martes, 27 de marzo de 2007

Daun. Yo a ti, tú a mí. La serpiente con sangre partiendo un lápiz sigue aquí, ¿sabes?, sobre un papel arrugado. También algunas imágenes, unos recuerdos ociosos que no aportan nada a la historia de la humanidad (unos pantalones rosa entallados, un vestido amplio, un toquín en la prepa, las escaleras que subían a tu cuarto... la dirección precisa del lugar donde vivías allá en el cerro, aquél con las paredes pintadas que parecía kindergarden... y una sopa de cebolla que se enfría hasta quedar muerta en el desagüe, y tu rabia, y mi desdén, y todo eso que se fue a la mierda desde entonces, pero sobre todo cuando en diciembre, hace unos meses, él se murió). Todo en pedazos, revoloteando en mi cabeza y agitándose, como se agitaban tus pelos en Boca del Toro. Todo se fue a la mierda, pienso... nueve años después. La última carta, en hojas amarillas, numeradas del uno al cuatro, escritas a lápiz por ambos lados, con insultos subrayados y palabras recalcadas: esa carta la tiré, la rompí, la deshice y posiblemente hasta la quemé. No recuerdo qué decía, pero casi podría olerla. Se fue junto con otras, muchas, con todas ésas que escribiste cuando empezaste a quererme en serio, cuando me fui y te quedé ya muy lejos. Entonces sí, con timbres postales y mi dirección centrada al frente de un sobre delgado, escribiste 'teamos' que sabían a sandías, y poemas iluminados à la Rimbaud, y largos y detallados recuentos de tus días, ésos que en el metro no me platicabas porque, decías, jamás entendería. Seguro que jamás entendería. Sigo sin entender, mientras una mariposa mentada en alguna de las últimas tus cartas -donde ponías 'textraños' como quien pone flores en un jarrón, pero más abigarrado- sale volando desde las páginas oxidadas de algún libro de álgebra elemental. Si veo tus ojos, todavía, podría decir 'daun'. Pero tú no entenderías. Jamás entenderías.

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