Como si fueran carreritas. Terminé Diario de una buena vecina. Mi papá está leyendo El maestro y Margarita, así que yo ya empecé con Hombre lento, de Coetzee. Supongo que con ése abriré el año, a menos que me lo zampe en un solo día. No creo: hoy será día de sociabilización y tragadera.
Curiosamente, el libro que terminé y el que ahora comienzo tienen un tema común: una persona en situación de invalidez. Una anciana, un hombre mutilado. Dos solitarios. Diferentes perspectivas, diferentes voces. ¿La vida me querrá decir algo?
En mi sobredosis de ficciones, volví a ver La vida de los otros. Me pareció más hollywoodense que la primera vez. Al mismo tiempo (y no sé si por la razón antedicha) me gustó más y me cayeron menos gordas las elipsis del final. También: casi lloro.
Estoy a cuatro días de volver a México. Quisiera pasar tres meditando en el desierto. No sé si lo consiga. Meditar, quiero decir. El regreso es, para bien o para mal, inminente.
martes, 30 de diciembre de 2008
Libros que se cierran.
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 23:21 0 comentarios
domingo, 28 de diciembre de 2008
Ich will schreiben.
Quiero escribir. Todo el tiempo: mientras me baño, cuando estoy en la cocina, a la hora de la comida, antes de dormir, justo al despertar, en un rato de ocio. Todo el tiempo. Pero no escribo. Sólo pienso "quiero escribir" y redacto notas mentales sobre tal o cual anécdota que podría servir para, sobre un personaje que podría, una obra que me salvaría de la angustia, la nada, el sinsentido, el miedo, sí, el miedo de vivir siempre como si caminara sobre un campo minado. No escribo. Quiero escribir.
Leo. Ahora leo incluso con pasión, como si de una profesión se tratara. Me siento allí, en el sillón que no me pertenece, y me acomodo con insistencia, con ¿cómo decirlo? actitud burocrática. Me siento, no muy cómoda pero sí de forma que pueda permanecer en la posición durante un rato, un largo rato. Y entonces leo. Leo y pienso que quiero escribir. Pero no escribo, no. Yo leo.
A lo largo de los años, he buscado las manías, las obsesiones que me hacen ser quien soy. Hay gente que se siente atraída por las novedades tecnológicas, o quienes saben mucho sobre, o los que se esfuerzan por. Gente así. Yo he buscado mis manías. Sólo encuentro algo constante: he adquirido libretas, cuadernos, agendas, carpetas, blocks, moleskines en abundancia, y no creo todavía haberme terminado las hojas de ninguno. Acumulo hojas en blanco. Eso hago, maniática, compulsivamente. Acumular cosas que me dicen, me gritan, me recuerdan o recriminan que quiero escribir. Y no escribo, no, aunque quiera.
No creo en los propósitos de año nuevo. Por eso, no me propongo escribir cuando el calendario cambie. No lo pediré ni a los dioses pequeñitos que viven en las doce uvas moradas ni a Jesús sacramentado ni, mucho menos, a mí. No. Dejaré que esto siga, a ver hasta dónde llega. Estiraré el querer hasta que se convierta en hacer.
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 22:41 1 comentarios
sábado, 27 de diciembre de 2008
Lola is dead
El 15 de diciembre se murió la Lola, la perra que más ha querido a mi papá. Cáncer de páncreas, vaya usté a creer. Eso debería darle sólo a los humanos, a los que no quieren a los perros, pero no a los perros, y menos a los que quieren a los humanos.
La casa se siente vacía sin ella. La extraño. Torreón ya no es lo que era. Me falta mi perra.
Choncho también extraña a Lola. Era su hermana. Y a mí me da tristeza ver a Choncho. Siento su tristeza como si fuera mía. O, mejor dicho, veo mi tristeza reflejada en los ojos del perro. El perro no me dice nada, pero sé que sufre. O... mejor dicho... imagino que sufre para no sufrir sola.
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 16:58 2 comentarios
viernes, 26 de diciembre de 2008
Violin Concerto in A minor (J.S. Bach)
Aplausos. Sin duda, mi favorito.
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 16:22 0 comentarios
jueves, 25 de diciembre de 2008
More Lessing
Acabé De nuevo, el amor. Mi mamá me convenció de seguir con otro libro de esta señora: Diario de una buena vecina. La lectura es mucho más ágil. Espero terminar pronto para —entonces sí— atragantarme con El maestro y Margarita. Espero, también, salir a pasear algún día de éstos. Cuando deje de hacer calor.
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 22:27 0 comentarios
lunes, 22 de diciembre de 2008
La dieta
Decidí traer conmigo una pila de libros comenzados que no había podido terminar allá.
