Sonó el teléfono. Tomé el auricular y contesté, seco. Ella no llamaba para decir que lo sentía. No llamaba tampoco para ver cómo había estado en estos veintitantos años de separación. Mucho menos llamaba para darme la buena nueva de que volvía.
Llamaba para informarme que yo había muerto.
jueves, 26 de julio de 2007
Biografía de un quinto falso camaleón
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 17:24
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