la amnesia borró todo recuerdo de tu mente.
c) Insistes.
d) Te mudas de país y esperas que, con un poco de suerte, la otra parte recapacite.
No sé. Como que todas las opciones me parecen algo, mm, sí, algo exageradas. 'Asesinar' no está en mi lista porque creo a pie juntillas en el decálogo que Dios le dio a Moisés en el Monte Sinaí. 'Suicidarme' tampoco, por la misma razón, y porque la vita è bella, aunque de un modo diferente a como lo piensa Roberto Benigni. No sé, no sé. ¿Alguna sugerencia? Nota: les juro que cuando digo 'la comunicación es imposible', no estoy haciendo bonitas hipérboles ni juegos de lenguaje. I seriously mean it. Así que no me digan, cual intento de Almodóvar, 'hable con ella'. No. Si no incluyo ésa entre las opciones, es porque, dah, no es una opción.
De antemano, agradezco su ayuda.
martes, 9 de enero de 2007
Se aceptan consejos
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María Fernández-Aragón
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sábado, 6 de enero de 2007
To break a leg and still be happy
Ah, la vida del actor, que en todo halla placer y contento. Si un pájaro le zurra en la cabeza, piensa que es signo de buena suerte. Si la mujer que ama le manda un sms que dice 'break a leg', no responde con insultos, y tampoco responde con un muy polite 'gracias' porque entonces perdería efecto el conjuro para atraer la buena suer--, ejem, el éxito en la función.
Ah, la vida del actor, tan a salto de mata, tan improvisada, tan fugaz. Cómo me gusta dedicarme a esto. Los nervios, las palmas de la mano sudorosas, la piel de gallina, el estómago revuelto, la inquietud que produce saber que hoy estrenamos. Ah, esa sensación de vacío, la mente en blanco -'¡olvidé todos mis textos!, ¡de veras!, ¡se me va a olvidar todo!'-, la angustia que ocasiona pensar que todo saldrá mal, y la confianza que da saber que probablemente no será así.
Ah, la vida del actor. Quién fuera yo.
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María Fernández-Aragón
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viernes, 5 de enero de 2007
Como cinta de Almodovar
¿Qué he hecho yo para merecer esto? Y no, a pesar de la tristeza que cómodamente se ha instalado entre las cuatro paredes de mi tórax, no me refiero a la suspensión de mis relaciones bilaterales con la nación judía encarnada en una guapa periodista de conocido diario capitalino, porque en dicho caso sé bien lo que hice para merecer 'esto'. A lo que apunto, señalo y aludo es a la repentina -por no decir inexplicable- aparición de mi nombre en la selecta lista de links que mi colega -mi amigo, ¿qué digo amigo?, mi hermano, mi compadre- Guillermo ostenta en su blog. ¡Cuatro líneas por debajo del Doctor Héctor Zagal! ¡Plácidamente sentada arriba de dos Alejandros más grandes que el mismísimo y consabido discípulo de Aristóteles! ¡En la misma columna y grupo que McSweeneys! Bueno, pero... ¿qué he hecho yo, me pregunto? Y no me lo pregunto demasiado: no vaya a ser que, por tanto preguntar, me ande quedando fuera de la élite de la intelectualidad capitalina que se conglomera -cual si anduviera por el Periférico en hora pico- aquí, en las agresivas-para-mi-sensible-retina páginas virtuales de Cetrería.
Gracias, Ezequiel, porque si no fuera por ti, por tus clases de latín a las ocho de la mañana, por tu manía de ir aventando citas bíblicas en rancios idiomas, no sabría decir lo que siento en este momento, al menos no con la elegancia que supone escribir un muy mamón 'non sum digna'. E punto e basta.
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María Fernández-Aragón
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Que conste en las actas
La extraño.