Ayer acabé con el primero: Casi nunca, de Daniel Sada. Lo había empezado con reticencia. Una página después, lo amaba. A la cinco, lo devoraba con fruición, y todavía hasta la cien. Tal vez, quizá, hasta la ciento veinte. Luego sobrevino el tedio. Las idas y vueltas sin rumbo, las brechas mal trazadas sobre la tierra, la caligrafía tortuosa, ese perderse, desviarse, andar tanteando, con negativas y largas. Lejanía, polos que se atraen y no se tocan, tensión, tensión, ¡¿cuánto más?! Todo, sin embargo, con propósito. Llegar, ¡al fin!, martirio superado. Delicia. Hacer la digestión, ¡cosa hecha! El estilo abigarrado, ¿posible desprenderse?
Nomás cerré ése, abrí el siguiente. Un bocadillo más rancio, que había estado ahí empolvándose desde antes: De nuevo, el amor, de Doris Lessing. La delicadeza descriptiva, la asombrosa construcción de los personajes y la profundidad emocional de la protagonista son sus cualidades más destacables. En el lado contrario de la balanza tenemos que esto resulta en una prosa pesada, como de andar de mujer mayor que, por más enamorada, no puede bailar alegre y flotar sobre nubes sutiles, no, sino sólo arrastrarse y a veces dar pena por su lentitud asombrosa. Recobré el interés a escasas veinte páginas del final, gracias a un suceso largamente anunciado que, de tan sabido, ya ni se acordaba uno que tarde o temprano ocurriría. Espero terminar esta misma noche.
Luego vendrá el penúltimo con boleto de ida y vuelta: El maestro y Margarita, de Mijail Bulgákov. No es nada soez, aunque el título se preste a equívocos y confusiones. O, bueno, no sé. Es demoniaco. Como Fausto. Como nada de lo que había leído hasta ahora. Ruso, con nombres impronunciables, lleno de sucesos fantásticos. Me gusta.
Para terminar, me chutaré lo que me falta de Punks de boutique (Archimondain Jolipunk), de Camille de Toledo: me daré mis baños de "rebeldía", mientras me bebo un café de starsucks.
Y entonces comenzaré con las adquisiciones recientes: Usigli, Archer (para aligerar la carga), probablemente algo de Ibargüengoitia, poemas de Enriqueta Ochoa, ¿Vargas Llosa?, Coetzee me gustaría, Saramago posiblemente, podría ser Capote o simplemente volver a Pessoa. En casa, Thomas Mann me espera.
A la par, he tomado una dosis de películas casi diarias. Ciclo "Convivencia familiar": jueves, La Môme; viernes, No Country for Old Men; domingo, La Tourneuse de Pages. Próximamente: Charlie Wilson's War, Persepolis (again and again and again), Mamma mia! y varias más a las que ya eché ojo. Mi hermano sugiere Rudo y Cursi; yo, obviamente, me niego. Volvería a ver Atonement y Arráncame la vida. Con palomitas (pocas). Estoy a dieta.
Eso, claro, explica todo: todo este atragantamiento no es más que una compensación, baja en calorías.
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 22:32 2 comentarios
viernes, 12 de diciembre de 2008
domingo, 7 de diciembre de 2008
Al pie de una jacaranda
Enriqueta Ochoa. La poetisa de Torreón. El lunes primero, al filo de las cuatro de la tarde, se fue. Velaron y cremaron sus restos muy cerca de aquí. Sus cenizas, por orden expresa suya, serán depositados al pie de una jacaranda. Florecerá.
Este ir y venir
¿Para qué este ir y venir?
Quién sabe en qué rincón se encontrará la aurora,
y qué santo, o qué idiota
nos vaciará un día equis la cabeza;
y el sueño de un buen Dios
y la tiniebla amorfa
se borrarán de golpe
al entrar a ese ojo que nos acecha fijo,
y al que nos vamos todos
a la señal de un tiempo.
1967
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 14:57 4 comentarios
sábado, 6 de diciembre de 2008
Desear. Enamorarse.
me encierran los muros de todas partes.
Barcelona, te estás equivocando, no puedes seguir ignorando
que el mundo sea otra cosa y volar como mariposa.
Hace mucho que una película no me divertía tanto como Vicky Cristina Barcelona. O más: hace mucho que no me enamoraba así. Enamorarse y divertirse. Pareciera que van de la mano.
La ley del deseo
En el centro de la historia, algunos encuentran un triángulo amoroso. Otros, creyéndose osados, dicen que más bien parece un cuadrado. Yo digo que es un polígono informe o ni siquiera eso: es un cúmulo de puntos entre los cuales pueden trazarse tantas líneas como se quiera.
