Un libro, una obra de teatro, una película.
La relación temática entre los tres es, de entrada, inexistente. Sólo coinciden en mí.
La verdad es que, bien mirado, todo coincide en mí. Las coincidencias externas son una suposición mía. Yo pienso que tal o cual cosa se relaciona con aquella otra, pero... pero.
Hoy terminé de leer Las intermitencias de la muerte, de José Saramago (*). La historia de este libro, de cómo llegó a mis manos y cómo empecé a leerlo, es curiosa, memorable. Aura me lo regaló. En la primera hoja, con fecha del 6 de enero de 2006, escribió: "Mi querida María: nunca te he hecho un regalo, y no es que me haya nacido hacertelo, simplemente me encontre este libro tirado en el asiento de Al lado en el autobus que viajé. (Je-Je) Y como no se quien demonios es José Saramago, ni me interesa saber que chingadamadre contiene este libro, mejor se lo obsequio a una gran persona que me a ayudado a tener un poco mas de estabilidad en mi vida diaria" (respeto por completo la ortografía del original).
Aura es, amén de una gran actriz, una persona encantadora. Recuerdo mi primer encuentro con ella, cuando, tras la inminente presentación de cada uno de nosotros en el grupo de actuación, me dijo, con toda franqueza, algo parecido a lo siguiente: "Así que estudiaste filosofía, eh. Yo nunca le entendí a mis clases de filosofía, jaja". Y siguió con la plática, a pesar de mi silencio, ocasionado por la timidez de los primeros días de socialización.
Pero ése no es el caso ahora. Lo que quiero decir es que Las intermitencias de la muerte es quizá, pese a todas mis reticencias iniciales, el mejor libro que he leído del escritor lusitano. Desenfadado, circular, irónico, sarcástico... Saramago elabora aquí una historia de 274 páginas (en la edición de Alfaguara) que transita de un fenómeno social —y anónimo— a uno individual, personal —aunque todavía anónimo. Al cruzar el umbral de la última página, resonaba una frase de "Al lado del camino", canción de Fito Páez. Lean la letra completa, escuchen la rola. A mí me recuerda a Poncho, con sus rulos revueltos exudando adrenalina. Me recuerda caminatas solitarias por la ciudad. Me recuerda a mí. Todo, como dije al inicio, coincide en mí.
Me gusta estar al lado del camino,
fumando el humo mientras todo pasa;
me gusta abrir los ojos y estar vivo,
tener que vérmelas con la resaca...
Entonces navegar se hace preciso
en barcos que se estrellan en la nada,
vivir atormentado de sentido
creo que ésta, sí, es la parte más pesada.
En tiempos donde nadie escucha a nadie,
en tiempos donde todos contra todos,
en tiempos egoístas y mezquinos,
en tiempos donde siempre estamos solos,
habrá que declararse incompetente
en todas las materias del mercado,
habrá que declararse un inocente
o habrá que ser abyecto y desalmado.
Yo ya no pertenezco a ningún istmo
me considero vivo y enterrado
yo puse las canciones en tu walkman
el tiempo a mí me puso en otro lado.
Tendré que hacer lo que es y no debido
tendré que hacer el bien y hacer el daño
no olvides que el perdón es lo divino
y errar a veces suele ser humano.
No es bueno hacerse de enemigos
que no estén a la altura del conflicto
que piensan que hacen una guerra
y se hacen pis encima como chicos
que rondan por siniestros ministerios
haciendo la parodia del artista
que todo lo que brilla en este mundo
tan sólo les da caspa y les da envidia
Yo era un pibe triste y encantado
de Beatles, caña Legui y maravillas,
los libros, las canciones y los pianos,
el cine, las traiciones, los enigmas,
mi padre, la cerveza, las pastillas,
los misterios, el whisky malo,
los óleos, el amor, los escenarios,
el hambre, el frío, el crimen, el dinero y mis diez tías
me hicieron este hombre enreverado.
Si alguna vez me cruzas por la calle,
regálame tu beso y no te aflijas;
si ves que estoy pensando en otra cosa,
no es nada malo, es que pasó una brisa:
la brisa de la muerte enamorada
que ronda como un ángel asesino,
mas no te asustes, siempre se me pasa,
es sólo la intuición de mi destino.
Me gusta estar al lado del camino,
fumando el humo mientras todo pasa;
me gusta regresarme del olvido,
para acordarme en sueños de mi casa:
del chico que jugaba a la pelota,
del cuatro-nueve-cinco-ocho-cinco...
nadie nos prometió un jardín de rosas,
hablamos del peligro de estar vivos.
No vine a divertir a tu familia
mientras el mundo se cae a pedazos.
Me gusta estar al lado del camino,
me gusta sentirte a mi lado;
me gusta estar al lado del camino,
dormirte cada noche entre mis brazos...
Al lado del camino,
al lado del camino,
al lado del camino,
(es más entretenido y más barato)
al lado del camino,
al lado del camino.
Y así, como todo, como esos ríos inumerables que confluyen en mí, mi pensamiento se convierte en una ola y se desliza en las arenas del siguiente recuerdo: Encuentro de claridades, una obra basada en los libros Jugo de naranja, de Carmen Villoro, y El primer trato de cerveza y otros placeres de la vida, de Philippe Delerm; un espectáculo dirigido por Sandra Félix, con las actuaciones de Mauricio García Lozano y Úrsula Pruneda.
Sea de lo que sea que trate esta obra, a mí me llevó al pequeño y escondido lugar donde vivo yo, al margen de todos ustedes: ese espacio donde me hablo y me contesto en una lengua privada, que sólo yo entiendo y que no quiero explicar. Pensé en las relaciones de pareja, en el amor, el romance, la conjunción de soledades, de anhelos, de necesidades y deseos. Pensé en cosas que no he tenido y que extraño con una saudade difícil de verbalizar. Pensé, pensé. Pero la saudade es más que pensar: es sentir, dolerse, estremecerse por dentro y seguir respirando, esta vez con todos los poros abiertos de la piel. Las cosas que no tuve, que vi, que en algún momento añoré y que ya no añoro pero aun así echo de menos, como algo que nunca me perteneció pero que me hubiera gustado poseer. Como la herencia de algún vecino. Como un hermano mayor. Soy la lente de una cámara que registra pedazos de vida. Soy un celuloide, sensible a la luz y altamente inflamable.
En alta mar, flotando a la deriva así, en una insomne noche de agosto, contemplo las estrellas en mi cielo mental y recuerdo... Auf der anderen Seite. La muerte, el amor, las fronteras. Todo confluye aquí. Aquí, en mí. Fuera de mí, el mundo existe, convulso, caótico, incierto. En mí, con pensamientos que no requieren de palabras, la armonía se establece y vuelvo a escuchar a un pibe que se siente feliz, igual que yo, al lado del camino.
(*) Olvidé mencionar que, además de la excelente experiencia literaria, descubrí que me gusta la portada del libro. Conforme uno avanza en la lectura, la imagen va cobrando sentido. Todavía tengo tanto que decir sobre esta obra... Ya habrá tiempo.
viernes, 22 de agosto de 2008
La muerte, el amor, las fronteras.
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 22:56
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1 comentario:
A mi también me encantó este libro: intenso a más no poder, me hizo leerlo casi de corrido en 36 horas.
Terminé con un dolor de cabeza digno de ser aquí recordado. 'No es bueno hacerse de enemigos que no estén a la altura del conflicto.'
S
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