Anoche, al salir de mi clase de alemán, abordé el Metrobús, como siempre lo hago (o casi, porque en ocasiones hago cosas diferentes, por paranoia o porque no puedo atarme a una rutina o simplemente porque la vida tiene variaciones y quién es uno para impedir que éstas ocurran). Traía el celular en la mano (iba a llamar a una amiga en ese momento, pero postergué la llamada hasta que me hubiera acomodado), el iPod en el bolsillo de la chamarra (para cuando terminara de hablar con mi amiga) y un libro en la mochila (por si, además, se me antojaba leer algo durante el trayecto). Cargaba, también, una lata vacía de esos tés que venden, cuyo nombre me hace pensar en Amazon, aunque me parece que se llaman Arizona. Era de fresa con kiwi. Por lo general, consumo el de té verde con miel; ayer me atreví a probar un nuevo sabor. Me gustó. Traía, pues, las manos llenas. Sonó entonces el ruido que avisa que las puertas se cerrarán. Dos muchachos llegaron corriendo a la puerta y se detuvieron antes de entrar, pensando tal vez que las puertas los prensarían y que viajarían con medio cuerpo de fuera hasta la siguiente estación, cosa que no debe ser cómoda y que tampoco debe ser muy probable, pero uno a veces se imagina ese tipo de situaciones e incluso se ruboriza, bien sea por las consecuencias del suceso imaginario o por el mismo hecho de estar fantaseando con eventos tan improbables y, por qué no, ridículos. Al instante, el hombre que viajaba delante mío dio un brinco y se sentó en el asiento junto a la puerta: vio a los muchachos y les hizo gestos, yo diría, de amenaza. Los dos muchachos no reaccionaron, o no con aspavientos, sino sólo con miradas de extrañeza. Cuando el hombre del brinco y de los gestos de amenaza comenzó a hacer otros movimientos y a hablar con gente que no estaba ahí, me acordé de Guillermo, de sus historias de Metrobús. En particular, recordé "Cierta locura en el Metrobús". Hubiera querido estar leyendo algo en el momento que vi al hombre dar el brinco a la ventana, para que entonces todo este relato tuviera como contrapunto una narración ingeniosa y quizá genial, una que explicara la locura con la que nos topamos, cada vez con más frecuencia, en las ciudades donde todos somos extraños y estorbos y locos para otros locos estorbosos. Pero no, no estaba leyendo. Sólo recordé que había leído. También pensé que, si llegaba a escribir esto, tendría que darle crédito a Guillermo. No sé si lo haga. Después de todo, esto es sólo cierto plagio en mi blog.
martes, 21 de octubre de 2008
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1 comentario:
jajaja eh leido de pe a pa tu texto. El sabor del tesito ese de Kiwi rifa, aunque me gusta más el de te verde. La gente está loca y si todos smos estorbos para todos. Tenemos miedo ó somos temerarios. Creo que me gusta más estar del lado de los temerarios. Así que a blandir la espada al aire en señal de victoria! jajaja
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