No la conozco, pero me encuentro su voz en todas partes. Que por aquí, que por allá. Siempre amable, siempre discreta.
Me la imagino sonriente. Afable, generosa. Joven, pero no tanto. Madura. Como debe ser una mujer. De ideas claras, propósitos firmes, ideas ordenadas, vestir elegante, maquillaje sobrio, modales sencillos, tacones altos, falda arriba de las rodillas y escote ligeramente pronunciado. Debe llevar el pelo recogido, pero no demasiado relamido. Pienso que se hace rayos, siempre con buen gusto y, especialmente, con moderación. Jamás permitiría que se le vieran las raíces oscuras. Manicure perfecto. Tonos ocres para las sombras de los ojos y los labios. Pestañas largas. Su fragancia: no tanto como un Eaux de Merveilles, pero sí quizá algo de Carolina Herrera. Un bolso de piel. Gafas oscuras. Pendientes cortos y el collar que les hace juego. Reloj con extensible plateado.
Ah. Suspiro. Audix, yo quiero conocerte. (Y, caray, siempre pensé que te llamabas Aulix. ¿Te puedo decir Au, de cariño?)
miércoles, 31 de octubre de 2007
Llamadas perdidas
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 17:05
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1 comentario:
Imparable estás.
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