Los gatos se mueren, las temporadas de teatro se acaban, las casas se remodelan, el globo se calienta, los osos polares sudan (sobre todo en los espectaculares de Greenpeace, quién sabe qué les harán esos ecologistas a los pobres animalotes)... Todo se fastidia o se acaba, o se fastidia y se acaba. Todo: los focos de la entrada (desde hace mucho), el tiempo que dura una verificación hasta llegar a la siguiente, una iBook limpia (que luego se vuelve asquerosamente sucia), la gasolina en el tanque, el agua caliente, los buenos libros, las fiestas de cumpleaños, los abuelos, las familias juntas, la edad de merecer, los rumis en la habitación de a lado, las vacaciones (cuando las hay, y quiera dios que las haya pronto), el silencio, el crédito de mi Amigo, los días de otoño, el receso entre clase y clase, el periodo entre cierre y cierre, las lunas llenas, la película de Los Simpson, los capítulos de Los Simpson, los chistes de Homero Simpson... y creo que con esto último ya se habrán dado cuenta que todo, absolutamente todo está sujeto a la misma ley: la Ley de la Mierda Universal (así se llamaría si la hubiera descubierto Fernando Vallejo), o la Ley del Acabarse-el-Todo (versión heideggeriana de lo mismo).
Y no sé si sea porque estoy muy cansada, o bien porque no he dormido lo justo en... vaya, desde hace varios cierres de la revista, o porque simplemente soy mujer y las hormonas son unas hijas-de-su-pu-ta-ma-dre, pero desde que oí que al gatito de CasAzul lo habían apachurrado hasta sacarle un ojo de la cuenca, no le encuentro mucho sentido a nada. O, visto al revés, de modo que se aprecie mi gran optimismo, pero sobre todo mi inagotable sentido del humor: le encuentro un enorme sinsentido a todo.
Quizá sólo por eso me decida a sacar un gran libro (¿un Nobel?, ¿un francés?, ¿un plomazo?, ¿un clásico?, ¿una recomendación de Guillermo?, ¿un best-seller?, ¿un cuentito de Cortázar?), cierre esta laptop y no la vuelva a abrir sino hasta mañana a las 6:00, cuando deba terminar todos los artículos que entregaré mañana a los diseñadores de la revista.
Quizá sólo por eso suba una foto cualquiera aquí.
O quizá no sea ni una foto ni cualquiera.
Quizá sólo por eso... me regrese a Torreón en verano. Sí.
P.S. Nótese que en la foto de la esquina superior derecha aparece un gato que también murió atropellado... en la misma calle donde murieron atropellados otros dos gatos de la familia.
lunes, 22 de octubre de 2007
Intempestivas no nietzscheanas
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 20:57
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1 comentario:
Mi gato también murió atropellado cuando era niño, así que me uno a tu pena.
Buen college, por cierto, se ve que son lindos recuerdos.
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