Mi lugar de trabajo. Mi muy limpio y espacioso lugar de trabajo. Paseo entre los escritorios. El típico ruidito de las luces de neón. Nadie ha llegado todavía. Me gusta la puntualidad. Así soy yo: puntual. Sí, puntual y pulcro. Papeles por aquí, papeles por allá... Hoja de servicio... a la basura. Una nota personal de... ¿quién? “Cliente tal / llamar mañana / 5687 2522”. Trazos rápidos, fuertes, con tinta negra. Tiene carácter. Sí, mjm. Al cajón de los recuerdos. Hoy me llevo otro sobre. Mi zapato izquierdo rechina. Aquí estoy, en mi escritorio. Aspiro fuerte... Ahhh... Nada. No huele a nada. Totalmente limpio. Esta sensación... me gusta. Sí, me gusta. Una mancha en la pantalla de la computadora. Saco un pañuelo del bolsillo y... listo. Ya está. Ahora sí. Vamos a ver. Orden. Ante todo, orden. Las ocho en punto... ¡Ay, Norma...! ¡Normita! Pero qué bien se ve hoy con esa falda roja. Mira nomás esas caderas, se le va a salir el culo si lo sigue moviendo así. Hola, Norma, qué bien te ves hoy. No, no, así no. Norma... Normita, ¿quieres tomar un café conmigo? No, claro que no. Mmm. ¿Le digo que soñé con ella anoche? Norma, soñé contigo anoche y pensé... No, no. No seas estúpido. Nunca le has hablado. No puedes llegar así como así. Tienes que... pensar bien las cosas. Primero lo primero... Estoy sudando. Debe ser el traje. La corbata me aprieta un poco. ¿Qué... diantres...? Nadie lo ha notado, no te asustes... Tengo que ir al baño. Nunca me había pasado tan temprano. No debí ponerme este pantalón. Me queda muy ajustado de aquí. Levanta la cara que te están viendo. Eso, sonríe. Aquí no pasa nada. Enciende la computadora, acércate al escritorio. No. No. Mejor no te muevas. Una cucaracha, dos cucarachas, tres cucarachas... cuatro cucarachas... Ya está... Ahora tengo náuseas. Mejor eso que lo otro. Carajo, su perfume. El de los días de fiesta. Claro, por eso la falda. Está hablando con el supervisor. No voltees, no voltees, no... Volteaste. Saluda al supervisor con tu bonita cara de esclavo. Que vea tus dientes blancos. Que perciba tu completa sumisión. Déjalo sentirse superior. Así. Muy bien. Ahora regresa tu vista a la pantalla, que no te pregunte nada, que no se acerque... Listo. Imbécil de mierda. Como si lo mereciera, el tarado éste. Sin ti, no es nada. Lo sabe, y tú sabes que lo sabe. Y él sabe que tú sabes que lo sabe. No tienes problemas con la autoridad: la autoridad tiene problemas contigo. Siempre. Bueno, no es mi culpa. No puede decirse que sea mi culpa. Si no pueden conmigo, que me corran. Pero no, claro que no, no lo harán. No tienen cómo. Soy in-ta-cha-ble. El empleado ejemplar. Puntual, pulcro... eficaz. ¿Alguien fundió una computadora? Yo lo resuelvo. ¿Se perdió toda la información en el departamento de ventas? Aquí estoy yo. Eres... brutal, Íñiguez. Quién lo diría, ¿verdad? Quién lo diría... del pendejito aquél al que su mamá le llevaba sándwiches de frijoles con huevo para que almorzara en la secundaria. ‘Coma sin pena, mijo’. Con sus manos grasientas. Tengo náuseas otra vez. Ya le llamaré, algún otro día. Hoy no. Hoy es día de fiesta. En casa del supervisor. Martínez. ¿Martínez o Gutiérrez? No, no. Martínez. Estoy divagando. Sistemas, habla Ignacio Íñiguez, ¿le puedo ayudar en algo? Mi trabajo. Ah, cómo me gusta mi trabajo.
***
La tercera es la vencida.
Mi texto para el taller de dramaturgia.
Échenlo a los leones.
Que lo despedacen a gusto.
jueves, 19 de julio de 2007
Los trabajos y los días de Ignacio Íñiguez
Publicadas por María Fernández-Aragón a la/s 00:27
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