viernes, 15 de junio de 2007

Rento departamento, previa cita

Abren sus piernas sin quejidos, las bisagras del 303. A las once, una ventana parece tapiada por la pesada cortina azul marino. El sol, que afuera es violento, se rehúsa a estampar su delicado amarillo en las losetas del piso, enfermas de vitiligo. La Doña –que viste un disfraz de cuerpo humano, remedo de Rubens tatemado– despierta a su hijo deforme con el interruptor del fondo: su departamento en renta se despereza, bañado en la luz congelada de un foco.

Las paredes tienen la pátina de los humores ajenos, y en suma, pienso que la última capa de pintura provino de una olla, preñada de frijoles, que explotó. De los muebles de la sala hay poco que decir: rosados como flor en primavera, aunque mullidos como señorita vieja, con ese halo de cosa que siempre fue reliquia. Frente a mí, una mesa con intención de ser blanca, con la superficie mordisqueada por los golpes de trastes y trastazos. Un pelotón de sillas, disminuido por tanto soportar el peso celulítico de varias nalgas, se ofrece a la vista del ya incomodado visitante: donde hubo tejido de rattan, hay ahora un vacío de estómago anoréxico. La belle époque se desecó en esta catacumba, y sus tejidos muertos han formado la suave tela que cubre todo, incluido un piano osteoporósico.

Pero lo mejor está por venir. Al fondo-izquierda, una habitación permanece cerrada. La Doña, nunca tan optimista, advierte a su añorado inquilino, con voz de sirena tuberculosa:

- Y esa puerta no se abre. Ahí están las cosas de La Señora.

Doy tres pasos atrás, de la mano de mi esposa. Sonreímos, y las bisagras vuelven a cerrarse. Ya encontramos locación para nuestra película de horror. Nuestra casa, la seguimos buscando.

***

Publicado previamente en Insuficiencia Letrosa

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