sábado, 1 de diciembre de 2007

Vivo encerrado en un mundo de libros que quizá jamás terminaré de leer. Vivo encerrado en esos libros y sitiado por ellos. Vivo mi experiencia de vivir entre esos libros como si viviera en una cárcel. Los libros son la cárcel de papel delgado, impreso, que no tiene fin. Los libros han formado una barrera. Se han trepado por las paredes de la casa, y las han tapado. Se han subido a las ventanas, y las han tapiado. Sobre sus hojas yo dibujo alambres de púas, y eso no es un símbolo ni una metáfora. Dibujo púas y dibujo alambres donde se encaraman las púas porque eso es lo que quiero dibujar. Cualquier página de cualquier libro tiene un tatuaje con alambres de púas, y cuando mis ojos cruzan por las avenidas llenas de letras palabra oración significado imágenes se lastiman y se hieren e incluso en ocasiones sangran. Yo trato de mantener los ojos fuera del alcance de los libros. Yo intento mantenerme a salvo. Algunos días no abro los ojos para no herirme. Pero entonces tengo hambre vamos ya que necesito alimento y mis piernas me levantan me conducen por encima de un laberinto mis ojos cerrados las manos estiro las manos para no tropezar y cuando creo que he llegado a la cocina me siento a salvo y abro los ojos y mis ojos se hieren porque dejé un recetario de mi tía sobre la mesa y la sal. Entonces tengo que correr al lavabo a enjuagarme la cara. Un instante después estoy bien de nuevo, con los ojos blancos y frescos y me siento tranquilo aunque inquieto en el fondo y luego me miro al espejo, o eso creo, y en el lugar del espejo encuentro una autobiografía que me desgarra los vasos llenos de sangre que tengo en los ojos con esas púas de alambre que dibujé con cuidado cuando aún no sabía que esto iba a pasar tarde o temprano. Y grito. Entonces grito muy fuerte. Ahora tengo sangre en los ojos y eso me hace gritar tan fuerte que ahora también tengo sangre en la garganta. Pero sigo vivo. Sigo vivo y vivir me parece una experiencia parecida a leer un libro, pero más molesta. O quizá no más molesta pero sí más real. Aunque para mí los libros son y abarcan y agotan hasta sus últimos confines a la realidad y no hay más realidad que aquélla que nace se desarrolla se reproduce y muere en y dentro y a través o gracias a un libro. Es quizá por eso que vivo la experiencia de los libros como si fuera un encierro. Mi experiencia del mundo tarde o temprano remite a un libro, y ese libro me lleva a otro, y ése a otro, y ése a otro y ése a otro y ése a otro y ése a otro y ése a otro y ése a otro y cuando creo que por fin ese río de libros desembocará en el océano del mundo, me doy cuenta que el océano del mundo está formado de la misma materia con la que fueron creados los ríos y el océano del mundo es un lugar enorme y vasto e inagotable y es una biblioteca donde los libreros son libros y los libros hablan sobre libros y el bibliotecario no tiene huesos porque es un libro. Los olores que huelo no podría olerlos si no estuvieran descritos en el libro donde se explican cuáles son los olores de los libros que guardan las bibliotecas. En un afán por conocer el olor que debería estar oliendo, voy al libro. Voy al libro. Voy al libro. Pero no puedo. Los libreros son libros. El bibliotecario es un libro. Las ventanas son ilustraciones de un libro y el sol está en la definición de una enciclopedia y no entra aquí como luz sino como palabras. No puedo leer sin luz. Pero sobre todo no puedo leer. Y no puedo leer porque cuando digo yo no es a mí a quien me refiero. Yo soy un libro. Soy las letras personaje ficticio un hombre o mujer un alguien algo que está escrito y no puedo leer las letras ni entender mi constitución física porque quizá no la tengo. Soy una página de un libro adornado con un tatuaje de alambres de púas donde alguien cortará sus ojos si acaso hay alguien con ojos. Soy una página de un libro que van a cortar/

2 comentarios:

leeleean dijo...

Metatextos somos y en el camino andamos.

Anónimo dijo...

hola.cyborg@gmail.com