sábado, 24 de noviembre de 2007

Rescatado del olvido

Primero fue la rabia. Calumnias y más calumnias. La desacreditación total de mis sentimientos. A vuelo de pluma, ligera, sin sombras de dudas, va y me tilda de puta, de infiel, de mentirosa. Fuera de mis casillas, después de las cervezas solitarias y un vino rosado muy maricón que quedó del otro día, tomo las llaves del auto, al vuelo enciendo el motor, al vuelo arranco. Avanzo, tuerzo a la derecha, semáforo que me brinco, sigo, acelero, torcer pasando la avenida, buscar mercaderes, estaciono el auto, me bajo, azoto la puerta, suena la alarma de un coche vecino, me paro debajo la ventana y grito:

- ¡Hevenly!- con espuma saliendo de la boca y llanto seco en las mejillas. Un grito que salió desde las cavidades más profundas de mis pulmones. Un grito ronco y desesperado, de herido que agoniza y que no muere.

Una luz se enciende en otra casa. Un par de señores ya grandes se asoman a la calle. Apagan la alarma del coche vecino. Me miran y piensan que deberían llamar a la policía. Pero se fijan mejor y ven que soy una hembra desahuciada. Se compadecen y vuelven a entrarse en casa, conmovidos, elevando oraciones por mi alma que se llevaba el diablo a esas horas.

- Púta madre... ¡Hevenly!

Se enciende la luz correcta, en el último piso. Alguien asoma la cabeza y no alcanzo a distinguir un carajo entre tanta rama de árbol.

- ¿Bóbine?- responde, y yo adivino la cama en la que dormía hace un instante, a las putas tres de la mañana. A lado de su mujer.

- Hevenly, I need you- y vuelta a llorar otra vez, rota por dentro, desgajada, arrancada del cielo a punta de calumnias y descrédito y ausencia. Me siento derrotada en la banqueta, me siento y sollozo como perro, me siento y un perro pasa por ahí y se me queda viendo.

- Wey, no mames... te aviento las llaves y subes?

Por supuesto, no respondo. No puedo entender quién habla o por qué. ¿El perro? Hasta que un objeto metálico no identificado, que tintinea durante la caída, se estrella a 20 centímetros de mi cabeza. Pudo haberme matado. ¿Por qué no lo hizo? El perro se asusta, se acerca a las llaves, las olisquea.

- Bóbine, las llaves... Bóbine- silencio, -Puts.

Oigo que se cierra la ventana, oigo silencio, el perro me lame la cara sucia de tanto llorar, el perro unta su cabeza y su nariz húmeda y fría en mis brazos. El perro me simpatiza y lo llamo Miseria. Oigo ruido en las escaleras y alguien que golpea desde dentro. Pienso que debe ser pendejo quien intenta que le abran desde fuera. El perro se acerca a la puerta y habla:

- Bóbine... ¡Bóbine! Las llaves, pinche Bóbine.

El perro me llama igual que lo hace Hevenly. Hundido el rostro entre los brazos, temblando de frío y de rabia y de desesperación y de angustia y de muerte y de todo, no alcanzo a escuchar nada, ni los pasos que suben de nuevo hasta el último piso, ni el silencio que sigue, ni los autos que cruzan a esas horas por mercaderes, ni el ruido de una llave en la cerradura de la puerta, ni la puerta que se abre, ni el tintineo de las llaves que una mano recoge junto a mí. Sólo oigo al perro que sigue hablando:

- Bóbine, ven. A ver, ya, deja de llorar. Levántate, wey. No mames. No te puedo cargar, wey, no mames. ¿Estás bien, Bóbine?

Tuve un sueño. Soñé que mis piernas se arrastraban como pobres muñecas de trapo desde la banqueta de una calle hasta el último piso de un edificio. Miseria me seguía, hablándome con suavidad, consolándome, preguntándome qué, quién, por qué, cuándo, dónde, cómo. Las lágrimas formaron un río. La sangre chorreaba desde mis labios partidos, la quemadura en el dorso de mi mano, el aliento quemado también y los ojos de sapo.

- ¿Qué pasó?- oigo la voz de Sam, azucarada y cadenciosa, consternada a morir, un tanto celosa también. Y de todo me voy dando cuenta en mi sueño y sin parar de rabiar.

- No sé- fuma, exhala-, me la encontré tirada en la banqueta.

- Vamos a ponerla aquí, trae una manta. No, amor, ésa no. Aquélla. Debe estar perdida.

- Miseria... Miseria...

Pero ya todo era niebla.

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