Romper el muro fue lo más sencillo. Fue cosa de golpear solamente. Es cierto que me sangraron los nudillos, pero al cabo de una hora ya no sentía dolor. Fueron dos días los que estuve así. Luego... la casa entera se vino abajo.
Dicen que fue la rabia lo que me hizo actuar de esa manera. La gente dice muchas cosas por aquí. Yo les decía que no, y les contaba la historia aquélla de mi abuela. Ellos nunca quisieron escucharla. No otra vez. "Tinajero, estás lleno de rabia", me repetían a coro, como si estuvieran cantando el Angelus, "y te vas a ir directito al infierno". No les hice caso. Traje doscientas maletas y cuatrocientas cajas. Empaqué la casa de mi abuela y les dije adiós con la mano izquierda. Ellos no voltearon. No hay peor sordo que el que no quiere ver, me dije por lo bajo antes de empezar a tirar cuesta abajo, arrastrando los seiscientos bultos encadenados.
jueves, 22 de noviembre de 2007
Introducing Tamara Wiseman
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