- Me dejaste esperando.
Parece no advertir mi presencia, así de inexistente soy a veces. El hombre deja su sombrero en el perchero y camina hacia la ventana. No observa nada en particular: sólo la gente que pasa, y el mar. Deja que el viento le roce la cara con displicencia. Luego gira con gracia, la observa. Por un instante, me siento resguardada en el anonimato al que ambos me han lanzado. Se meza los cabellos, él. Hay un brillo particular en su rostro, algo de una violencia salvaje.
- Te dije que no iría.
Ella se ha puesto el vestido con prisa. Se acerca a la puerta. Alcanzo a oler sus caderas, sentada en la silla desde donde observo la escena a la que no he sido invitada. Deja caer uno de sus aretes en mi mano justo cuando él ha hundido sus narices en el armario.
- Como quiera que sea, estoy aquí...
Un arete antiguo, con una perla.
- ... y me voy contigo.
El último resplandor del sol abandona el cuarto. En una tímida penumbra, él -con dos vestidos colgados de su brazo izquierdo- la arrebata de mí y desaparece con ella por la puerta. El arete se resbala de mis dedos espantados.
miércoles, 30 de agosto de 2006
Saraband
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 19:35
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