Corrí tan deprisa como pude. Me senté pronto en la banca, con la libreta sobre las piernas y las puntas de los pies rozando el suelo. Erguido, muy erguido, la cabeza derecha, los brazos quietos, la sonrisa amplia y los ojos bien abiertos. El sol brillaba en mis dientes de leche y en el charol lustroso de los mocasines. Sudaba un poco, pero no quería quitarme el suéter: me veía mejor con él que con sólo la camisa. Dieron las dos en punto y comenzaron a desfilar.
- La mamá de Juan
- La nana de María y Clara Luz
- El papá de Arturo
- El hermano mayor de Alberto
- La abuela de Enrique
- La mamá de las niñas Riquelme
- Los tíos de Jaime y Patricio
- El abuelo de Alicia e Isabel
- El primo de Roberto
- Los papás de Rafael
- La tía de Sofía
A las dos con cuarenta minutos, la Madre Bertha echó un vistazo a la banca.
- Ay, Luis, ¿qué haces aquí? Ándale, córrele, que ya estamos sirviendo la sopa.
De su mano, entré casi arrastrándome de nuevo al internado. Nadie se había confundido de hijo. Tampoco hoy.
jueves, 26 de julio de 2007
Biografía de un segundo falso camaleón
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 16:43
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