sábado, 9 de febrero de 2008

Inventario

Así que Tinajero se dispuso a hacer un inventario de sus falsos camaleones: los pasados, los presentes, los que estaban por venir. Se levantó finalmente del colchón -que ya parecía balsa humedecida por agua salada de mar, y todo por efecto de su transpiración-, se ensartó una vieja camiseta -sin mangas y con manchas de sudor alrededor de las axilas- y se asomó por la ventana. Creyó ver un océano allá fuera: era su vida y la vida bulliciosa de los otros, no más.

Sentado frente al escritorio, Tinajero sacó papel y pluma. Primero trazó una línea recta, pero luego la tachó. Escribió su nombre completo, y luego lo tachó. Anotó el abecedario, sólo por llenar de manchas esa hoja: también lo tachó. Se rascó la cabeza un par de veces. Se balanceó en la silla en cinco o seis ocasiones. Tomó el cuaderno y arrancó la página sobre la que estaba trabajando, la hizo bolita y la aventó hacia atrás. Jugó con la pluma entre sus dedos. Enredó sus dedos en los rizos de su cabello varias veces y después, durante cinco minutos de eternidad, su mirada se fundió con la pared blanca de la habitación.

Tinajero recordaba a los falsos camaleones de su pasado con una precisión asombrosa. Conocía sus nombres y sus manías, sus olores, su forma de caminar o de sentarse a comer. Sabía lo que esperaban del futuro, y sabía que él no estaba en el futuro de ninguno de ellos -lo supo desde siempre. Una nube gris encapotó el cielo. Tinajero quiso sacudirse del cuerpo las marcas de esos falsos camaleones. No pudo. Tinajero cerró el cuaderno, lo hizo a un lado, puso las manos sobre el escritorio y dejó caer su cráneo sobre ellas.

El cadáver del falso camaleón seguía en el piso. Los gusanos se habían apoderado de él.

***
N.delE.: Quien pueda entender, que entienda, dice la Biblia. Yo digo que en un momento más me iré a bañar. Asistiré a un baby shower.

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