El oficio del editor no necesariamente se refleja en unas pesadas gafas o en la calvicie prematura. No está en las manchas de tinta sobre la camisa (bienvenidos a la era digital). No es la gastritis, la colitis o la migraña lo que nos caracteriza, aunque son síntomas frecuentes del oficio. Tampoco podríamos decir que derive en, ¿qué les gusta?, algún trastorno psicológico grave, aunque bien podría ocurrir. No. El oficio del editor está en las nalgas. Al final del día, ustedes pueden distinguir al editor si, viéndolo por detrás, detectan la presencia de dos señoritas de cara alargada, apachurradas, marchitas, con sonrisa caída, más contritas que una beata en jueves santo. Ellas —las petacas, posaderas o sentaderas, como gusten llamarles— inequívocamente delatan al editor de oficio.
jueves, 12 de junio de 2008
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3 comentarios:
jajajajajajajaja... No mames!!!! Espero aún tenerlas. mañana me veré al espejo.
OK, lo tendré en cuenta para cuando llegue a ser una gran editora... espero conseguir esos cojines (sin albur) que utilizan aquellos que padecen de almorranas. ¿Puede ser una opción no?
P.D. Te lo dije, no hay quinto malo.
ohh!! lo del cojín es buena opcion y el hacer un poco de ejercicio matutino! jojojo!
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