domingo, 9 de diciembre de 2007

Borrachera de un domingo por la noche

El ron de mi graduación. De mi segunda graduación. Una coca-cola comprada expresamente para hacerle compañía. Un vaso de cristal. Sin hielos. Con un toque de limón. La bebida perfecta para liberar la tensión de estos días en que no hay tensión, y que precisamente por esto me hacen estar tensa. Lejos quedaron los días del corre-para-acá, cierre-de-revista-y-ensayo-por-la-tarde, consíguete-el-vestuario, mañana-estrenas, qué-nervio, ay-diosito-qué-nervio. Lejos. Muy lejos. Los extraño. Mi vida es miserable sin eso. Mi-se-ra-ble.

Pero hay esperanza. El ron de caña da esperanzas a un corazón marchito. Un corazón marchito como el mío, que no está marchito pero se siente así. Bu. Triste. Marchito. Seco. Feo. Bu. Sufre. Bu. Jeje.

Así, con un poco de ron de caña, mi alma se alegra, mis ojos chispean, el color regresa a mis... "mejillas" (odio esa palabra), mi vejiga se inunda, mi sangre se enrojece, suspiro y suspiro. Y me divierto. Y pienso que mi vida es miserable sin el nervio de un estreno, sin funciones de teatro, sin reflectores, sin maquillaje, pero también pienso que... hay esperanza. Si no en el futuro escénico, al menos sí en el alcohol. Aunque me gustaría apostar por lo primero. Pero: siempre tenemos lo segundo. Sí. Alcohol. Además, ¿han oído de alguna estrella que no sea alcohólica? Háganme caso: sólo los alcohólicos sirven para este oficio. Amén.

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