Antes, el tren llegaba a Torreón. Con pasajeros, molidos por el traqueteo, sedientos y hartos, acalorados y rojos, rojos como tomates rojos que vienen brincando en sus rejas de madera. Antes, el tren llegaba a Torreón. Una de las veces que llegó, vomitó en el andén a mi tía y mis dos primas. Venían molidas por el traqueteo, sedientas y hartas, acaloradas y... ya se sabe. Habían querido sumar esa experiencia a sus vidas, la de viajar en tren a Torreón. Mi tía: era ella quien en realidad había querido, y embaucó o sedujo o de algún modo convenció a mis primas de lo mismo (presas fáciles, chiquillas las dos: colegialas de coletas, barrigas brinconas y patas de araña). El tren las vomitó y creo recordar, o cuando menos imaginar, que ahí mismo juraron no volver a hacer algo semejante. La experiencia había sido sumada, no hacía falta multiplicarla. Porque multiplicar por ceros siempre es una operación desventajosa.
Cuando el tren llegaba a Torreón, yo no lo necesitaba, pues allá vivía. Tampoco me interesaba subirme en él: había visto lo rojas y acaloradas y hartas y sedientas y molidas que habían llegado mi tía y sus dos hijas: no quería pasar por lo mismo. El tren, para mí, era algo lejano. Una máquina vieja, unas vías a lo lejos, un runrun por los cerros a los que se trepa la avenida Morelos. Algo confuso, más bien, por desconocido. Y desconocido por innecesario. En Torreón, creo recordar, todo era innecesario. El mero hecho de arrastrar el ser por debajo de las lenguas de fuego era ya un milagro: todo lo demás era simplemente innecesario.
Pero ahora voy a Torreón y el tren no me lleva. ¿Qué diré, entonces, cuando me vean llegar molida por el traqueteo, sedienta y harta, acalorada y roja, roja como un tomate rojo que viene brincando en su reja de madera? Nada. Probablemente diga nada. Todo, está por demás decirlo, es simplemente innecesario.
jueves, 4 de diciembre de 2008
Las cobijas del sol (parte dos)
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 23:13
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1 comentario:
Qué mal que ya no existan los ferrocarriles para pasajeros, sólo nos quedan sus historias en libros y películas.
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