Me siento en la silla. Siempre de la misma manera, o no siempre: a veces elijo algo diferente, pero nada estrafalario. Hago las cosas corrientes que uno hace cuando dice que 'va a escribir'. La única gran diferencia es que yo no escribo. Quise hacerlo, hace mucho, y todavía lo intento, pero me doy cuenta que el tiempo pasó, que ya no tengo nada que decir. Los demás han muerto. Y yo también. O yo primero.
Estoy del lado aburrido de la vida, y en la parte más jodida del lado más aburrido de la vida. Además de seguir todas las tendencias del mercado, las sigo sin clase: mi celular es viejo y no toma fotos ni video, no tengo cámara digital pero quisiera una, mi iBook es blanca pero tiene grandes manchas de mugre y pocas actualizaciones de software. Vivo en un departamento sin pena ni gloria, pero eso sí, con gouache en las paredes y un closet pintado de verde. La última vez que estuve al tanto de lo que pasaba en la escena musical fue cuando el suicidio de Kurt Cobain; después de eso, todo ha sido recordar a Nirvana, poner Creep de Radiohead y tratar de revivir el grunge en mí, sin entender nunca por qué la gente se vuelve loca con Pearl Jam.
Hay algo en mí que no me gusta, y a lo cual no me he acostumbrado nunca: mi inconformidad de pacotilla.
Antes pensaba que algún día haría algo. Esperé un tiempo prudente para no ser demasiado joven cuando lo intentara. Luego quise apresurarme porque empezaba a dejar de ser joven. Ahora ya no corro: sé que ese día en el que pensaba que haría algo no existe. Nunca existió. De algún modo, esto explica por qué no puedo escribir.
lunes, 26 de febrero de 2007
Por qué no puedo escribir
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 21:42
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