viernes, 1 de junio de 2007

Y sigue el carnaval

Chorros de pálido amarillo salpican las calles.

Pronóstico del tiempo: días de sol sin cortapisa, cielos despejados, chubascos (de sudor ajeno) aislados.

***

Tengo migraña. Las náuseas se me acogotan en la garganta, la mirada no se está quieta, caen los párpados a media asta. Abandono el edificio, camino por la calle groseramente soleada, el olor del suadero se me encaja en la nariz y me acompaña hasta cruzar Insurgentes. Democráticamente hago fila para recargar mi tarjeta. Introduzco un billete de veinte: la máquina lo escupe. Volteo el billete, lo introduzco: lo echa de nuevo. Volteo el billete, lo introduzco: lo echa de nuevo. Una rubia artificial, voz meliflua por delante, se ofrece: "si quieres te lo cambio por dos monedas de diez". Le doy las gracias con un mugido emitido desde mi dolor de cabeza. Introduzco la moneda: éxito.

Dejo pasar el primer camión articulado. Aunque sí hay un hueco para mí, no es mi intención viajar al cobijo del sobaco de algún mensajero mal pagado que desayunó gorditas de chicharrón. Un minuto, dos minutos, una llamada de mi mujer, punzadas en la cabeza, tres minutos, en el horizonte otro microbús. Me subo.

DE QUÉ FORMA SE DEBE EVITAR SER ODIADO O DESPRECIADO
Con los ojos clavados en las líneas del libro, el Chico-Pelos-Erizados se las ingenia para continuar tan provechosa lectura entre la panza de un oficinista y las mechas oxigenadas de la secre con uñas carmesí. Sonrío. Un tipo sentado tres filas más atrás me mira sonreír. Hago un pivote magistral, esquivo la inquisitiva mirada y clavo la mía en el tomo de pastas duras y rojas que trae el Señor-de-Corbata a mi izquierda: Shakespeare, Enrique VI, las casas de Lancaster y York... Las palabras aisladas confabulan en mi mente para sacar a la superficie algo que había olvidado: debo leer la tercera parte de la tragedia isabelina para entender los antecedentes de mi obsesión (que en noviembre cumple 10 años): Ricardo III. Un par de neuronas chocan sus dendritas: sinapsis. Seguro que el Duque de Gloucester nunca leyó un libro como el del Chico-Pelos-Erizados. O sí, y se meó de la risa, y sus orines bajaron por los troncos patizambos hasta formar un charco que sirvió de espejo para Ricardo, el Tercero. Dudo un segundo sobre si debería mamonear un rato y exhibir mi Nothomb forrada en amarillo-crema de Anagrama: Biografía del hambre. Mi separador está ubicado en el lugar exacto donde Amélie cuenta cómo fue que se volvió anoréxica. Lo pienso otra vez. No, mejor dejar hacer, dejar pasar. Ya tengo suficiente con mi propia anorexia.

Un biiiiip me taladra el cráneo y vuelve el malestar. Se ha subido un Tipo-Serio-con-Gafas que viste un libro económico comprado en los anaqueles subterráneos de Gandhi.

ENTRE EL ORDEN Y EL CAOS.
La complejidad

¿Un libro sobre la psique femenina? El pesado cuerpo de Señor-Sin-Cara me estorba para seguir leyendo. Su abdomen me habla en lengua grasa: 'Jush, jusch, a mirar para otro lado'. Va y avienta mi vista hasta la tapa siguiente:

El proceso
Franz Kafka

Kafka y Camus se me confunden en la cabeza. Falta de mielina. Las drogas destruyen. Leí El extranjero hace varios años, y todo el asunto del juicio se me quedó tan grabado que, para mí, fue Alberto y no Francisco quien escribió algo sobre un proceso.

La migraña no cede. Ya me quiero bajar, ya me quiero bajar, ya me quiero bajar. Me aturden los ruidos, me lastiman los colores, me enoja mi dolor. Los gritos de esos sordos no son la excepción: que tú me dijiste, pero ella se enteró, cómo le iba a decir con las manos vendadas. (Traducción libre a partir de referencias personales).

Félix Cuevas
Al fin. Qué delirio. Las puertas se abren de par en par frente al beso enternecido de dos mujeres que se aman, pulsera de arcoiris en la muñeca. Quiero vomitar. El único amor que conozco es el que yo tengo por ella. Lo demás... Lo demás está allá afuera y no me interesa. Si me interesara, podría no ser cierto. Si fuera cierto, ¿cómo lo podría conocer? Podría estar soñando. Podría ser una gran burla. Demasiado escepticismo. Necesito una sombra.

Cruzo Insurgentes de nueva cuenta, con mis piernitas de foquitos verdes moviéndose sobre el contador en amarillo: treintaitrés, treintaidós, treintaiuno... Llego a la base. Me deslizo sobre adoquines rojos. Hambre y náuseas se conjugan en un verbo intransitivo: vivo. Dos Repartidores-Casco-Naranja corretean como cachorros de tigre. Ah, la exhuberancia de la vida, los excesos de la vida, lo superfluo y deleitable de la vida, que hoy no puedo disfrutar porque...

Que sube que baja
que no sé que pasa
que a la reina
le duele el corazao.

Que no es el corazao:
le duele la cabeza,
le duele la cabeza
de tanto vacilao.

Jaque... mate.

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