Tinajero, un ser más bien estólido, camina por la gran avenida. Es un día nublado cualquiera. Húmedo, frío. Cualquiera. Sus ojos no miran a ningún punto fijo. Sonríe, sí, con la sonrisa de los idiotas. Lleva una mano en el pecho y otra en el bolsillo izquierdo de su pantalón militar. Nunca se ha hecho demasiadas preguntas. Ni siquiera se ha hecho las preguntas pertinentes. Cree estar bien con lo que sabe, y tal vez lo esté, aunque yo piense lo contrario. A Tinajero qué le importa lo que yo opine o no opine sobre Tinajero.
Tinajero se detiene frente al escaparate. Es una tienda de antigüedades. Su imagen, multiplicada en los espejos del interior, le hace reír a rabiar. Alguien se asoma por la puerta, le pide que se largue. Tinajero no entiende, pero se larga, con espuma en la boca, con una mano agarrada a su pecho y otra enfundada en el bolsillo izquierdo de su pantalón tricolor. Nunca ha entendido a la gente. Ni siquiera ha querido entender a la gente. Cree estar bien con lo que entiende -que es poco-, y tal vez lo esté, aunque yo piense lo contrario. A Tinajero qué le importa lo que yo opine o no opine sobre Tinajero.
Tinajero avanza ineluctable hacia el puente. Ha comenzado a llover. Es una llovizna ligera, casi insustancial, pero lluvia al fin y al cabo, que moja los cabellos de Tinajero hasta convertir su imagen en algo insoportable. Humano, demasiado humano. Tiene frío. Parado a la mitad del puente, Tinajero siente el frío que penetra por su espalda como un ejército de avispas asesinas, y no grita ni se queja. Alguien le arroja una mirada de odio como si le echara una frazada sobre los hombros, y Tinajero siente que le hierve la sangre por dentro, con la saliva congelada en las comisuras de su boca, con una mano engarrotada en el pecho y la otra envaniada en el bolsillo izquierdo de su pantalón marcial. Nunca había albergado ninguna pasión, ni siquiera la ausencia de pertenencia o una frágil hermandad con las cosas. Creía estar bien con lo que sentía -que no era mucho-, y tal vez lo estaba, aunque yo pensara lo contrario. Pero ahora Tinajero siente algo, y no le gusta lo que siente. Pone un pie al borde del abismo. El río se convulsiona. El extraño sigue ahí, lanzando descargas de odio sobre el cuerpo en apariencia atónito de Tinajero. Un silencio de cien decibeles martilla el tímpano de Tinajero. Sus carnes gélidas están a punto de ebullición. Tinajero me mira, y yo miro a Tinajero. Tal parece que a Tinajero sí le importa lo que yo opine o no opine sobre Tinajero. Y así, se lanza cuesta abajo, tropezando con su muerte y anegándose en las corrientes submarinas del olvido.
lunes, 19 de noviembre de 2007
Tinajero sobre el puente
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
3 comentarios:
vuelveeee!!!!
jaja
no te tires al río!!
todavía no nos concemos apropiadamente!!!
jeje
saludos.
gracias por pasarte, ha significado mucho!
porque pensé en un río?
porque te pareces a Ofelia.
o no?
jaja enloquecí!!!
una vez val dijo que si nos parecíamos.
yo también soy Ofelia.
Me tiro a las aguas gélidas del Olvido y la Locura.
No te pierdas Darling!
Habemos unas como Tinajero que, sin embargo, destruimos los puentes una vez cruzados.
Publicar un comentario