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María Fernández-Aragón
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Millions of peaches
En Torreón no hay duraznos. No que yo sepa. Hay nogales, eso sí, y palmeras que dan dátiles -palmeras camelloneras, les llamamos en la familia, por obvias razones. En Parras de la Fuente hay... vaya, pues hay parras y vides y uvas de las vides y vino de las uvas de las vides. Cerca del Río Nazas, por las ajueras de la ciudad, se pueden ver sembradíos de jitomates, aunque allá les dicen sólo 'tomates', y los distinguen de los otros porque a ésos, a los verdes, les dicen cariñosamente 'tomatillos' (pronúnciese bajando el tono en la 'i' para emular el perfecto acento lagunero). También hay melones y sandías. Pero duraznos, lo que se dice duraznos, pues eso sí que no hay.
Movin' to the country, gonna eat a lot of peaches
I'm movin' to the country, I'm gonna eat me a lot of peaches
I'm movin' to the country, I'm gonna eat a lot of peaches
Movin' to the country, I'm gonna eat a lot of peaches
Y será porque mi adolescencia pasó con canciones de Nirvana, con el grunge y los videos de MTV -cuando em-ti-vi era buen canal para ver videos-, con el one-hit-wonder de los Presidents of the United States, y porque sobre todo pasó en Torreón, o quizá por otras razones, pero no hay duda que los duraznos me hacen pensar en Torreón.
Peaches come from a can, they were put there by a man
In a factory downtown
If I had my little way I'd eat peaches everyday
Sun soakin' bulges in the shade
Pienso que los duraznos me hacen pensar en Torreón porque, pensándolo bien, sí hay duraznos en Torreón. Enlatados. Congelados. Importados de los Yunáited. Duraznos en una lata, que fueron puestos ahí por un hombre en una fábrica en el centro.
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María Fernández-Aragón
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miércoles, 3 de enero de 2007
Yo ya me voy a morir en los desiertos
Yo ya me voy
a morir en los desiertos,
me voy del ejido
a esa Estrella Marinera.
Sólo en pensar
que ando lejos de mi tierra,
nomás me acuerdo
me dan ganas de llorar.
Pero a mí no me divierten
los cigarros de Dalila,
pero a mí no me consuelan
esas copas de aguardiente.
Sólo el pensar
que me dejé un amor pendiente,
nomás que me acuerdo
me dan ganas de llorar
Pero a mí no me divierten
los cigarros de Dalila,
pero a mí no me consuelan
esas copas de aguardiente.
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María Fernández-Aragón
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martes, 2 de enero de 2007
Fin de la infancia
Se siente caliente aquí. Y acolchonado. No hay ruido. La tiniebla es suave, aunque afuera se adivina un día despejado, de enormes cielos azules. Doy vuelta sobre mi costado, reacomodo las sábanas de franela con diseños de franjas verdes, y cierro los ojos otra vez. Un ratito más. Sólo diez minutos. Cuando mi papá toque a la puerta -'María, ya está el desayuno'- significará que tengo menos de media hora para bañarme, ponerme la falda roja a cuadros, la blusa blanca de algodón, calzarme los zapatos negros, hacerme una rápida cola de caballo, tomar jugo y algo más en la cocina y subirme al Jetta arena que ya está encendido y aparcado fuera de la casa, con un hombre barbón y adormilado al volante. Tomaré la mochila -pesada, incómoda, llena de cuadernos forrados de papel lustre rojo y plástico- y saldré corriendo. Recorreremos las menos de diez cuadras que me separan de la secundaria. Me bajaré y...
