domingo, 6 de enero de 2008

La sombra

Una sombra cruzó por la frente de Tinajero. Apenas hubo recorrido la lisa superficie, tan pronto pisó los negros mechones anclados en el cuero cabelludo del parietal izquierdo, la sombra quiso regresar al mediodía de su frente. Y así lo hizo. Y se instaló allí.

Al principio, la sombra era una mancha negra, amorfa, microscópica. Como era ligera y parecía no tener pretensiones, Tinajero la consideró inocua. Era un pequeño punto, un lunar invisible, algo que nadie advertía, que a Tinajero no le pesaba.

Con los años bisiestos y las lunas largas, la sombra se alimentó. Y como todo aquello que se alimenta, empezó a crecer.

Tinajero notó que la sombra se hacía más grande, y escribió en un cuaderno las formas que fue adquiriendo esta sombra pertinaz a lo largo de los meses y los años. Una astilla, una larva de mosca, un botón de rosa, una abeja sedienta, una libélula en cruz, un crucifijo sin Cristo, una mujer desdeñosa, dos años sin sexo, tres soledades y media. Etcétera.

Finalmente, la sombra se convirtió en rostro, y el rostro de la sombra opacó el rostro de Tinajero. Cientos de personas que conocieron a Tinajero por esta época vieron un rostro que ya no era el suyo, y, al no tener mayor referencia, supusieron que ése era el rostro de Tinajero.

Tinajero aprendió a vivir con la sombra. Aprendió a vivir de ella, incluso. Y en las noches sin luna Tinajero salía a las calles con su verdadero rostro, ése que ya nadie podía mirar porque para mirar se necesita la luz, y la luz siempre llama a la sombra. Y mientras daba sus paseos a tientas, Tinajero se embriagaba de placer al constatar que era sólo la sombra de lo que había sido. Era la sombra de su sombra, no más. Había desaparecido?

No hay comentarios.: