Es un día cualquiera: lunes, martes o soleado domingo. Uno (en este caso, yo; en cualquier otro, y de ahora en adelante, El Escritor En Ciernes) realiza alguna labor cotidiana o extra-cotidiana: lava los trastes, alimenta al gato, tiende o dobla la ropa, platica desnudo con su pareja, conduce por una avenida a más de 90 km/hr.
De pronto, llega: la inspiración. Una frase, dos, el inicio de un cuento, de algo, de un texto cualquiera (de ahora en adelante, La Historia). La imaginación sigue su curso mientras El Escritor En Ciernes se halla en pleno jaleo doméstico/laboral. La Historia adquiere forma, volumen, profundidad, textura, color, temperatura.
Pero El Escritor En Ciernes simplemente no puede abandonar la tarea que ejecuta: si deja de lavar, la pila de trastes llega al techo; si no alimenta al gato, éste maúlla y los vecinos se quejan; si olvida la ropa, llueve; si se sustrae de sus deberes conyugales, ya sabemos; si suelta el volante, choca.
Así las cosas, El Escritor En Ciernes procura abrir un documento en su laptop mental, para ir archivando los hallazgos, las bien construidas frases, los adjetivos pertinentes, los personajes, etc.
Sin embargo, La Historia, como cualquier amante, es celosa. Al sentirse despreciada, y tras una noche de largas y agitadas ensoñaciones, La Historia aprovecha el descuido de El Escritor En Ciernes para mandar a la papelera (llamada 'de reciclaje', si El Escritor En Ciernes no conoce el mundo Mac) cualquier rastro de su existencia.
A la mañana siguiente, El Escritor En Ciernes despierta, aturdido pero contento. Soñó, vio cosas, voló quizá. Al cabo de unas horas, una presencia, o mejor dicho, una ausencia, se arremolina en su cabeza. El Escritor En Ciernes recuerda, entonces (y no antes), que olvidó La Historia. Encontrándose, pues, en ese estado de abatimiento, El Escritor En Ciernes destapa una cerveza, se sirve un vodka, prueba algún licor, y se sienta con los codos puestos sobre la mesa. No llora, no. El Escritor En Ciernes sabe muy bien que, en estos casos y como solía decir su madre, ya ni llorar es bueno.
domingo, 29 de julio de 2007
Suele pasar
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 20:19
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4 comentarios:
1.-En algún momento u otro, creo que todos nos hemos sentido como el Escritor en Ciernes.
2.-Muy bueno el texto. Me recordó a "Orlando" de Virginia Woolf. Entre otras muchas cosas, es una novela de cómo alguien llega a ser escritor.
3.- ¡Qué bueno que te gustó la reseña! Y sí, en verdad, esa novela verdaderamente es magistral.
Metaescritoraenciernes, qué buen texto.
...
Qué buen blog. Volveré y volveré.
deja ir y venir, y vendrán más y mejores cosas, en verdad
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