Estaba desempleado por aquella época. Bebía mucho. Tenía deudas con mi casera. Usaba casi siempre la misma playera (una blanca, con la leyenda de El Inquilino y una falta de ortografía) para no tener que gastar las otras, que lucían más. ¿Por qué? Por si acaso algún día debía presentarme a una entrevista de trabajo.
Iba pasando por un puente peatonal cuando de pronto, sin presentarse, un hombre de corta estatura se me acercó. Me tendió un papel, grasiento y doblado, con letras artríticas por doquier. Me dijo:
- Lea, siñor.
Yo aparté su mano con delicadeza pero firmemente. Él no se movió. Me suplicó:
- Lea, siñor.
Desconfié un poco. Está en mi naturaleza ser un poco desconfiado, eso es cierto. Volteé hacia atrás y no vi a nadie. Le miré los ojos al hombre de corta estatura y piel morena, ajada: se veía sincero, como se ve cualquiera cuando quiere verse así. Le pregunté qué quería, más por asegurarme de sus intenciones que por otra cosa. Me contestó:
- Lea, siñor.
Y leí. Era una carta. Decía más o menos así:
FIDENSIO: TUS NIÑOS NESESITAN LIBROS PA LA ESCUELA MANDANOS DINERO.Al hombre de corta estatura, ahora Fidencio, se le llenaron los ojos de lágrimas. Pensé que andaría corto de dinero, así que le di un billete de cincuenta pesos. Me disponía a dejarlo cuando me tomó del brazo.
- No, siñor. Tenga, siñor.
Y me tendió el mismo papel, junto con el billete. Hice un gesto que quería decir "¿y yo qué hago con esto?", pero él insistió. Tomé el papel y el billete. Entonces Fidencio me pidió:
- Escriba, siñor. "Gumaro: yo no tengo hijos. Tampoco dinero. Y no sé leyer. ¿Pa' qué me mandas una carta?".
Le entregué el papel, sin faltas ortográficas. Se le quedó mirando. Me dio las gracias y diez pesos. Se fue, muy contento.
Una semana después, me había instalado sobre el puente, con mi máquina de escribir y un paquete de cien hojas blancas tipo bond. No puse ningún letrero, porque para escribir y leer cartas de gente como Fidencio no hace falta más que estar en el lugar indicado, vistiendo una playera con faltas de ortografía. Desde entonces, bebo más mezcal y menos vodka, y mi casera está feliz porque le estoy escribiendo una historia de amor por entregas: ya me perdonó quince meses de renta.
*** Para los puritanos del blogueo:
Éste es un trabajo en proceso. Preferiría convertirlo en otra cosa, pero no me da tiempo ahora, y si no lo escribo, capaz que se me traspapela en la memoria, entre artículos de cine y clases de Ética. Mejor lo ponemos por aquí, que ya luego me sentaré a buscarlo y a hacerlo con calmita. ***
1 comentario:
A la goma los puristas, esto está rebueno.
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