Pero no es eso de lo que trata la película. El amor o el sexo —y sus posibles combinaciones— son dos rostros del deseo. Y el deseo es en lo que hurgan Vicky y Cristina en Barcelona. Un deseo vital, por así llamarlo. Voluntad de ser. De ser, ¿qué? Cristina diría, con mucha más precisión y honestidad que Vicky: no sé, algo, algo que no es esto.
Hay en mí una sensibilidad que quisiera expresarse y que aún no encuentra cómo hacerlo. Busco, encuentro, me enamoro, no estoy satisfecha, sigo la búsqueda. Busco, deseo. Experimento, me muevo, continúo. Siempre quiero, pero siempre quiero más. Voluntad insatisfecha al acecho. Volar como mariposa.
El deseo ilimitado, ¿puede eso existir? Desear sin saber qué se desea. Buscar por instinto. Hallazgos a tientas, que sólo confirman y exaltan el deseo. La humanidad, más que inteligente, es deseante. Nuestra historia es un relato de conquistas que nos llenaron de hambre, sed y vacío. Un vacío pleno de certezas sobre lo que no queremos ya, porque queremos algo más: eso mismo, tal vez, pero más, siempre, mejor. Cuando un hombre y una mujer se encuentran, repiten esa misma historia acoplándose sobre la curva superficie de la tierra. Son una metáfora, la alegoría carnal de una condición espiritual.
Woody P. Allmodóvar
Y, bueno, es inevitable asociar Vicky Cristina Barcelona con Almodóvar. El idioma, pero sobre todo aquél en el que están escritas las acciones de los personajes —el idioma del deseo— nos lleva en esa dirección.
Lejos quedó la contención británica de los jugadores que se disputaban un Match Point. O el sobreabundante prurito psicológico de las típicas obras neoyorquinas de Allen. Aquí hay mujeres al borde de un ataque de nervios, tacones lejanos, carne trémula y un matador al que dan ganas de coger. Y luego, volver: al inicio, pero transformados. Volver, con la frente marchita, una y otra vez, desde y hacia el centro del hombre: el deseo.
Para quienes siguen juzgando a Allen desde la herrumbrosa atalaya de las victorias de antaño, mi mejor deseo, con cariño: que les den por culo.
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 13:38 1 comentarios
jueves, 4 de diciembre de 2008
Las cobijas del sol (parte dos)
Antes, el tren llegaba a Torreón. Con pasajeros, molidos por el traqueteo, sedientos y hartos, acalorados y rojos, rojos como tomates rojos que vienen brincando en sus rejas de madera. Antes, el tren llegaba a Torreón. Una de las veces que llegó, vomitó en el andén a mi tía y mis dos primas. Venían molidas por el traqueteo, sedientas y hartas, acaloradas y... ya se sabe. Habían querido sumar esa experiencia a sus vidas, la de viajar en tren a Torreón. Mi tía: era ella quien en realidad había querido, y embaucó o sedujo o de algún modo convenció a mis primas de lo mismo (presas fáciles, chiquillas las dos: colegialas de coletas, barrigas brinconas y patas de araña). El tren las vomitó y creo recordar, o cuando menos imaginar, que ahí mismo juraron no volver a hacer algo semejante. La experiencia había sido sumada, no hacía falta multiplicarla. Porque multiplicar por ceros siempre es una operación desventajosa.
Cuando el tren llegaba a Torreón, yo no lo necesitaba, pues allá vivía. Tampoco me interesaba subirme en él: había visto lo rojas y acaloradas y hartas y sedientas y molidas que habían llegado mi tía y sus dos hijas: no quería pasar por lo mismo. El tren, para mí, era algo lejano. Una máquina vieja, unas vías a lo lejos, un runrun por los cerros a los que se trepa la avenida Morelos. Algo confuso, más bien, por desconocido. Y desconocido por innecesario. En Torreón, creo recordar, todo era innecesario. El mero hecho de arrastrar el ser por debajo de las lenguas de fuego era ya un milagro: todo lo demás era simplemente innecesario.
Pero ahora voy a Torreón y el tren no me lleva. ¿Qué diré, entonces, cuando me vean llegar molida por el traqueteo, sedienta y harta, acalorada y roja, roja como un tomate rojo que viene brincando en su reja de madera? Nada. Probablemente diga nada. Todo, está por demás decirlo, es simplemente innecesario.
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 23:13 1 comentarios
miércoles, 3 de diciembre de 2008
And then I saw...
Las cosas con las que se encuentra uno cuando se pone a estudiar e investigar.
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 15:28 1 comentarios