El sopor de la tarde obligó a uno de los falsos camaleones a intentar la huida. El golpe de sus huesos contra el ventanal retumbó en los oídos de Tinajero, quien despertó a medias y de malas sólo para arrojarle un cojín al ya de por sí atarantado animal. El monótono zun-zun-zun del ventilador arrulló a ambos hasta dejarlos sumidos en un profundo letargo. Tinajero despertó seis horas después. Levantó la cabeza, apoyando la barbilla en su pecho. En el piso, dos metros más allá, sobre un charco de sangre, el camaleón yacía muerto.
jueves, 31 de enero de 2008
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