Suena otra vez el despertador. Algo me dice que se me está haciendo tarde. El perro ladra afuera, y empiezan a circular algunos coches. Toc, toc. Dos golpecitos suaves en la madera blanca de mi puerta. Un apelativo conocido, la voz de mi padre, y de un brinco estoy en el suelo. La falda gris a cuadros, la blusa blanca de algodón, el listón rojo -'de perro', jode Clarita-, las trencitas que me hace mi mamá, 'no tengo ganas de ir al colegio', 'ándale, mijita, que ya van a pasar por ti'. A las 7:51 de la mañana se oye un claxon de coche importado de segunda mano. El equis once rojo de mi tía se para frente a la casita con techo de dos aguas, en la calle sin pavimentar. El número 81 de la calle Río Nazas (sí, señorita, calle Río Nazas... en la Navarro, sí... no se vaya a confundir con la avenida... esa está en la Estrella... ajá, calle Río Nazas número ochentaiuno). Sobre los asientos de terciopelo rojo, un puñado de niños -los del 'viaje', los amigos de mis primos-, medio dormidos. Abren la puerta. Me toca sentarme, como siempre, encima del freno de mano. Soy la más chica -¿cuándo entrará Valeria al Americano?-, no quepo en otra parte. Por suerte, es un coche automático. Manlio, Ariel, Raúl, Daniel... y yo. Quizá alguien falta. No sé. Nunca los volteo a ver. Son feos. El puro olor me hace saber que están ahí, todos esos niños que a las doce del día estarán cubiertos de arena, que se quedarán en 'detention' toda la tarde por haberle puesto una tachuela a su compañera de enfrente, por haberle bajado los calzones al nerd de la clase. Yo, para variar, llegaré tarde a la escuela, sin importar que Clarita haya batido record haciendo menos de 9 minutos al Americano: toda la Mariano López hasta el bulevar Revolución, y luego por atrás, por Peñoles, hasta la puerta de la entrada. Trataremos de escabullirnos por donde entran los que llegan en el camión del colegio, que tienen justificante para llegar tarde. Pero esta vez no funciona. 'Toma, tu retardo'. Derrotada, deslizo mis zapatos negros sobre los azulejos grisáceos de la escuela, avanzo hasta mi salón y toco a la puerta.
Toc, toc.
'Son las siete. Ya está el café en la cocina'. Mi avión sale a las nueve. No hay tiempo para esperar a Clarita ni para ponerme el uniforme de deportes. Qué pronto se hace tarde.
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María Fernández-Aragón
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viernes, 29 de diciembre de 2006
jueves, 28 de diciembre de 2006
Eterno retorno (part deux)
de la serie 'intervenciones en el desierto', parte 2.
battle with dust.
fotografía de carlos fernández.
dunas de bilbao, municipio de viesca.
diciembre, 2006.
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María Fernández-Aragón
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viernes, 22 de diciembre de 2006
La despedida
Hoy, en punto de las 21:15 horas (si el tráfico aeroportuario lo permite), estaré saliendo rumbo a Torreón.
Please fasten your seatbelts.
El vacío en el estómago. La sensación de que algo se me olvida. Las prisas, todo lo he dejado para el último momento. La pensión para Romina, la pensión para mi auto. Cobrar, pagar, limpiar, tender, empacar. Son sólo diez días.
No sé por qué siempre llego melancólica a estas fechas. Más allá de natividades y años nuevos, hay algo en el aire decembrino que me recuerda la caducidad, pero también la vida. Las cosas avanzan, implacables. Una vez, y otra vez, y una vez más: las despedidas temporales, los viajes, la familia, los abrazos, regalos que dependen de la crisis, el pavo, los días de no hacer nada, los primos, las doce uvas, las llamadas telefónicas. De un tiempo a la fecha, va creciendo en mí la conciencia de que esto terminará. Llegará el momento en que mi casa estará vacía, y mi hermano se habrá ido a vivir con alguien. Mi abuela... ¿A dónde regresaré entonces para Navidad?
Antes que eso pase, estaré en Torreón un año más. Absorberé cada instante con todos los poros de mi piel, y tomaré fotos. La felicidad es una polaroid.
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María Fernández-Aragón
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miércoles, 20 de diciembre de 2006
Cuando llegué a vivir a Torreón, mi casa era sobre todo un jardín. Había un árbol de aguacates, dos nogales, no sé cuántas higueras. El pasto crecía, desgreñado, por todas partes. Todo era tanto más alto que yo. Incluso los perros chihuahueños de mi tía se me figuraban una amenaza, y yo corría a protegerme detrás de las piernas de mi mamá. Mi tía reía, como siempre lo hace.
