viernes, 29 de diciembre de 2006

Eterno retorno (part deux)


los tres entierros de maría tinajero.
carretera torreón-cd.juárez.
diciembre, 2006.

jueves, 28 de diciembre de 2006

Eterno retorno (part deux)


psicotrópicos.
san pedro del gallo, durango.
diciembre, 2006.

Eterno retorno (part deux)


middle of nowhere.
san pedro del gallo, durango.
diciembre, 2006

Eterno retorno (part deux)


hombre en la luna.
dunas de bilbao, municipio de viesca.
diciembre, 2006.

Eterno retorno (part deux)


de la serie 'intervenciones en el desierto', parte 2.
battle with dust.
fotografía de carlos fernández.
dunas de bilbao, municipio de viesca.
diciembre, 2006.

Eterno retorno (part deux)


the shallow five.
dunas de bilbao, municipio de viesca.
diciembre, 2006.

Eterno retorno (part deux)


far away, so close.
dunas de bilbao, municipio de viesca.
diciembre, 2006.

Eterno retorno (part deux)


valeria.
carretera torreón-viesca.
diciembre, 2006.

viernes, 22 de diciembre de 2006

La despedida

Hoy, en punto de las 21:15 horas (si el tráfico aeroportuario lo permite), estaré saliendo rumbo a Torreón.

Please fasten your seatbelts.

El vacío en el estómago. La sensación de que algo se me olvida. Las prisas, todo lo he dejado para el último momento. La pensión para Romina, la pensión para mi auto. Cobrar, pagar, limpiar, tender, empacar. Son sólo diez días.

No sé por qué siempre llego melancólica a estas fechas. Más allá de natividades y años nuevos, hay algo en el aire decembrino que me recuerda la caducidad, pero también la vida. Las cosas avanzan, implacables. Una vez, y otra vez, y una vez más: las despedidas temporales, los viajes, la familia, los abrazos, regalos que dependen de la crisis, el pavo, los días de no hacer nada, los primos, las doce uvas, las llamadas telefónicas. De un tiempo a la fecha, va creciendo en mí la conciencia de que esto terminará. Llegará el momento en que mi casa estará vacía, y mi hermano se habrá ido a vivir con alguien. Mi abuela... ¿A dónde regresaré entonces para Navidad?

Antes que eso pase, estaré en Torreón un año más. Absorberé cada instante con todos los poros de mi piel, y tomaré fotos. La felicidad es una polaroid.

miércoles, 20 de diciembre de 2006

Cuando llegué a vivir a Torreón, mi casa era sobre todo un jardín. Había un árbol de aguacates, dos nogales, no sé cuántas higueras. El pasto crecía, desgreñado, por todas partes. Todo era tanto más alto que yo. Incluso los perros chihuahueños de mi tía se me figuraban una amenaza, y yo corría a protegerme detrás de las piernas de mi mamá. Mi tía reía, como siempre lo hace.

Había polvo, más que ahora, mucho más. El aire era polvo, y mis pulmones tuvieron que acostumbrarse a respirar eso, y mi torrente sanguíneo tuvo que aprender a fabricar oxígeno a partir de la tierra.

También había unos huecos entre casa y casa. Espacios vacíos, habitados sólo por maleza, por huizaches artríticos, por patas de mula eternamente aterciopeladas por el fino polvillo del desierto. Aprendí un concepto nuevo -'terrenos baldíos'- y me quedaba horas enteras viendo ese prodigio: un lugar donde no había nada más que soledad. Mi hogar.

En Torreón fueron los tiempos de la soledad, del viento sin palabras. No había más que inclinar el rostro, levantar ligeramente la barbilla para mirar de frente al sol y quedarse ahí, inmóvil, cual lagartija, esperando que el calor secara de golpe todas las lágrimas, todo el dolor, toda la tristeza. Que secara todo, o lo más posible, hasta que no quedara de uno más que un espejismo vaporoso, un atisbo de algo indefinido, la bruma lejana, un remolino, una pared cuarteada de tan seca.

Entonces vendrían las liebres con sus orejas de regalo mal amarrado, los perritos de la pradera, las libélulas de los charcos milagrosos, los mosquitos, las hormigas, los gatos que florecían en los naranjos, los hombres de piel curtida, las mujeres que reptan por las calles asoleadas, los niños desnudos. Y después: las cascadas en las escaleras de un hotel, las prostitutas adolescentes en la plaza de armas, el cerro de polvo blanco, los suicidios jamás ejecutados, las riñas municipales, los briagos, los poetas de hoja-sé, las casas abandonadas, las escapadas de la escuela para ir a Birmingham/Durango, el puente de Ojuela, las dunas de Bilbao, las fotos sobreexpuestas, los atardeceres en las faldas de un puente, cuando medía el tiempo con besos.

Siempre quise salir huyendo de Torreón. Me daba miedo pensar que allá, como en ninguna otra parte, he estado en casa.

Against all interpretation

Apunto directo a tu pecho, con la lanza acerada de mis ojos fieros, y pregunto a quemarropa '¿me quieres?'. Te tardas en responder lo suficiente como para que mi cabeza empiece a girar -las llantas traseras dando vueltas y más vueltas sobre la arena del desierto- y me apresuro a salir de ahí. Un giro de ballet, un tanto torpe pero elástico. Y llega tu mano a mi cintura, por la fuerza de la costumbre, por la gravedad. El roce de tus dedos con mis ropas flojas. El calor de tu mano sobre el frío cálculo de mis movimientos.

Silencio. Inmovilidad y silencio. Where do we go from here?

Otra vez pongo la mira sobre mi presa -tú-, me escondo detrás de un arbusto, mi maleza. Quiero cazar, atrapar al vuelo lo que bulle entre los pliegues de tu hipotálamo. Eso que piensas no lo sé, ni lo sabré nunca tal como lo piensas. 'Against all interpretation' no puede ser más que el bonito y desafiante título para un libro. Tú interpretas lo que sientes, lo pasas a tus palabras, las que tú usas que no uso yo -no así, como tú lo haces-, ésas que me echas a la cara, que me avientas, sonoramente, y las pones a que estallen en el tambor de mi oído: minas anti-personales, detonaciones, signos. Respondes, al fin, con tu voz perfumada con olores naturales: '... locamente'.

Rosebud.

La comunicación es posible, sí, claro que sí. Pero también es una torre de Babel con un canario cojo tomando el dictado de impulsos caóticos que no tienen nombre: nombrar es hacer poesía, malabarismos verbales (si yo pudiera escapar de Paz). Me agacho un segundo para amarrar los cordones de mis tenis deportivos. Cuando levanto la vista, lo que tengo ante mí es el sordo sonido de una línea vacía.