Había polvo, más que ahora, mucho más. El aire era polvo, y mis pulmones tuvieron que acostumbrarse a respirar eso, y mi torrente sanguíneo tuvo que aprender a fabricar oxígeno a partir de la tierra.
También había unos huecos entre casa y casa. Espacios vacíos, habitados sólo por maleza, por huizaches artríticos, por patas de mula eternamente aterciopeladas por el fino polvillo del desierto. Aprendí un concepto nuevo -'terrenos baldíos'- y me quedaba horas enteras viendo ese prodigio: un lugar donde no había nada más que soledad. Mi hogar.
En Torreón fueron los tiempos de la soledad, del viento sin palabras. No había más que inclinar el rostro, levantar ligeramente la barbilla para mirar de frente al sol y quedarse ahí, inmóvil, cual lagartija, esperando que el calor secara de golpe todas las lágrimas, todo el dolor, toda la tristeza. Que secara todo, o lo más posible, hasta que no quedara de uno más que un espejismo vaporoso, un atisbo de algo indefinido, la bruma lejana, un remolino, una pared cuarteada de tan seca.Entonces vendrían las liebres con sus orejas de regalo mal amarrado, los perritos de la pradera, las libélulas de los charcos milagrosos, los mosquitos, las hormigas, los gatos que florecían en los naranjos, los hombres de piel curtida, las mujeres que reptan por las calles asoleadas, los niños desnudos. Y después: las cascadas en las escaleras de un hotel, las prostitutas adolescentes en la plaza de armas, el cerro de polvo blanco, los suicidios jamás ejecutados, las riñas municipales, los briagos, los poetas de hoja-sé, las casas abandonadas, las escapadas de la escuela para ir a Birmingham/Durango, el puente de Ojuela, las dunas de Bilbao, las fotos sobreexpuestas, los atardeceres en las faldas de un puente, cuando medía el tiempo con besos.
Siempre quise salir huyendo de Torreón. Me daba miedo pensar que allá, como en ninguna otra parte, he estado en casa.
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María Fernández-Aragón
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Against all interpretation
Apunto directo a tu pecho, con la lanza acerada de mis ojos fieros, y pregunto a quemarropa '¿me quieres?'. Te tardas en responder lo suficiente como para que mi cabeza empiece a girar -las llantas traseras dando vueltas y más vueltas sobre la arena del desierto- y me apresuro a salir de ahí. Un giro de ballet, un tanto torpe pero elástico. Y llega tu mano a mi cintura, por la fuerza de la costumbre, por la gravedad. El roce de tus dedos con mis ropas flojas. El calor de tu mano sobre el frío cálculo de mis movimientos.
Silencio. Inmovilidad y silencio. Where do we go from here?
Otra vez pongo la mira sobre mi presa -tú-, me escondo detrás de un arbusto, mi maleza. Quiero cazar, atrapar al vuelo lo que bulle entre los pliegues de tu hipotálamo. Eso que piensas no lo sé, ni lo sabré nunca tal como lo piensas. 'Against all interpretation' no puede ser más que el bonito y desafiante título para un libro. Tú interpretas lo que sientes, lo pasas a tus palabras, las que tú usas que no uso yo -no así, como tú lo haces-, ésas que me echas a la cara, que me avientas, sonoramente, y las pones a que estallen en el tambor de mi oído: minas anti-personales, detonaciones, signos. Respondes, al fin, con tu voz perfumada con olores naturales: '... locamente'.
Rosebud.
La comunicación es posible, sí, claro que sí. Pero también es una torre de Babel con un canario cojo tomando el dictado de impulsos caóticos que no tienen nombre: nombrar es hacer poesía, malabarismos verbales (si yo pudiera escapar de Paz). Me agacho un segundo para amarrar los cordones de mis tenis deportivos. Cuando levanto la vista, lo que tengo ante mí es el sordo sonido de una línea vacía.
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María Fernández-Aragón
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